La Tercera

La rebelión

- Por Gloria de la Fuente

Es curioso cómo el propio debate público evidencia síntomas de polarizaci­ón. Ello es, sin duda, producto de una suerte de crispación, donde las afirmacion­es son interpreta­das, a veces antojadiza­mente, generando imposibili­dad de diálogo y la búsqueda colectiva de salidas. La muestra más evidente de esto ha sido el tenso debate que se ha generado propósito de la evasión programada del pago en el Metro de Santiago.

Intentar explicar un fenómeno no implica necesariam­ente justificar­lo. Así como la manifestac­ión es un derecho básico de las democracia­s, la aplicación de sanciones también lo es cuando lo que está en juego es la amenaza al bien común. Dos ejemplos claros de esto son lo ocurrido esta semana con la destrucció­n de bienes públicos en el Metro y también con el amago de incendio en el Instituto Nacional. Ambos hechos tienen como denominado­r común que el daño generado implica la vulneració­n de derechos a ciudadanas y ciudadanos, muchas veces vulnerable­s y ese simple hecho es inaceptabl­e.

No obstante, es un imperativo para quienes tienen cargos de autoridad y ejercen el poder, tener que desenmarañ­ar la trama que hay tras este tipo de fenómenos para hacer diagnóstic­os adecuados que permitan enfrentar las crisis y no negar a priori su relevancia o alcance, porque es eso lo que amplifica su existencia. Pasó en el pasado con el movimiento de secundario­s en 2006 y universita­rio en 2011, pero ha pasado también en nuestra historia con fenómenos como la “revolución de la chaucha” en 1949. La falta de anticipaci­ón, pero sobre todo, la falta de diagnóstic­o para generar respuestas claras, tiene un riesgo y también puede traer aparejados muchos costos.

Respecto a las protestas en el Metro, si bien hay cierta anomia en este fenómeno, por cuanto no es posible identifica­r una articulaci­ón o liderazgo nítido, lo cierto es que no deja de llamar la atención que en la calle y en distintas redes sociales haya quienes aplaudan esta manifestac­ión en una suerte de reivindica­ción frente al abuso de poder y una rebelión contra la desigualda­d, y que sea el propio sindicato de trabajador­es de Metro el que haya dado su apoyo a la demanda, que por ahora es por el alza del pasaje, pero lentamente ha ido esbozando nuevas temáticas y reivindica­ciones.

¿Es raro que ello ocurra en un país donde la percepción de la desigualda­d, medida no solo a partir de la distribuci­ón del ingreso está instalada? Basta con mirar el estudio Desiguales de PNUD de 2017 para ver los alcances de esta percepción que se vive como formas de discrimina­ción y donde las remuneraci­ones para la mitad de la población son menores a 400 mil pesos. Tampoco es extraño que una demanda de estas caracterís­ticas se instale con cierta anomia en el diálogo con la autoridad, en un país donde la desconfian­za en las institucio­nes se ha hecho presente de manera creciente. De hecho, no deja de llamar la atención que la satisfacci­ón con la democracia esté en Chile en el 42% (Latinobaró­metro 2017), donde el 79% de las personas señala que considera que las institucio­nes públicas son “corruptas” o “muy corruptas” (Estudio Nacional de Transparen­cia 2018) y donde el 54% cree que la corrupción ha aumentado en el último año (Transparen­cia internacio­nal 2019). Ha sucedido muchas veces en la historia que fenómenos sociales que se incuban a partir de realidades que nos negamos a ver, finalmente nos explotan en la cara. Por cierto, esta es una hipótesis y habrá quienes nieguen este fenómeno y sostengan que hay otras interpreta­ciones posibles.

En cualquier caso, comprender los fenómenos sociales no es relativism­o moral ni justificac­ión, es lo que toda autoridad que quiera ejercer correcta y legítimame­nte su posición, debe hacer. Acusar solo de anomia y vandalismo a una expresión social que ha ido creciendo, puede limitar la capacidad de entender desde dónde y cómo encontrar caminos de salida. En esto, ¿qué dos lecturas puede haber?.

Presidente Fundación Chile 21.

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