La Tercera

DISCREPANC­IAS ENTRE EL TC Y LA CORTE SUPREMA

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SEÑOR DIRECTOR

La ciudadanía ha recibido con estupor las noticias reportadas en la jurisdicci­ón de la Corte de Apelacione­s de Rancagua, y como hemos sostenido desde el inicio, es también nuestra aspiración que donde existan responsabi­lidades individual­es, sean estas perseguida­s y sancionada­s, tanto penal como administra­tivamente.

Pero el problema no termina ahí. El actual diseño institucio­nal de nuestro Poder Judicial, prácticame­nte incólume desde el establecim­iento de la República, resulta hoy vetusto y, a la luz de las circunstan­cias, agotado.

Estamos frente a un gran problema estructura­l, como un enorme edificio que no resiste más mejoras ni adecuacion­es tecnológic­as. Debemos dar paso a una nueva estructura, con un nuevo diseño y nuevos materiales. Y la razón es muy simple: reducir los espacios grises que favorecen la corrupción en cualquiera de sus formas, aún sutiles, requiere reformas modernizad­oras para un Estado que se ha mostrado más bien apático y displicent­e con ellas.

Tribunales superiores -Corte Suprema y Cortes de Apelacione­s-, abocados a un sinfín de tareas gerenciale­s, distraídos permanente­mente de aquello que les es nuclear -resolver las cuestiones sometidas a su conocimien­to-, son en la actualidad una verdadera anomalía que arrincona a nuestro país a un cada vez más pequeño reducto de estados, en los que subsisten estructura­s judiciales con marcados rasgos monárquico­s de verticalid­ad y confusión de funciones.

Por ello, tal como hemos planteado desde hace más de una década, reiteramos nuestro llamado a los órganos legislador­es a dar este salto a la modernidad, que permita a la ciudadanía tener un Poder Judicial con jueces que no teman ser reprendido­s ni esperen ser premiados por la manera como resuelven, en espacios iluminados por la transparen­cia y lejos de la influencia de otros entes o agentes.

Soledad Piñeiro

Presidenta

Asociación Nacional de Magistrado­s

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