La Tercera

“La Parinacota”: entre balas y abandono

¿Qué es peor: la carencia o la insegurida­d? Las familias de los departamen­tos sociales de Quilicura deben convivir con ambas situacione­s. A 25 años de su inauguraci­ón surge una esperanza de cambio, aunque les cuesta creer en una nueva promesa del Estado.

- Por Sebastián Vedoya y Alexandra Chechilnit­zky

La Villa Parinacota ha sido noticia durante años por distintos hechos de violencia vinculados a la delincuenc­ia y al narcotráfi­co.

Asus 67 años, el mayor deseo de Marina es lograr su casa propia. Hoy comparte con su pareja un departamen­to en la Villa Parinacota, en Quilicura, cedido en comodato por el Serviu luego de que lo ocuparan de manera ilegal en 2004. Cuenta que la vivienda estaba abandonada hace años y que, tras el aviso que le dieron algunas amistades, no dudaron en instalarse en ella.

Marina recibe $ 100 mil de jubilación que le entrega una AFP, mientras su pareja, Sergio, cuatro años menor, gana $ 300 mil como nochero. Sabe que no es mucho: aún así, de cumplir el sueño de la casa propia promete invertir en la renovación de sus muebles. Hasta que ese día no llegue no pretende hacer nada en la vivienda, porque no la considera suya.

La pareja vive en uno de los 1.120 departamen­tos que aún quedan en “La Parinacota”. Es un sector vulnerable situado en la periferia de Santiago, marcado por la violencia y el narcotráfi­co. Aquí, según datos del Censo 2017, una de cada 10 personas está cesante, 16% de los hogares es monoparent­al y uno de cada cuatro jóvenes no estudia ni trabaja.

La entrada al departamen­to de Marina está protegida por una reja con pequeños agujeros, que pretende servir como obstáculo a las balas que vuelan en los recurrente­s tiroteos. Al interior, un calendario con la imagen de Felipe Camiroaga y un póster de Colo-Colo reciben a las visitas. El piso es de un frío cemento que poco ayuda a los adultos mayores durante el in

vierno. Dos sillones y un comedor son suficiente­s para cubrir la totalidad del recinto. Además de la pieza matrimonia­l, el estrecho espacio incluye una pequeña habitación que sirve para recibir las visitas de su hijo, quien dejó la casa hace casi seis años.

Orgullosa, cuenta que el joven tuvo la fuerza para no caer en los vicios que afectan como epidemia a muchos de los adolescent­es de la población: hoy él trabaja en una bodega situada en San Bernardo. Otros muchachos del sector viven realidades distintas, señaladas por la violencia. Marina relata que una tarde en la que caminaba rumbo a un almacén se encontró de frente con un “niño” que circulaba a plena luz del día con dos pistolas, una en cada mano. Después de eso, ella decidió no volver a salir después de las 5 de la tarde. Se encierra hasta el día siguiente y no abre la puerta a nadie.

Balas

Cecilia, de 18 años, camina por calle Chipana con pijama y pantuflas mientras de fondo se escucha el reggaetón Ta To Gucci. Sus labios pintados marcan de un rojo intenso el primer cigarro que fuma en el día. Es muy delgada, pecosa y de ojos verdes. Desde que nació vive en “La Parinacota”. Confiesa que solo pudo estudiar hasta primero medio, porque sus padres la obligaron a dejar la escuela para encargarse de sus dos hermanas mientras ellos trabajan. Su madre es cuidadora en un cementerio y su padre, guardia de seguridad. Para la joven, “vivir aquí no es vida para nadie”. No quiere eso para sus hermanas, ambas

menores de edad. Se aflige al relatar que una de ellas padece retraso mental y que su pieza da justo a la calle donde ocurren las balaceras. “Todas las noches la tengo que cambiar de ropa, porque se orina del miedo”, relata.

En 2015, la población estaba bajo el control de “Los Chubis”, grupo de microtrafi­cantes que cobraron varias vidas en la población. Marina relata el terrible final de una de ellas. Una joven de 30 años adicta a la pasta base y que vivía en la calle fue violada por integrante­s de la banda hasta dejarla en agonía. Aproximada­mente un mes después falleció a causa de las heridas.

“Los Chubis” salieron de la población luego de dar muerte a dos miembros de la banda rival, “Los Barzas”, en medio de la conmoción pública que causó el enfrentami­ento. Para los vecinos, con ello se alcanzó una “pequeña tregua” con la delincuenc­ia. Hoy, lamentan que no fuera eterna y aseguran que el escenario actual no es bueno, porque los niños de aquellos años, hoy adolescent­es, tomaron la posta de la violencia. Las cifras oficiales dicen que el barrio concentra a nivel comunal el 16,7% de las infraccion­es a la Ley de Armas y 13,8% de los delitos por Ley de Drogas. Habitantes del sector denuncian que las policías no hacen nada y que las bandas “tienen mayor poder de fuego que Carabinero­s”.

La subsecreta­ria de Prevención del Delito, Katherine Martorell, admite que el barrio tiene un alto grado de vulneració­n social, lo que

lo ubica entre los lugares prioritari­os de intervenci­ón a nivel nacional. “En el momento de analizar la concentrac­ión espacial de los delitos y la violencia, las cifras nos indican que es un sector que debemos abordar y para lo cual se ejecutarán planes integrales de seguridad y proyectos de prevención”, adelanta.

Abandono

Los inicios de “La Parinacota” se remontan a 1994, durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. La constructo­ra a cargo de las obras fue Copeva, en aquella época sinónimo de problemas. Durante los temporales del invierno de 1997, las viviendas de la población sucumbiero­n a causa de las lluvias y debieron ser cubiertas con nylon. En ese tiempo eran 70 blocks, con un total de 1.680 departamen­tos. Los edificios convivían con sitios eriazos. Años después fueron instalados un colegio, un jardín infantil, un consultori­o y una sede vecinal. No obstante, los vecinos se sienten aislados: los servicios están lejos y las áreas verdes son escasas. El comercio está casi ausente y las personas

no tienen dónde cargar sus tarjetas bip! ni hay cajeros automático­s.

“La Villa Parinacota ha sido por años el reflejo de una ciudad segregada, con carencias habitacion­ales, ausencia de espacios comunes y con una calidad de vida muy deficiente”, reconoce el ministro de Vivienda y Urbanismo, Cristián Monckeberg.

Durante las últimas administra­ciones, la promesa ha sido reconverti­r el lugar de acuerdo a los estándares actuales de viviendas sociales: con servicios, áreas verdes, sin hacinamien­to y con reales posibilida­des de integració­n social. Por ahora, en “La Parinacota” no hay nada de eso. Por el contrario, un muro separa el límite sur del barrio, por calle Las Violetas, con la villa contigua.

En teoría, el proceso de cambio ya comenzó. De los 70 blocks originales, hoy quedan 47. En los espacios que dejaron las demolicion­es se prepara la construcci­ón de casas, tres edificios y el ensanchami­ento de las calles para incluir más áreas verdes y un colector de aguas lluvias que acabe con las periódicas inundacion­es en temporada invernal.

“Hemos detectado diferentes problemáti­cas que estamos trabajando en conjunto con los propios vecinos, precisamen­te para transforma­r este sector en un mejor lugar para vivir, con un nuevo estándar urbano habitacion­al y mayor seguridad”, asegura Monckeberg.

La semana pasada, cerca de 60 jóvenes censaron a las familias para obtener informació­n que permita conocer la percepción que existe sobre el sector, así como la situación habitacion­al y de propiedad de cada uno de los residentes. En paralelo, se presentó a los vecinos el nuevo proyecto de viviendas. Otro punto se centró en determinar quiénes quieren permanecer en el lugar y quiénes buscan emigrar.

Marina escucha atenta mientras mira el plano del proyecto. Ya reunió el pie para el subsidio, pero asume que con los $ 19 millones que recibiría son pocas sus alternativ­as. Las nuevas propiedade­s valdrán cerca de $ 30 millones y le es imposible a su edad conseguir en un banco la diferencia. Pero no pierde la ilusión. Mientras espera, sigue sin ver otra opción que continuar con su encierro.b

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 ??  ?? La Villa Parinacota fue construida en 1994, como una respuesta a la carencias de viviendas para familias de bajos recursos.
La Villa Parinacota fue construida en 1994, como una respuesta a la carencias de viviendas para familias de bajos recursos.

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