PLAZA ITALIA EN LA MIRA Arquitectos repiensan el espacio ciudadano
A un mes del estallido social, el epicentro de las movilizaciones está devastado. Un proyecto de 2015 buscaba convertir la plaza en una explanada peatonal. Expertos debaten en torno a ella.
Ha pasado por varios bautizos oficiales y otros populares. Nació como Plaza La Serena en 1872, en homenaje a la ciudad chilena de la provincia de Coquimbo y dos décadas después -con motivo de los 400 años del descubrimiento de Américafue rebautizada como Plaza Colón. El nombre le duró hasta el centenario de Chile, cuando el gobierno italiano regaló el Monumento al genio de la libertad -un ángel y un león- que adornó la recién inaugurada Estación Pirque y que hizo renombrar a la rotonda como Plaza Italia. Tampoco fue definitivo. En 1928, el Monumento al General Baquedano, sindicado como el principal artífice de la victoria en la Guerra del Pacífico, se instaló en la plazoleta principal del ovoide y el lugar cambió su denominación oficial por el de Plaza Baquedano, aunque la gente siguió llamándola Plaza Italia, hasta hace 30 días, cuando todo cambió.
El estallido social del 18 de octubre volvió a posicionarla como el punto neurálgico de la ciudad a nivel urbano -allí aparecen hitos clave como el cerro San Cristóbal, el río Mapocho, el Parque Forestal y Balmaceda- y a nivel simbólico, al ser vista como el punto de división entre el Santiago Oriente y Poniente o de los “ricos” y “pobres”. Plaza de la Dignidad -que alude a la consigna emblema de las manifestaciones- fue el nombre popular que empezó a oírse en las calles a inicios de este mes y que se consagró el 12 de noviembre, cuando una placa con el nuevo apodo se instaló a los pies del monumento a Baquedano, sumado al cambio digital que sufrió en Google Maps.
Más allá de las denominaciones, los arquitectos locales concuerdan en la necesidad de repensar este espacio ciudadano de cara a las demandas sociales de mayor participación. Quizás uno de los más involucrados es Arturo Lyon, quien junto a su oficina Lyon Bosch-Martic Arquitectos ganó en 2015 el concurso público internacional que pedía remodelar el Eje Alameda-Providencia, desde Pajaritos. En el proyecto -que significaba una inversión total de 220 millones de dólares- se propuso el rediseño de Plaza Baquedano, construyendo una gran explanada ciudadana, que priorizaba espacios para peatones, incluía una arborización de la principal arteria vial y creaba un corredor exclusivo para ciclistas y transporte público. “Nuestro proyecto ponía énfasis en generar un espacio cívico que permitiera la concentración de personas, las manifestaciones. En el escenario actual hay un tema importante de simbolismo e identidad del lugar, el que se va construyendo a través del tiempo y que se tiene que adaptar a los distintos contextos”, dice Lyon.
Sin embargo, a inicios de año el gobierno decidió nuevamente postergar la remodelación de este tramo y antes de desechar el proyecto por completo -debido a falta de fondos- la entonces intendenta regional Karla Rubilar creó una comisión de ocho expertos, quienes lo rescataron, acordando poner en marcha desde 2020 el rediseño del Nudo Pajaritos, Las Rejas, Exposición. En la mesa estuvo el arquitecto Pablo Allard, decano de la Facultad de Arquitectura de la U. del Desarrollo. “El presupuesto para el tramo poniente está aprobado por el gobierno regional, pero el de Plaza Baquedano está postergado”, afirma.
De todos modos, Allard resalta el valor del proyecto: “Uno de los aspectos más relevantes del estallido social desde el punto de vista urbano es la consagración de la Alameda, y de Plaza Baquedano como el principal espacio de conmemoración y expresión ciudadana en el país. La antigua rotonda con césped y flores ha quedado obsoleta; por suerte, este espacio ya cuenta con un excelente proyecto de diseño urbano y paisajismo que se hace cargo de este nuevo rol, y que fue desarrollado por la oficina de arquitectos Lyon, Bosch, Martic”, agrega.
