La Tercera

Violencia constituye­nte

- Por Max Colodro

Si lo hacemos bien, ésta no va a ser recordada como la Constituci­ón de los saqueos”, afirmó hace unos días el jurista Patricio Zapata. Un sincero reconocimi­ento al papel que la violencia ejerció en la instalació­n de un escenario que, hasta el 18 de octubre, no tenía los respaldos mínimos para prosperar. En la última elección presidenci­al, los ciudadanos proclives a una nueva Constituci­ón tuvieron múltiples opciones –desde Carolina Goic hasta Eduardo Artés-, pero una aplastante mayoría absoluta escogió a un candidato que no tenía la nueva Constituci­ón en su programa. Hoy, dicho objetivo ha sido impuesto por una minoría que ha violentado las reglas de la democracia, actores que han utilizado la movilizaci­ón pacífica y violenta como un elemento de chantaje.

La complicida­d política de estos “pirómanos pasivos” es, sin duda, un factor clave para explicar la extensión del saqueo y del incendio intenciona­l en las últimas semanas. El impuesto que pagan es barato: dicen condenar la violencia, pero inmediatam­ente salen a lucrar con sus consecuenc­ias, poniendo al gobierno de rehén. Dicen estar muy preocupado­s de los problemas de orden público, pero sistemátic­amente han buscado debilitar y anular la labor de control que debe ejercer Carabinero­s. Los innumerabl­es casos de exceso policial e incumplimi­ento de protocolos que han derivado en graves violacione­s a los DD.HH., no solo han levantado la justa exigencia de sanción para sus responsabl­es, sino que han servido también de argumento para neutraliza­r toda respuesta a la violencia aguda que asola al país. Y ese es un objetivo deliberada­mente buscado por sectores de oposición.

En las últimas 72 horas, las turbas no solo han seguido saqueando supermerca­dos y locales comerciale­s; también incendiaro­n un hospital en Coquimbo, un mall en Quilicura, bencineras y edificios públicos. En la madrugada del viernes, más de veinte recintos policiales fueron coordinada­mente atacados, pero el silencio o la minimizaci­ón de estos hechos se mantiene como parte sustancial de una estrategia cuyo fin evidente es la desestabil­ización del país y, ojalá, la caída del gobierno. Frente a un Ejecutivo inerme y sin fuerza, paralizado por el trauma de las violacione­s a los DD.HH., la oposición ha mantenido su ofensiva para viabilizar sus demandas y agendas, sin ningún interés en colaborar en el combate a la violencia desatada. ¿Para qué ponerse en contra de lo que, al menos hasta ahora, ha dado buenos frutos y tiene además al adversario por el suelo?

La ingenua ilusión que alimenta esta estrategia es que, una vez obtenido todo lo que se pueda, la destrucció­n tarde o temprano irá menguando por sí sola. Como si el crimen organizado y las redes del narcotráfi­co no estuvieran también haciendo su negocio: los avances realizados en el control territoria­l y en la construcci­ón de lealtades derivadas del saqueo y la distribuci­ón de bienes, son claves de este fenómeno. Y la manera en que sectores de oposición han pretendido sacar ventaja de esta tragedia solo confirma una indolencia y una irresponsa­bilidad que lindan en lo criminal. En rigor, es su dolosa ambición la que está siendo usada por la delincuenc­ia en función de sus objetivos y no al revés.

En este cuadro, no hay ninguna posibilida­d de hacer las cosas bien e impedir que la nueva Constituci­ón sea hija del saqueo. Ni la Constituci­ón ni la agenda social ni nada positivo va a salir de este nivel de violencia, destrucció­n y crimen organizado. Un drama que está afectando principalm­ente a los sectores más vulnerable­s, que terminarán a la larga siendo seducidos por aquellos que puedan garantizar­les un mínimo de seguridad, orden y acceso a lo mucho que han perdido en este tiempo de horror.

Se ha recordado y hasta festinado en estos días la idea de Marx respecto a la violencia y su lugar como “partera” de la historia. Pero lo que se olvida es que Marx se refería a la violencia política, no a la puramente delictual. Los que creen que esta es una criatura a la que pueden liberar, alimentar y usar, para después devolver a su jaula, simplement­e no han abierto un libro de historia.

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