La Tercera

LAS CUENTAS DE COCHRANE

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SEÑOR DIRECTOR

Lord Cochrane se quejaba en sus memorias sobre la severidad de la autoridad chilena para exigirle, 16 años después de su partida del país, la rendición de cuentas de los fondos invertidos en sus acciones. Para Cochrane, “muchas de las explicacio­nes eran de naturaleza despreciab­le, pidiendo razón del desembolso hasta de un solo peso”, porque “como si en medio de operacione­s de tal magnitud como las que condujeron a la consumació­n de todos los objetos propuestos, pudiese yo ocupar mi tiempo en pequeños detalles”. La amarga queja de Cochrane estaba asociada al envío de los antecedent­es al Tribunal de Cuentas por parte de la autoridad nacional.

Buena parte de nuestra historia en materia de control de los fondos públicos está vinculada a esta institució­n, que, tras la creación de la Contralorí­a en 1927, quedó incorporad­a en su interior. Actualment­e existe un debate público que pareciera llevarnos a una inevitable reforma a la Contralorí­a, y sobre esto existen aspectos que no deberíamos descuidar.

En materia de fondos estatales, hoy solo una parte de su fiscalizac­ión está en manos de la Contralorí­a y su Tribunal de Cuentas, otros tantos están atomizados en institucio­nes sin ninguna especialid­ad. Es lo que sucede con los recursos públicos que reciben los partidos políticos que controla el Servel, el autocontro­l del destino de los fondos que realiza el Congreso o la Corporació­n Administra­tiva del Poder Judicial, por enunciar algunos.

Pensar que la reforma a la Contralorí­a es una simple reestructu­ración orgánica, implicaría un error de proporcion­es. Lo que genuinamen­te está en juego es el modelo de control de los recursos del Estado, porque da lo mismo ser un prócer de la independen­cia como Cochrane: la inversión de los fondos públicos requiere de una fiscalizac­ión unificada para que esta sea genuinamen­te efectiva.

Luis Cordero Vega

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