Para el arquitecto Sebastián Gray, reflotar este diseño también es el camino. “Es un proyecto muy comprensivo y que surgió de un profundo análisis; en su momento fue resistido, pero los arquitectos del concurso lo tenían superclaro y ahora sus ideas están siendo reivindicadas por la realidad del contexto social. Tenían razón”, dice. “Es una cosa muy rara que tras cada manifestación en Plaza Italia, la municipalidad vuelva a plantar pen
samientos, esa delicada flor de primavera que nada tiene que ver con lo que allí sucede”.
Eso sí, esta no es la primera vez que se quiere reformular la Plaza Baquedano. En 1982 se echó a andar un concurso público que dio como ganador a la oficina Omega -de los arquitectos Cedric Purcell, Enrique López y Catalina Salazar-, pero que nunca se realizó, otra vez por falta de fondos. “Como es un símbolo de Santiago, no podía eliminarse su forma, es prácticamente un asterisco. Buscando ordenar el eje de sus parques y lograr una mejor perspectiva, se corrió la plaza. Debido a las presiones del tránsito vehicular, la plaza se ha deteriorado en los últimos 30 años. El objetivo principal es realzar el espacio urbano, integrando al peatón y solucionando el problema vial”, explicaba en ese entonces Purcell.
La arquitecta del edificio Cruz del Sur y premio nacional Antonia Lehmann conoció a fondo el proyecto de los 80 y lo valora. “La idea de correr la plaza al eje de remate del Parque Bustamante manteniendo su actual forma era interesante. En ese entonces se planteaba desde el MOP hundir la Av. Providencia en ese tramo, despejando la plaza del tráfico, idea que por suerte no prosperó”, dice, y aboga por un nuevo diseño. “Creo que a futuro y contando con los medios para hacerlo, se debiera llamar a un concurso de rediseño desde Bustamante hasta la Remodelación San Borja, en la Alameda. Hay que reconocer la cualidad de explanada de manifestaciones cívicas sin destruir la memoria formal de la plaza. Es una vergüenza y una pena enorme para todos el estado en que se encuentra actualmente, mantener esa destrucción es avalarla, lo que no comparto. No hay excusas para quemar, rayar y destruir lo que es patrimonio de todos y memoria de nuestra historia”, agrega.
Tiempo para reflexionar
Arquitectos sub 45 también se dividen entre mantener el diseño ganador de 2015 y formular una nueva idea. “Debería ejecutarse el proyecto de los arquitectos Lyon-Bosch-Martic y así darles continuidad a los buenos proyectos públicos a través de los distintos gobiernos”, dice Cristóbal Tirado, quien ha resultado ganador de varios concursos públicos, entre ellos el nuevo Museo Regional de Aysén. Mientras que las arquitectas Paula Velasco -socia de Cecilia Puga en la remodelación del Palacio Pereira- y Alejandra Celedón -curadora del pabellón chileno en la Bienal de Venecia de 2018- concuerdan en que es importante reflexionar y escuchar a la ciudadanía antes de cualquier decisión, pero difieren en la idea de explanada que muchos han planteado como fórmula.
“La plaza es y seguirá siendo un lugar de multitudes, y en este sentido, no es verde, limpieza blanca ni ornamento lo que necesita, sino su actual capacidad de acogida al gran número”, opina Celedón. “En este sentido, no haría una explanada que desplace a los automóviles por otros lugares o bajo la superficie; es precisamente esta pelea por el suelo y su visibilidad lo que la vuelve el objeto de las manifestaciones. Es el tiempo de las preguntas, no de las respuestas”, subraya. En tanto que para Velasco, “limitarse a reparar sería ser ciegos a lo ocurrido”, dice. “Me parece oportuno pensarla desde su condición de plataforma de distintas manifestaciones y volver a mirarla desde la ‘tabula rasa’, desde el vacío. Poder pensar una nueva explanada que pueda recoger y potenciar, de manera contemporánea, lo que ‘Plaza Italia’ siempre ha sido: un lugar de congregación”, resume.
