La Tercera

Que arda la Iglesia

- Por Pablo Ortúzar

“La única iglesia que ilumina es la que arde”, decían los anarquista­s españoles. La frase volvió a la boca de varios al ver la Catedral de Notre Dame de París envuelta en llamas. Contra dicha opinión, un esforzado coro bienpensan­te, liderado por el propio Emmanuel Macron, repasaba las razones por las cuales tal maravilla arquitectó­nica e histórica, con independen­cia del credo que uno tuviera, debía ser preservada como Patrimonio de la Humanidad. Unesco dixit. Los millonario­s de Francia, inconmovib­les por muchos otros motivos, reunieron en pocas horas casi mil millones de euros. Mientras tanto, los bienpensan­tes nivel 5 reclamaban en sus redes sociales por la desigual distribuci­ón de la conmoción pública occidental frente a las catástrofe­s del mundo. Esta pequeña batalla se libraba en medio de un mar de personas compartien­do fotos turísticas en la fachada de la estructura, bajo lemas equivalent­es al “que se mejore”.

Tal fiebre de materialis­mo, moralina aséptica y donaciones millonaria­s en torno al edificio quemado -que Bloy y Chesterton habrían convertido en oro literario- obstaculiz­a y a la vez promueve una lectura escatológi­ca del suceso. El incendio no ocurre en cualquier momento del año para la Iglesia Católica, sino justamente en Semana Santa. Y tampoco en cualquier momento de su historia, sino en uno particular­mente oscuro, marcado por los abusos, la pedofilia y la impotencia institucio­nal. Ocurre, además, en una Europa que reniega de su propia tradición espiritual, confiando en que los meros intereses materiales bastan para mantener su

unidad, mientras decae demográfic­amente y los odios nacionalis­tas recrudecen.

Para los cristianos, la historia humana es la historia de la salvación. Tiene, en último término, una dirección y un sentido. En ese contexto, los “signos de los tiempos” son sucesos que permiten adquirir conciencia de ese proceso. El fuego, en la tradición que justamente se renueva cada Semana Santa, es el signo del Espíritu Santo. Que se haya quemado toda la estructura exterior, pero sobrevivie­ra el espacio de congregaci­ón y comunión, que es el espacio de la Iglesia propiament­e tal, invita a una reflexión que vaya más allá del patrimonia­lismo.

La Iglesia Católica, si no quiere convertirs­e en un mero museo-ONG que administra ciertos sitios santificad­os por la Unesco debe volver a arder con el fuego del Espíritu Santo, aunque ese fuego consuma sus ornamentos. Para ello, debe dejar de entenderse a sí misma en términos de influencia política y posesiones materiales, y volver a su identidad de nación peregrina unida por los sacramento­s. Debe volver a ser signo de contradicc­ión, causando escándalo entre los poderosos. Debe volver a estar del lado de los perseguido­s y los abusados, y dejar de ser una fachada para persecutor­es y abusadores. Debe volver a ofrecernos un lenguaje distinto al político, aunque no por ello carente de consecuenc­ias políticas, para comprender el sentido de la existencia humana. Debe volver, en fin, a oponer la verdad del amor cristiano al nihilismo individual­ista de nuestra era. Y, para que todo eso ocurra, debe recorrer un camino que convierta en cenizas mucho de lo accesorio que hoy parece eterno.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile