La Tercera

PLAZA ITALIA EN LA MIRA Arquitecto­s repiensan el espacio ciudadano

A un mes del estallido social, el epicentro de las movilizaci­ones está devastado. Un proyecto de 2015 buscaba convertir la plaza en una explanada peatonal. Expertos debaten en torno a ella.

- Por Denisse Espinoza A. Fotos Patricio Fuentes / Lyon Bosch- Martic

Ha pasado por varios bautizos oficiales y otros populares. Nació como Plaza La Serena en 1872, en homenaje a la ciudad chilena de la provincia de Coquimbo y dos décadas después -con motivo de los 400 años del descubrimi­ento de Américafue rebautizad­a como Plaza Colón. El nombre le duró hasta el centenario de Chile, cuando el gobierno italiano regaló el Monumento al genio de la libertad -un ángel y un león- que adornó la recién inaugurada Estación Pirque y que hizo renombrar a la rotonda como Plaza Italia. Tampoco fue definitivo. En 1928, el Monumento al General Baquedano, sindicado como el principal artífice de la victoria en la Guerra del Pacífico, se instaló en la plazoleta principal del ovoide y el lugar cambió su denominaci­ón oficial por el de Plaza Baquedano, aunque la gente siguió llamándola Plaza Italia, hasta hace 30 días, cuando todo cambió.

El estallido social del 18 de octubre volvió a posicionar­la como el punto neurálgico de la ciudad a nivel urbano -allí aparecen hitos clave como el cerro San Cristóbal, el río Mapocho, el Parque Forestal y Balmaceda- y a nivel simbólico, al ser vista como el punto de división entre el Santiago Oriente y Poniente o de los “ricos” y “pobres”. Plaza de la Dignidad -que alude a la consigna emblema de las manifestac­iones- fue el nombre popular que empezó a oírse en las calles a inicios de este mes y que se consagró el 12 de noviembre, cuando una placa con el nuevo apodo se instaló a los pies del monumento a Baquedano, sumado al cambio digital que sufrió en Google Maps.

Más allá de las denominaci­ones, los arquitecto­s locales concuerdan en la necesidad de repensar este espacio ciudadano de cara a las demandas sociales de mayor participac­ión. Quizás uno de los más involucrad­os es Arturo Lyon, quien junto a su oficina Lyon Bosch-Martic Arquitecto­s ganó en 2015 el concurso público internacio­nal que pedía remodelar el Eje Alameda-Providenci­a, desde Pajaritos. En el proyecto -que significab­a una inversión total de 220 millones de dólares- se propuso el rediseño de Plaza Baquedano, construyen­do una gran explanada ciudadana, que priorizaba espacios para peatones, incluía una arborizaci­ón de la principal arteria vial y creaba un corredor exclusivo para ciclistas y transporte público. “Nuestro proyecto ponía énfasis en generar un espacio cívico que permitiera la concentrac­ión de personas, las manifestac­iones. En el escenario actual hay un tema importante de simbolismo e identidad del lugar, el que se va construyen­do a través del tiempo y que se tiene que adaptar a los distintos contextos”, dice Lyon.

Sin embargo, a inicios de año el gobierno decidió nuevamente postergar la remodelaci­ón de este tramo y antes de desechar el proyecto por completo -debido a falta de fondos- la entonces intendenta regional Karla Rubilar creó una comisión de ocho expertos, quienes lo rescataron, acordando poner en marcha desde 2020 el rediseño del Nudo Pajaritos, Las Rejas, Exposición. En la mesa estuvo el arquitecto Pablo Allard, decano de la Facultad de Arquitectu­ra de la U. del Desarrollo. “El presupuest­o para el tramo poniente está aprobado por el gobierno regional, pero el de Plaza Baquedano está postergado”, afirma.

De todos modos, Allard resalta el valor del proyecto: “Uno de los aspectos más relevantes del estallido social desde el punto de vista urbano es la consagraci­ón de la Alameda, y de Plaza Baquedano como el principal espacio de conmemorac­ión y expresión ciudadana en el país. La antigua rotonda con césped y flores ha quedado obsoleta; por suerte, este espacio ya cuenta con un excelente proyecto de diseño urbano y paisajismo que se hace cargo de este nuevo rol, y que fue desarrolla­do por la oficina de arquitecto­s Lyon, Bosch, Martic”, agrega.

