Un buen pastor
Un buen pastor cuida a todas sus ovejas. Un buen pastor no descansa hasta encontrar a las ovejas perdidas. Un buen pastor enfrenta a los lobos y está dispuesto a dar la vida por su rebaño. No son muchos, y cuando faltan se nota. Por razones de justicia y gratitud, no quiero dejar pasar este 9 de abril sin recordar a monseñor Raúl Silva Henríquez, un buen pastor que murió en un día como hoy hace exactamente 20 años.
Don Raúl fue, sin duda, un hombre de acción. Era también, en todo caso, un hombre de palabra elocuente. Y si a principios de 1976, el cardenal Silva creaba la Vicaría de la Solidaridad para ofrecer socorro a los perseguidos por la dictadura de Pinochet; en septiembre de ese mismo año, uno de los más terribles en materia de violaciones a los derechos humanos, aprovechaba la oportunidad que ofrece la homilía del Tedeum Ecuménico con que se ruega por la Patria, para alzar su voz para pedir por la paz. Fiel a su estilo, don Raúl no se quedó en blandas generalidades, sino que identificó las concretas exigencias de la paz.
Comenzando por la justicia, Silva Henríquez expresó: “Nuestro celo por los derechos de Dios reclama (…) un análogo celo por los derechos del hombre. Dios quiere que sus hijos sean respetados y amados. En el agravio hecho a un hombre, Dios se considera Él mismo agraviado. Y el hombre violentado por la injusticia siente germinar en él el resentimiento y la contraviolencia. En la injusticia, la paz ha encontrado su primer obstáculo”.
En cuanto a la libertad, la prédica planteó: “Los miembros de un cuerpo social gozan de tranquilidad cuando saben que sus derechos fundamentales están jurídicamente protegidos contra toda arbitrariedad. Ese es precisamente el sentido y objetivo del orden: asegurar las condiciones que hacen expedito el ejercicio de la libertad. Un orden que se obtuviere a costa de la libertad sería un contrasentido. Y el pueblo objeto de ese orden ya no sería pueblo, sino masa”. Agrega el cardenal: “Libertad que nunca los chilenos identificamos con anarquía ni arbitrariedad. Libertad regulada y protegida por un ordenamiento jurídico objetivo y una autoridad impersonal, sometida ella misma a la ley y al permanente juicio del pueblo.
A estos valores, unidos al amor, Silva Henríquez los llama “alma de Chile” y “gran intuición y gran legado de nuestros padres de la Patria”. El recuerdo de O’Higgins y Mariano Egaña le permite al Cardenal señalar que “no es necesario, por eso, inventar un camino: nuestra más pura tradición democrática y republicana es el camino. A nosotros nos toca reconquistarla y readecuarla a las situaciones siempre cambiantes. Educándonos al ejercicio de nuestra libertad, asentamos el cimiento profundo de la solidaridad y seguridad nacionales”.