El regreso del pasado
El crimen vende, señaló Marx, y el tiempo no ha hecho más que darle la razón. Asesinatos pasionales o por dinero abren los noticieros, mientras que películas, series y libros se alimentan de la afición por entender la dinámica de las mafias y por revisitar los grandes horrores perpetrados en el pasado. En esa cuerda, Hitler sigue a la cabeza de la lista. Ahora mismo, cuatro libros que remiten al nazismo figuran entre los libros más vendidos de nuestro país.
También está El orden del día, de Éric Vuillard, que ganó el premio Goncourt y venía precedida de una crítica exultante, que la señalaba como una lección moral y un ejemplo soberbio de exploración del mal.
De pronto exageran. Es una buena novela; correcta. Lo mejor no está en la forma en que devela cómo los grandes empresarios alemanes colaboraron con el régimen nazi; tampoco en la miopía o irresponsabilidad de los ingleses. Lo bueno es el foco que pone en Austria, el país que se asumió como la primera víctima de Alemania, si bien podría ser considerado como su primer y más incondicional aliado. La maquinación política, la propaganda y hasta las amenazas de Hitler, no alcanzan a tener “la densidad de la pesadilla”, escribe Vuillard. El canciller austriaco se hace el duro y el ofendido, pero al final queda la sensación de que no se necesitaba una gran aparato militar para convencer a los austriacos de las ventajas –la naturalidad incluso– de pertenecer al Reich.
Una tecla similar toca El caso Kurt Waldheim, un documental fascinante que nos lleva a 1986, cuando en Austria hay elecciones presidenciales y aparece, en plena campaña, un reportaje que indica que Kurt Waldheim era nazi. La sorpresa fue mundial. En los 70, Waldheim había sido secretario general de la ONU y, al parecer, nunca nadie escarbó en su pasado. Además había escrito sus memorias, claro que con un sospechoso vacío: no decía nada de lo sucedido entre 1943 y 1945, los años en que formó parte de la unidad del general Lohr en los Balcanes, un reconocido criminal de guerra.
Es impresionante ver las discusiones que se armaban en la calle 40 años después del conflicto bélico, el nivel de intolerancia, lo vivo que está el antisemitismo y la manera en que la herida continúa supurando, mientras Kurt Waldheim emite discursos de un catolicismo que recuerda a Thomas Bernhard, ese novelista enorme que escribió una y otra vez contra su patria, el conservadurismo, la hipocresía; es decir, contra las vilezas de la ideología y la religión.
Waldheim parece ser uno de esos personajes que ascienden a lo más alto por un tácito acuerdo de no discutir el pasado –o de discutirlo hasta cierto punto nomás– y por un calculado silencio; silencio que el día menos imaginado se rompió para él, tal como le ocurrió aquí hace no mucho al general Cheyre. El pasado pareciera ser, nunca del todo, pasado.