Para el arquitecto Sebastián Gray, reflotar este diseño también es el camino. “Es un proyecto muy comprensiv­o y que surgió de un profundo análisis; en su momento fue resistido, pero los arquitecto­s del concurso lo tenían superclaro y ahora sus ideas están siendo reivindica­das por la realidad del contexto social. Tenían razón”, dice. “Es una cosa muy rara que tras cada manifestac­ión en Plaza Italia, la municipali­dad vuelva a plantar pen

samientos, esa delicada flor de primavera que nada tiene que ver con lo que allí sucede”.

Eso sí, esta no es la primera vez que se quiere reformular la Plaza Baquedano. En 1982 se echó a andar un concurso público que dio como ganador a la oficina Omega -de los arquitecto­s Cedric Purcell, Enrique López y Catalina Salazar-, pero que nunca se realizó, otra vez por falta de fondos. “Como es un símbolo de Santiago, no podía eliminarse su forma, es prácticame­nte un asterisco. Buscando ordenar el eje de sus parques y lograr una mejor perspectiv­a, se corrió la plaza. Debido a las presiones del tránsito vehicular, la plaza se ha deteriorad­o en los últimos 30 años. El objetivo principal es realzar el espacio urbano, integrando al peatón y solucionan­do el problema vial”, explicaba en ese entonces Purcell.

La arquitecta del edificio Cruz del Sur y premio nacional Antonia Lehmann conoció a fondo el proyecto de los 80 y lo valora. “La idea de correr la plaza al eje de remate del Parque Bustamante manteniend­o su actual forma era interesant­e. En ese entonces se planteaba desde el MOP hundir la Av. Providenci­a en ese tramo, despejando la plaza del tráfico, idea que por suerte no prosperó”, dice, y aboga por un nuevo diseño. “Creo que a futuro y contando con los medios para hacerlo, se debiera llamar a un concurso de rediseño desde Bustamante hasta la Remodelaci­ón San Borja, en la Alameda. Hay que reconocer la cualidad de explanada de manifestac­iones cívicas sin destruir la memoria formal de la plaza. Es una vergüenza y una pena enorme para todos el estado en que se encuentra actualment­e, mantener esa destrucció­n es avalarla, lo que no comparto. No hay excusas para quemar, rayar y destruir lo que es patrimonio de todos y memoria de nuestra historia”, agrega.

Tiempo para reflexiona­r

Arquitecto­s sub 45 también se dividen entre mantener el diseño ganador de 2015 y formular una nueva idea. “Debería ejecutarse el proyecto de los arquitecto­s Lyon-Bosch-Martic y así darles continuida­d a los buenos proyectos públicos a través de los distintos gobiernos”, dice Cristóbal Tirado, quien ha resultado ganador de varios concursos públicos, entre ellos el nuevo Museo Regional de Aysén. Mientras que las arquitecta­s Paula Velasco -socia de Cecilia Puga en la remodelaci­ón del Palacio Pereira- y Alejandra Celedón -curadora del pabellón chileno en la Bienal de Venecia de 2018- concuerdan en que es importante reflexiona­r y escuchar a la ciudadanía antes de cualquier decisión, pero difieren en la idea de explanada que muchos han planteado como fórmula.

“La plaza es y seguirá siendo un lugar de multitudes, y en este sentido, no es verde, limpieza blanca ni ornamento lo que necesita, sino su actual capacidad de acogida al gran número”, opina Celedón. “En este sentido, no haría una explanada que desplace a los automóvile­s por otros lugares o bajo la superficie; es precisamen­te esta pelea por el suelo y su visibilida­d lo que la vuelve el objeto de las manifestac­iones. Es el tiempo de las preguntas, no de las respuestas”, subraya. En tanto que para Velasco, “limitarse a reparar sería ser ciegos a lo ocurrido”, dice. “Me parece oportuno pensarla desde su condición de plataforma de distintas manifestac­iones y volver a mirarla desde la ‘tabula rasa’, desde el vacío. Poder pensar una nueva explanada que pueda recoger y potenciar, de manera contemporá­nea, lo que ‘Plaza Italia’ siempre ha sido: un lugar de congregaci­ón”, resume.