Otro punto en disputa ha sido el tema de los monumentos de Plaza Italia que han sido tomados por los manifestantes como verdaderos símbolos de lucha. Raúl Irarrázabal, director de Arquitectura del MOP, cuenta que junto al Centro Nacional de Conservación y Restauración trabajan en un informe técnico sobre el estado de las estatuas que será entregado entre lunes y martes de esta semana. “Será enviado a los municipios de Providencia y Santiago y al Ministerio de las Culturas para que evalúen qué acciones tomar con estas figuras patrimoniales”, dice. “Aunque no debemos olvidar la importancia histórica de estos monumentos, yo estaría de acuerdo con hacer una consulta ciudadana o un plebiscito para determinar qué hacer con ellos, al igual que con el nombre de la plaza, pero claro, habría que definir tres o cuatro opciones claras para que la gente escoja”, sugiere.
Arturo Lyon también coincide en la importancia de hacer de este un proceso ciudadano. “Creo que hay que llegar a una conclusión conjunta, es importante llamar a la ciudadanía y hacerla partícipe de los cambios”, dice. Según Alejandra Celedón, la voz de la ciudad ya se ha manifestado: “El acto de renombre ya se ha impuesto por la propia ciudadanía, es imposible pararlo”, sostiene. Otros, en cambio, no lo creen así: “Cambiar el nombre a Plaza de la Dignidad me parece un absurdo, un populismo en respuesta al fervor del momento”, dice Cristóbal Tirado. “Tal vez sería más atingente llamarla Plaza Chile, por ser la plaza más representativa de todos”, propone.
Uno de los efectos colaterales e impensados de declarar una guerra inexistente y sacar a los militares a la calle es, tanto a nivel estético como ético, convocar a los espectros de la dictadura (empecé a rever Missing, de Costa Gavras después de tantos años y no pude seguir). El Presidente pidió que la ciudadanía tomara un bando y, sin esperarlo creo, muchos apostaron por el bando contrario al suyo. Eso sucede cuando la polarización está en tu ADN y confías en gente sin vuelo como narrador de tu épica. La erotización de La Moneda por los conversos (sumado a su propia paranoia de perder algunos de sus privilegios y creer que “todo el mundo” son aquellos que fueron al asado del primo-zorrónloser-gordo) ha llevado a muchos que estaban de acuerdo con el modelo (o que votaron por la actual administración) a dudar, abandonar filas, desertar y consumirse por la ira. Esto es, de alguna manera, el material con que se construye el gran drama. Estamos viviendo muchas cosas al mismo tiempo, hay descalabros, rupturas, caídas, ahogos, pero los que ridiculizan la epopeya reivindicativa se equivocan y solo destilan el nuevo resentimiento de aquellos que no toleran perder o aceptar que su momento y su epopeya se está hundiendo.
Se sabe: quienes solo tienen aspiraciones individuales jamás entenderán una lucha colectiva. Aquí es donde entra el arte, lo pop. Quizás es creado por aspiraciones (y miedos y ansias) individuales, pero solamente funciona cuando termina siendo colectivo y, a veces, se vuelve un instrumento de lucha o al menos un artefacto que pueda aclarar, calmar, provocar y potenciar. El drama de estos días quizás no está tan en la calle como en las cocinas, balcones, dormitorios. El drama se está volviendo doméstico y la angustia está dejando de paralizar para crear un nuevo tipo de espectador. Este es el momento en que el plano secuencia general se cierra en un primer plano de aquellos que dudan, que deciden zafar, que salen y se hacen visibles, que bloquean a sus cercanos y ponen en cuestión sus afectos, lazos, creencias. El drama consiste en conectar, para citar a E.M. Forster. Es pasar de ser uno más a ser uno mismo. Convocar o revivir o teñir el paisaje moral de símbolos siniestros ligados a la dictadura puede también llevar al arte al lugar que suele tener y brillar cuando los tiempos no solo no son mejores, sino francamente oscuros (aunque alguien cercano me dijo: “Quizás sí estamos viviendo tiempos mejores, porque ahora somos parte, ahora estamos influyendo, ya no estamos ciegos, aunque intenten balearnos los ojos”). De pronto, y sin necesidad del siniestro ministro negacionista Rojas que cree que fue demonizado, o la sobrepasada y pasiva ministra Valdés que no ha sido capaz de renunciar o atinar o entender la función del arte de manera pública, el arte es algo que importa. Querer hacerlo, sí, pero verlo, devorarlo, necesitarlo. Se ha remecido lo que implica ser artista (¿qué hay que hacer?), pero, a la vez, se ha logrado que una obra de teatro o una película resuene, remueva, una.
