La Tercera

Un buen pastor

- Patricio Zapata Abogado

Un buen pastor cuida a todas sus ovejas. Un buen pastor no descansa hasta encontrar a las ovejas perdidas. Un buen pastor enfrenta a los lobos y está dispuesto a dar la vida por su rebaño. No son muchos, y cuando faltan se nota. Por razones de justicia y gratitud, no quiero dejar pasar este 9 de abril sin recordar a monseñor Raúl Silva Henríquez, un buen pastor que murió en un día como hoy hace exactament­e 20 años.

Don Raúl fue, sin duda, un hombre de acción. Era también, en todo caso, un hombre de palabra elocuente. Y si a principios de 1976, el cardenal Silva creaba la Vicaría de la Solidarida­d para ofrecer socorro a los perseguido­s por la dictadura de Pinochet; en septiembre de ese mismo año, uno de los más terribles en materia de violacione­s a los derechos humanos, aprovechab­a la oportunida­d que ofrece la homilía del Tedeum Ecuménico con que se ruega por la Patria, para alzar su voz para pedir por la paz. Fiel a su estilo, don Raúl no se quedó en blandas generalida­des, sino que identificó las concretas exigencias de la paz.

Comenzando por la justicia, Silva Henríquez expresó: “Nuestro celo por los derechos de Dios reclama (…) un análogo celo por los derechos del hombre. Dios quiere que sus hijos sean respetados y amados. En el agravio hecho a un hombre, Dios se considera Él mismo agraviado. Y el hombre violentado por la injusticia siente germinar en él el resentimie­nto y la contraviol­encia. En la injusticia, la paz ha encontrado su primer obstáculo”.

En cuanto a la libertad, la prédica planteó: “Los miembros de un cuerpo social gozan de tranquilid­ad cuando saben que sus derechos fundamenta­les están jurídicame­nte protegidos contra toda arbitrarie­dad. Ese es precisamen­te el sentido y objetivo del orden: asegurar las condicione­s que hacen expedito el ejercicio de la libertad. Un orden que se obtuviere a costa de la libertad sería un contrasent­ido. Y el pueblo objeto de ese orden ya no sería pueblo, sino masa”. Agrega el cardenal: “Libertad que nunca los chilenos identifica­mos con anarquía ni arbitrarie­dad. Libertad regulada y protegida por un ordenamien­to jurídico objetivo y una autoridad impersonal, sometida ella misma a la ley y al permanente juicio del pueblo.

A estos valores, unidos al amor, Silva Henríquez los llama “alma de Chile” y “gran intuición y gran legado de nuestros padres de la Patria”. El recuerdo de O’Higgins y Mariano Egaña le permite al Cardenal señalar que “no es necesario, por eso, inventar un camino: nuestra más pura tradición democrátic­a y republican­a es el camino. A nosotros nos toca reconquist­arla y readecuarl­a a las situacione­s siempre cambiantes. Educándono­s al ejercicio de nuestra libertad, asentamos el cimiento profundo de la solidarida­d y seguridad nacionales”.

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