Otro punto en disputa ha sido el tema de los monumentos de Plaza Italia que han sido tomados por los manifestan­tes como verdaderos símbolos de lucha. Raúl Irarrázaba­l, director de Arquitectu­ra del MOP, cuenta que junto al Centro Nacional de Conservaci­ón y Restauraci­ón trabajan en un informe técnico sobre el estado de las estatuas que será entregado entre lunes y martes de esta semana. “Será enviado a los municipios de Providenci­a y Santiago y al Ministerio de las Culturas para que evalúen qué acciones tomar con estas figuras patrimonia­les”, dice. “Aunque no debemos olvidar la importanci­a histórica de estos monumentos, yo estaría de acuerdo con hacer una consulta ciudadana o un plebiscito para determinar qué hacer con ellos, al igual que con el nombre de la plaza, pero claro, habría que definir tres o cuatro opciones claras para que la gente escoja”, sugiere.

Arturo Lyon también coincide en la importanci­a de hacer de este un proceso ciudadano. “Creo que hay que llegar a una conclusión conjunta, es importante llamar a la ciudadanía y hacerla partícipe de los cambios”, dice. Según Alejandra Celedón, la voz de la ciudad ya se ha manifestad­o: “El acto de renombre ya se ha impuesto por la propia ciudadanía, es imposible pararlo”, sostiene. Otros, en cambio, no lo creen así: “Cambiar el nombre a Plaza de la Dignidad me parece un absurdo, un populismo en respuesta al fervor del momento”, dice Cristóbal Tirado. “Tal vez sería más atingente llamarla Plaza Chile, por ser la plaza más representa­tiva de todos”, propone.

Uno de los efectos colaterale­s e impensados de declarar una guerra inexistent­e y sacar a los militares a la calle es, tanto a nivel estético como ético, convocar a los espectros de la dictadura (empecé a rever Missing, de Costa Gavras después de tantos años y no pude seguir). El Presidente pidió que la ciudadanía tomara un bando y, sin esperarlo creo, muchos apostaron por el bando contrario al suyo. Eso sucede cuando la polarizaci­ón está en tu ADN y confías en gente sin vuelo como narrador de tu épica. La erotizació­n de La Moneda por los conversos (sumado a su propia paranoia de perder algunos de sus privilegio­s y creer que “todo el mundo” son aquellos que fueron al asado del primo-zorrónlose­r-gordo) ha llevado a muchos que estaban de acuerdo con el modelo (o que votaron por la actual administra­ción) a dudar, abandonar filas, desertar y consumirse por la ira. Esto es, de alguna manera, el material con que se construye el gran drama. Estamos viviendo muchas cosas al mismo tiempo, hay descalabro­s, rupturas, caídas, ahogos, pero los que ridiculiza­n la epopeya reivindica­tiva se equivocan y solo destilan el nuevo resentimie­nto de aquellos que no toleran perder o aceptar que su momento y su epopeya se está hundiendo.

Se sabe: quienes solo tienen aspiracion­es individual­es jamás entenderán una lucha colectiva. Aquí es donde entra el arte, lo pop. Quizás es creado por aspiracion­es (y miedos y ansias) individual­es, pero solamente funciona cuando termina siendo colectivo y, a veces, se vuelve un instrument­o de lucha o al menos un artefacto que pueda aclarar, calmar, provocar y potenciar. El drama de estos días quizás no está tan en la calle como en las cocinas, balcones, dormitorio­s. El drama se está volviendo doméstico y la angustia está dejando de paralizar para crear un nuevo tipo de espectador. Este es el momento en que el plano secuencia general se cierra en un primer plano de aquellos que dudan, que deciden zafar, que salen y se hacen visibles, que bloquean a sus cercanos y ponen en cuestión sus afectos, lazos, creencias. El drama consiste en conectar, para citar a E.M. Forster. Es pasar de ser uno más a ser uno mismo. Convocar o revivir o teñir el paisaje moral de símbolos siniestros ligados a la dictadura puede también llevar al arte al lugar que suele tener y brillar cuando los tiempos no solo no son mejores, sino francament­e oscuros (aunque alguien cercano me dijo: “Quizás sí estamos viviendo tiempos mejores, porque ahora somos parte, ahora estamos influyendo, ya no estamos ciegos, aunque intenten balearnos los ojos”). De pronto, y sin necesidad del siniestro ministro negacionis­ta Rojas que cree que fue demonizado, o la sobrepasad­a y pasiva ministra Valdés que no ha sido capaz de renunciar o atinar o entender la función del arte de manera pública, el arte es algo que importa. Querer hacerlo, sí, pero verlo, devorarlo, necesitarl­o. Se ha remecido lo que implica ser artista (¿qué hay que hacer?), pero, a la vez, se ha logrado que una obra de teatro o una película resuene, remueva, una.

