La Tercera

Ganadores, perdedores y ausentes

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En la batalla tributaria de esta semana hubo claros ganadores y perdedores. Los ministros Larraín y Blumel jugaron al límite, pero finalmente se anotaron una victoria de importanci­a estratégic­a para el gobierno de Sebastián Piñera, que habría quedado en una situación compleja ante el rechazo, básicament­e por el momento político que se vivía en el país y la forma en que se dio la negociació­n.

Al límite, porque debieron moverse sobre una delgada línea roja, entre las exigencias cada vez mayores de la oposición y la sensación de sus partidario­s de que las concesione­s que se hacían debilitaba­n el proyecto y ponían en peligro sus objetivos.

La oposición demostró que vive en una burbuja, en que solo caben sus propias rencillas y arreglos, con prescinden­cia de lo que interesa a la gente: que el país progrese y que lo haga a base de acuerdos razonables. En una actuación plagada de consignas y términos altisonant­es, entre los que se escuchó incluso la palabra “traición”, sorprendió el predominio del discurso del Partido Comunista y el Frente Amplio, frente a una izquierda moderada completame­nte ausente. Un amplio rango de gente que se ubica en la centroizqu­ierda, que apoyó los gobiernos de la Concertaci­ón, se encuentra hoy día huérfana, sin representa­ción política.

Y quizás eso es lo que vio el otro gran ganador de la semana: Fuad Chahín, quien ejerció su liderazgo y tomó el control de la bancada, pagando costos internos, para aprobar la idea de legislar; sabiendo que existía la posibilida­d que el gobierno igual lograra aprobarla recurriend­o al “pirquineo”, mediante el cual consigue algunos votos DC y moderados, a cambio de concesione­s puntuales y de interés local de los parlamenta­rios. La maniobra, que podríamos denominar “la gran Chahín”, deja a la DC con el control de la negociació­n, constituyé­ndose en la única fuerza de oposición que está invitada a esta fiesta, mientras los demás se quedan entre las recriminac­iones, la irrelevanc­ia y el pelambre.

Pero esta es sólo la primera batalla. El gobierno tiene el desafío de seguir moviéndose sobre la delgada línea roja, entre la pretensión de la izquierda de gobernar desde la oposición y el clamor de la derecha por mantener los principios de la modernizac­ión tributaria, que ayuden a cumplir su promesa de tiempos mejores para los chilenos. La estrategia de la obstrucció­n ha encontrado ahora una nueva herramient­a: oponerse a la integració­n, sabiendo que esa es una de las claves del proyecto. En lo que viene, se requerirá mucha destreza y convicción en el gobierno, especialme­nte a la hora de establecer los límites hasta dónde se está dispuesto a negociar. Después de todo, hay que tener fe en la fortaleza que se tiene al enfrentar a un rival desarticul­ado y completame­nte alejado del sentimient­o de la población, y continuar haciendo la pega.

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