Clases de sentido común
Llamó la atención ver al ex ministro de energía señalando la historia del recambio de medidores inteligentes como un “golazo” de las empresas eléctricas. Aunque le ha llovido de todo al candidato presidencial por traerse a la oposición un enredo que tenía el gobierno con este tema, sus palabras tienen cierta razón. En muchas ocasiones nuestras políticas públicas tienen mucho de golazos y poco de pensamiento ciudadano. Pareciera que, desde el Transantiago en adelante, el sentido común de las personas dejó de ser una variable en la toma de decisiones públicas.
También, en este caso, como en muchos otros, las malas estra
tegias en la comunicación de las políticas públicas hacen que se abra el espacio para los enredos y la posverdad. Un ejemplo es el caso eléctrico, donde ninguna autoridad ha explicado que la distribución es un monopolio natural con tarifas reguladas, por tanto, cada nueva imposición que le haga el Estado a las empresas, éstas las traspasaran a los usuarios. Por ello, el efecto que tendrán varios de los proyectos mediáticos que han anunciado diputados ante la conmoción por los recambios de medidores, implicarán alzas tarifarias. Cuando pasen los años y se produzcan esos aumentos, vendrán nuevamente los arrepentidos a sentirse engañados o plantear que fue un golazo, como ocurrió en su momento con la ley de estacionamientos. La falta de comunicación certera fortalece aún más la sensación de las personas que los políticos viven en un planeta distinto, donde no les cambian los medidores, no le suben el precio del plan de las isapres, o no les retienen las devoluciones de impuestos.
En este último caso, ocurre el mismo fenómeno. La precariedad de muchos trabajadores a honorarios, principalmente en el Estado, llevo a pensar que podía ser una buena que se podía descontar de su devolución de impuestos sus imposiciones previsionales. A nadie de los tomadores de decisión se les ocurrió pensar el impacto en las vidas diarias de la devolución de impuestos en abril, después de un marzo lleno de gastos. Esa contabilidad cotidiana parece ser un tema nimio, u ocupando una palabra tan de moda, populista.
Hay varias medidas para enfrentar este problema de la falta de sentido común en las políticas públicas. Una de ellas es hacer efectivo lo que plantea la ley 20.500 sobre participaciones ciudadanas, que, aunque funciona en las formas, sigue siendo letra muerta y afectados tienen poca incidencia en las políticas públicas. ¿Pudieron opinar los trabajadores a honorarios o los usuarios de las eléctricas en decisiones que afectaban su vida?
Una segunda manera es volver a profesionalizar el Servicio Civil. Una buena idea que partió en los acuerdos Lagos–Longueira ha sido pasada a llevar por gobiernos de lado y lado, que han privilegiado en muchos casos ocupar los jugosos cargos que creó dicho sistema para pagar favores políticos o colocar personas sin experiencia en el tema, que terminan tomando decisiones en nombre de otros para favorecer a quienes lo llevaron a dicho puesto.
Una tercera idea parece más del mundo de la fantasía, pero quizá sea el camino. Aprovechando el impulso mediático que han tomado las clases de ética de dos empresarios condenados por financiamiento irregular de la política, las universidades podrían abrir cursos de sentido común para los tomadores de decisión, donde las materias sean cosas tan sencillas como andar en metro, comprar pan, pagar las cuentas y equilibrar presupuestos caseros después de los gastos de marzo.