De nuevo la U. de Chile
Tres son los lances recientes que han vuelto a marcar a la Universidad de Chile como un lugar sectario y violento: (1) el que en su Escuela de Derecho una funa intentara acallar a un profesor por expresar sus ideas; (2) que le siguiera una modificación sesgada a los estatutos del centro de estudiantes de esa misma facultad, pasando a llevar reglas de convivencia y mutua tolerancia entre alumnos; y (3) que, en Ciencias Sociales, una alumna de derecha sea objeto de reiteradas agresiones porque su mera presencia ofendería la “sensibilidad” mayoritaria de izquierda. Sigue prosperando este virus discriminatorio y la UCH, hoy dudosamente pluralista y dialogante, tendría sus días contados.
Sus autoridades podrán haberse visto urgidas de tener que dar explicaciones por primera vez en mucho tiempo, pero insisten en una serie de argumentos-tipo para librarse de la incomodidad y pasar el chaparrón: nada es tan grave que se deba condenar (sí, “lamentar”); hechos que pueden constituir “noticia” serían aislados, no representativos (el llamado bullying existe en toda la sociedad chilena); la universidad “respeta” la autonomía de sus estudiantes (aun cuando paralicen y violenten); hay que entender también que sus procedimientos internos son corporativos (aun cuando no arrojen sanciones o mejoras); muchos medios periodísticos “odian a la Chile” (y es una pena tener que leerlos a diario); harían bien los chilenos en enterarse de lo espléndidamente cotizada “en la región” que está la universidad según algunos rankings de revistas (a las que son proclives el rector, los vicerrectores y decanos); lo que es los académicos debieran remitirse a los “folletos” publicitarios y plataformas digitales con que esta “repartición pública” mantiene en alto su esprit de corps; y, por cierto, nunca olvidaremos cuán “desatendida” como institución nos tiene sometidos el Estado desde Pinochet (ergo, denos más plata y estaremos incluso mejor); “Egresado, maestro, estudiante,/ vibre entera la Universidad,/ bajo el blanco y ardiente estandarte/ que levanta la ciencia y la paz…”.
La Universidad de Chile y el Congreso Nacional son las principales instituciones creadas en el siglo XIX. En ambos casos, su propósito fue canalizar el disenso erigiendo un espacio plural de todos (no “de todes”) en donde dirimir conflictos. Político-culturales, las pugnas que dieron lugar a esta casa de estudios; político-partidistas, las que mantuvieron en vela al Parlamento. Un decano decía en estos días “tenemos algunas cosas que mejorar”. Se queda corto. Los desafíos siempre han sido mayores: ¿Asumen su responsabilidad las autoridades? ¿Dan garantías de que se respetan las diferencias, el buen trato y la excelencia académica? Y, ¿será creíble que, “a la sombra de Bello”, ya se ilumina “el perfil de una América nueva”?