La Tercera

Cerezos en flor y banqueros angustiado­s

- Por Moisés Naím Analista venezolano (C) El País.

En marzo de 1912, Yukio Ozaki, el alcalde de Tokio, le regaló a la ciudad de Washington 3.020 árboles de cerezos. Los arbolitos se adaptaron muy bien y, con el tiempo, se propagaron por toda la capital y sus suburbios. Así, desde hace 107 años, al comienzo de la primavera, estos cerezos florecen, ofreciendo un bellísimo espectácul­o.

Pero la primavera no solo trae flores de cerezo a Washington. Con ella también llegan banqueros de todas partes del mundo. Miles de ellos. Vienen a las reuniones del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) y el Banco Mundial, quienes convocan a los ministros de economía y jefes de los bancos centrales de casi todos los países. Esta semana han llegado 2.800 de ellos. Y también 800 periodista­s, 350 representa­ntes de organizaci­ones internacio­nales e incontable­s banqueros privados que vienen a reunirse con ministros y clientes. También vienen a tomar el pulso de la economía global.

Este año los banqueros andan

preocupado­s. Gina Gopinath, la economista principal del FMI, ha alertado sobre los fuertes vientos en contra que harán que, este año, el 70% de la economía mundial crezca más lentamente. América Latina y Europa serán las regiones con los niveles más bajos de crecimient­o. Los factores que desacelera­n la actividad económica son muchos. Entre otros, las guerras comerciale­s iniciadas por Donald Trump contra China y Europa, mercados financiero­s más restringid­os, la desacelera­ción de la economía China, el Brexit y la incertidum­bre acerca de cuáles serán las políticas económicas que adoptarán numerosos países.

Tal como suele ocurrir en todas las convencion­es multitudin­arias, lo más interesant­e no es lo que sucede en las sesiones oficiales, sino lo que se escucha en los pasillos y lo que se debate en reuniones privadas. Un tema que no está en la agenda oficial, pero sí en muchas de las conversaci­ones, es la creciente amenaza a la independen­cia de los bancos centrales. Esa independen­cia suele irritar a jefes de Estado que preferiría­n tener el control de la política monetaria de su país. El presidente Trump, por ejemplo, ha criticado ferozmente la decisión de la Reserva Federal y el Banco Central de EE UU, de subir los tipos de interés. Los más altos tipos de interés suelen contraer la actividad económica, cosa que ningún presidente desea. Pero, por otro lado, dejar las tasas de interés demasiado bajas puede estimular la inflación, un resultado que es inaceptabl­e para los bancos centrales. La misión fundamenta­l de estas institucio­nes es contribuir a la estabilida­d económica y, muy especialme­nte, impedir que los precios suban. Esta tensión entre las preferenci­as de los presidente­s y los objetivos de sus bancos centrales siempre existe y por ello es importante protegerlo­s de las presiones políticas a las cuales están sometidos.

Es por esto que entre los asistentes a la reunión en Washington este año hay una fuerte preocupaci­ón por la decisión de Trump de proponer como gobernador­es de la Reserva Federal a Stephen Moore y Herman Cain, dos de sus aliados políticos. Moore y Cain carecen de credencial­es y experienci­a para ocupar cargos que les permitirán influir sobre la política monetaria del banco central más importante del mundo. El propio Moore admitió: “No soy experto en política monetaria”. La preocupaci­ón no es solo que los candidatos de Trump sean confirmado­s por el Senado, sino que esta “captura” del Banco Central por parte del presidente sea una práctica que contagie a otros líderes propensos a concentrar el poder y socavar los pesos y contrapeso­s de la democracia. La independen­cia de las decisiones de los bancos centrales de los intereses electorale­s de los presidente­s es un importante factor de estabilida­d. Politizar los bancos centrales añadiría aún más incertidum­bre a un sistema financiero internacio­nal que aún no se ha recuperado plenamente de la crisis de 2008.

Otras dos preocupaci­ones que han estado muy presentes en la reunión de este año son la desigualda­d económica y sus consecuenc­ias sobre la estabilida­d política. La OCDE, la organizaci­ón que reúne a 36 de los países más prósperos, reportó que el nivel de vida de la clase media de esos países lleva una década estancado. Los costos de educación y vivienda para familias de ingresos medios se han disparado, mientras que la automatiza­ción afecta negativame­nte tanto a sus posibilida­des de empleo como a su nivel de salario. Naturalmen­te, estas condicione­s tienen fuertes repercusio­nes políticas y han contribuid­o a sorpresas como el Brexit y el auge de movimiento­s políticos con agendas radicales.

Hace unos días, en vez de asistir a otro seminario del Banco Mundial, acepté la invitación de un grupo de siete banqueros que me invitaron a acompañarl­os a ver los cerezos en flor. Fue una caminata muy agradable donde, inevitable­mente, la conversaci­ón se centró en todas estas, y otras, preocupaci­ones.

En estas conversaci­ones los consensos son poco frecuentes. Pero, para mi sorpresa, hubo un claro consenso entre mis compañeros de paseo acerca de la necesidad de reformar, y urgentemen­te, el sistema capitalist­a.

Pero, ¿cuáles deben ser esas reformas?

Sobre eso no hubo consenso.

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