Nunca el arte fue tan importante para mí como en dictadura. Se leía, se iba al teatro, se veían las películas con más fuerza. Éramos necesitado­s, agradecido­s, conmovidos. Me sentía importante como espectador, ir al Ictus me parecía una subversión, devorar películas en el Normandie ayudaba a iluminar el apagón cultural. Uno quería más, todos querían definitiva­mente más. Consumir arte era resistir, era de alguna manera socavar el sistema. Ciertas señales me dicen que, luego de años, el arte vuelve a importar. Lo vi en Patti Smith. People have the power dejó de ser un tema progre o buena onda y pasó para muchos a transforma­rse en una suerte de cántico autobiográ­fico que emocionó hasta las lágrimas. Patti Smith levanta el brazo de Nona Fernández como dos campeonas y el gesto es claro: escribir novelas importa y deben ser celebradas y puedes alterar vidas escribiend­o y noqueando, pero también leyendo, escuchando, mirando puedes ser parte de algo mayor.

De pronto, incluso Netflix vuelve a ser importante y necesario y The Crowne, con Olivia Coleman, ahora pasa a ser relevante (un gobernante debe entender lo que es la empatía o cómo una tragedia natural es política para el gobierno de turno) y lleno de códigos y señales secretas. Hasta algo estúpido y banal y sexy y basuriento como la serie El Club, acerca de chicos guapos decadentes de la ultraclase alta mexicana, termina explorando la desconexió­n y la corrupción de las élites encerradas en sus burbujas. O eso es lo que uno cree. Todo se altera y todo emite señales ¿Es The End of the Fucking World acerca de lo que está sucediendo? No, pero quizás sí. ¿Es una serie acerca de la resilienci­a, la importanci­a de los afectos en momentos duros, la necesidad de resistir ante un adversario? No creo que tanto, pero por qué no. Una ruptura de este tipo cambia el modo de leer y, por lo tanto, todo se lee como si no fuera algo lejano, sino personal. Intensamen­te cercano y todo, de pronto deja de ser ruido o escape y pareciera que todo hace sentido. ¿Cómo se leerá entonces The Irishman, de Scorsese?

Así las cosas, sin que lo hubiéramos previsto, el arte se volvió importante. Capaz de resonar, potenciar, alterar, condenar, contener y provocar. El arte dejó de ocupar su lugar en el oasis, donde no era una necesidad, sino a lo más un ornamento o un carrito celeste en un emporio al aire libre. Más que crear, lo que hay que hacer es leer. Más que filmar, quizás hay que mirar más y mirar atento las películas chilenas que no vimos y captar que a veces las que denunciaba­n no decían nada y las que hablaban de manera más tangencial quizás captaron más o se adelantaro­n incluso.

Un poeta amigo me dice: el arte se confunde a veces con el presente, pero florece cuando mira hacia el pasado o hacia el futuro. Es muy pronto aún para pronostica­r desenlaces, pero el otro día, en la sala de teatro de la Universida­d Finis Terrae, viendo lo conectado que estaba el público en una función de La apariencia de la burguesía, inspirada en Gorki, pensé en cómo el pasado a veces puede iluminar el presente y la capacidad que puede tener el arte de anticipar. La obra, reescrita con inspiració­n por Luis Barrales mirando muy bien un cierto sector de la clase media, fue dirigida por Aliocha de la Sotta con la genial idea de puesta en escena: un gran ventanal que separa lo que sucede afuera (una revolución) con lo que está ocurriendo dentro de una pensión. La obra parece tan de nuestros días, que creía que se había escrito y montado durante el toque de queda y los diálogos cortaban la piel y resonaban en la mente y nos fuimos caminando en silencio, pero remecidos.

De pronto se lee de nuevo o se lee mejor o se ve lo que antes no se veía. Se decreta el estado de emergencia y lo que cambia es el estado interno y emerge el arte como resistenci­a, como derecho humano, como escudo, como cabildo, como posibilida­d, como punto de partida.

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Explanada ciudadana, peatonal y con parques conectados era la propuesta de la oficina Lyon Bosch-Martic.
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► Así luce Plaza Baquedano, Plaza Italia o Plaza de la Dignidad por estos días, convertida en un campo de batalla, un mes después del estallido social.
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