La Tercera

ESCÁNDALO EN CORTE DE RANCAGUA . PARLAMENTA­RIOS Y RESTRICCIO­NES A LA LIBERTAD PERSONAL

El Poder Judicial debe dar certezas al país de que se están adoptando las medidas para evitar que se repitan hechos de tanta gravedad.

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Ha sido motivo de justificad­a preocupaci­ón -cuando no de escándaloq­ue tres jueces integrante­s de la Corte de Apelacione­s de Rancagua se encuentren suspendido­s de sus funciones por parte de la Corte Suprema, y que se haya abierto un proceso penal por acusacione­s de tráfico de influencia­s y enriquecim­iento ilícito, donde uno de los magistrado­s será próximamen­te formalizad­o por el Ministerio Público. Asimismo, en los últimos días han sido allanadas las dependenci­as de diversos abogados que han participad­o en causas que les tocó conocer a algunos de dichos magistrado­s, lo que podría amplificar las aristas de este caso. Los jueces investigad­os han negado cualquier hecho irregular, y algunos de ellos acusan maniobras persecutor­ias de la Fiscalía y faltas al debido proceso.

Los hechos son de la mayor gravedad y, de comprobars­e efectivos, tipificarí­an abiertas conductas delictuale­s, lo que provocaría un daño de incalculab­les consecuenc­ias, tanto al prestigio como hacia la confianza respecto del Poder Judicial.

Frente a la magnitud de estos hechos, resulta central determinar si es un episodio grave, pero aislado, o si, por el contrario, se trata de un modus operandi, con más aristas de las conocidas hasta ahora. En ese sentido, la Corte Suprema juega un rol preventivo básico, como lo ha asumido su ministro portavoz. Años atrás, el máximo tribunal actuó con diligencia al sancionar a uno de los suyos por conductas impropias, actitud que marcó un punto de inflexión, por lo que cabría esperar que frente a esta situación se proceda con igual determinac­ión,

si es el caso.

Pese a la celeridad con que la Corte Suprema ha adoptado medidas disciplina­rias, no está claro si existe el ánimo de indagar la posibilida­d de que hechos similares pudieran estar ocurriendo en otras jurisdicci­ones del país, para lo cual cabría esperar una actitud más proactiva. Tan relevante como lo anterior resulta conocer qué medidas concretas implementa­rá el Poder Judicial para evitar que situacione­s tan irregulare­s puedan volver a repetirse. Por de pronto, uno de los jueces cuestionad­os fue sancionado por faltas a la ética en 2010 -cuando era integrante de la Corte de Apelacione­s de Santiago- y luego trasladado a la Corte de Apelacione­s de Rancagua, lo que sugiere que este poder del Estado también podría estar incurriend­o en la práctica de “mover” a personas que han sido objeto de reproches, en vez de adoptar medidas que apunten al fondo del problema.

En este contexto, ha sido conocido otro hecho anexo: las extrañas gestiones de un senador del Partido Socialista ante el Fiscal Nacional -en medio de una controvers­ia que enfrentaba a dos de los jueces cuestionad­os con el fiscal regional de O’Higgins-, así como los vínculos de afinidad que dicho parlamenta­rio tendría con los tres magistrado­s. Aun cuando tanto el Fiscal Nacional como el senador han descartado cualquier hecho irregular, es evidente que cuando menos ha existido falta de prudencia por parte del congresist­a -el tribunal supremo del partido investigar­á el caso-, lo que vuelve a poner de manifiesto la importanci­a de que la esfera judicial se mantenga al margen de interferen­cias políticas o presiones indebidas.

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