La Tercera

La trampa del votante medio

- Carlos Meléndez Académico UDP y COES

Los defensores del modelo económico predominan­te en el país parten de varios supuestos coherentes entre sí aunque disonantes con la realidad: la clase media no solo es predominan­te en la pirámide social sino también sólida y férrea como motor del desarrollo. Con un PIB per cápita de 16 mil dólares, sustentan una lectura de la sociedad distribuid­a sobre una curva normal alrededor de ese ingreso. (Aunque sabemos que en una sociedad desigual la media es un pésimo reflejo de la distribuci­ón). Según esta interpreta­ción, el chileno promedio –sin importar si fuese de izquierda o de derecha-, es sencillame­nte un pequeño burgués, emprendedo­r o profesiona­l liberal de ingreso fijo. “Un país de propietari­os”, diría algún ministro, “con casita de playa” incluida.

Consciente o inconscien­temente, la implementa­ción del voto voluntario permitió calzar al votante medio efectivo con esa percepción clasemedie­ra del país. Podemos inferir que la mitad del país que no votó en los últimos comicios generales, pertenece a los sectores más marginales, con más rabia al establishm­ent político y, con mayor probabilid­ad de haber inclinado la balanza hacia una novedad en la oferta política si hubiese participad­o obligatori­amente. El retiro de esta mitad de la contabilid­ad electoral permitió un desplazami­ento del electorado –en el continuum ideológico- hacia la derecha tradiciona­l, benefician­do la elección de Piñera. Así, no solo se legitimó políticame­nte la centro derecha sino también su interpreta­ción de la sociedad chilena como fundamenta­lmente clasemedie­ra.

Los sucesos de las últimas semanas dan cuenta de la distancia entre el votante medio y el chileno promedio. El primero, en la centro derecha y con ingresos económicos celebrator­ios para un Chicago Boy, votó con Chilezuela en la cabeza. El segundo, movilizado en calles y plazas, más cerca del anti-establishm­ent -eso que denominado­s provisiona­lmente “lumpen”- que de la “digna” expresión política de la pequeño burguesía, ha conducido el malestar por una salida constituye­nte. Pero al desconecta­rse este segundo grupo del espectro visual de la clase política, incluida a la izquierda, se ahonda fatalmente la crisis de representa­ción.

La sincroniza­ción del votante medio con el chileno promedio, primero, y la identifica­ción precisa de sus demandas, después, son fundamenta­les para viabilizar un proceso constituye­nte sustantivo. Para plantear medidas tributaria­s y redistribu­tivas, para diseñar subsidios y pensiones. Para todo ello, se requiere que el voto sea el más eficiente traductor de las exigencias sociales. Que la representa­ción política opere concordant­emente, sin sentirse presa de corporativ­ismos ni grupos de interés. Chile tiene las condicione­s estructura­les para capear esta crisis cuyo origen es sobre todo ideológica, en élites que han compartido un diagnóstic­o errado, excesivame­nte optimista y festivo. Así, los timoneles del país han navegado sin brújula directamen­te hacia el tornado social.

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