Nunca el arte fue tan importante para mí como en dictadura. Se leía, se iba al teatro, se veían las películas con más fuerza. Éramos necesitados, agradecidos, conmovidos. Me sentía importante como espectador, ir al Ictus me parecía una subversión, devorar películas en el Normandie ayudaba a iluminar el apagón cultural. Uno quería más, todos querían definitivamente más. Consumir arte era resistir, era de alguna manera socavar el sistema. Ciertas señales me dicen que, luego de años, el arte vuelve a importar. Lo vi en Patti Smith. People have the power dejó de ser un tema progre o buena onda y pasó para muchos a transformarse en una suerte de cántico autobiográfico que emocionó hasta las lágrimas. Patti Smith levanta el brazo de Nona Fernández como dos campeonas y el gesto es claro: escribir novelas importa y deben ser celebradas y puedes alterar vidas escribiendo y noqueando, pero también leyendo, escuchando, mirando puedes ser parte de algo mayor.
De pronto, incluso Netflix vuelve a ser importante y necesario y The Crowne, con Olivia Coleman, ahora pasa a ser relevante (un gobernante debe entender lo que es la empatía o cómo una tragedia natural es política para el gobierno de turno) y lleno de códigos y señales secretas. Hasta algo estúpido y banal y sexy y basuriento como la serie El Club, acerca de chicos guapos decadentes de la ultraclase alta mexicana, termina explorando la desconexión y la corrupción de las élites encerradas en sus burbujas. O eso es lo que uno cree. Todo se altera y todo emite señales ¿Es The End of the Fucking World acerca de lo que está sucediendo? No, pero quizás sí. ¿Es una serie acerca de la resiliencia, la importancia de los afectos en momentos duros, la necesidad de resistir ante un adversario? No creo que tanto, pero por qué no. Una ruptura de este tipo cambia el modo de leer y, por lo tanto, todo se lee como si no fuera algo lejano, sino personal. Intensamente cercano y todo, de pronto deja de ser ruido o escape y pareciera que todo hace sentido. ¿Cómo se leerá entonces The Irishman, de Scorsese?
Así las cosas, sin que lo hubiéramos previsto, el arte se volvió importante. Capaz de resonar, potenciar, alterar, condenar, contener y provocar. El arte dejó de ocupar su lugar en el oasis, donde no era una necesidad, sino a lo más un ornamento o un carrito celeste en un emporio al aire libre. Más que crear, lo que hay que hacer es leer. Más que filmar, quizás hay que mirar más y mirar atento las películas chilenas que no vimos y captar que a veces las que denunciaban no decían nada y las que hablaban de manera más tangencial quizás captaron más o se adelantaron incluso.
Un poeta amigo me dice: el arte se confunde a veces con el presente, pero florece cuando mira hacia el pasado o hacia el futuro. Es muy pronto aún para pronosticar desenlaces, pero el otro día, en la sala de teatro de la Universidad Finis Terrae, viendo lo conectado que estaba el público en una función de La apariencia de la burguesía, inspirada en Gorki, pensé en cómo el pasado a veces puede iluminar el presente y la capacidad que puede tener el arte de anticipar. La obra, reescrita con inspiración por Luis Barrales mirando muy bien un cierto sector de la clase media, fue dirigida por Aliocha de la Sotta con la genial idea de puesta en escena: un gran ventanal que separa lo que sucede afuera (una revolución) con lo que está ocurriendo dentro de una pensión. La obra parece tan de nuestros días, que creía que se había escrito y montado durante el toque de queda y los diálogos cortaban la piel y resonaban en la mente y nos fuimos caminando en silencio, pero remecidos.
De pronto se lee de nuevo o se lee mejor o se ve lo que antes no se veía. Se decreta el estado de emergencia y lo que cambia es el estado interno y emerge el arte como resistencia, como derecho humano, como escudo, como cabildo, como posibilidad, como punto de partida.