Miedos y angustias
La mente totalitaria, asfixiada ella misma, se empeña en privarle el aire al resto. Es que no deja de ser hipócrita que se acuse de pusilánimes, catastrofistas cerrados a cualquier posible cambio, a la vez que promotores de miedos, a quienes por el solo hecho de rechazar el proceso constituyente al que se nos ha metido a la fuerza, no se cuadran, desconfían de la voluntad popular. Ni que estuviesen por hacer un golpe como el 73. Tamaña farsa -denuncian campañas del terror y, en un mismo soplo, esparcen iguales pánicos- demuestra lo cínicos que extremistas y progresistas pueden ser.
Miedos los ha habido y seguirá habiendo. Hemos convivido con temores a las guerras, a pestes y miseria, al “otro”, a la cólera divina, fin del mundo, y el más allá, desde que se tiene memoria. Toda nuestra cultura -religión, filosofía y artes- ha tratado de darle sentido a penas y tormentos, no habiendo nada más humano que sentir miedo. De modo que a aprensiones y cautelas mínimas se las tenga por cobardía suena a arenga de camarín, más apta para ejercitar músculos que cerebro y criterio. Se puede ser valiente y temeroso a la vez. Los caballeros que iban a cruzadas no se caracterizaban por ser apocados; igual, eran supersticiosos, se encomendaban a sus santos, llevaban escapularios. Los que primero enfrentaron revoluciones, después de 1789, inventaron la política e institucionalidad actual para evitar que el jacobinismo revolucionario resurgiera; tanto liberales como reaccionarios algo pudieron hacer aunque no extirparan del todo la hidra. Al fascismo, comunismo y cuanto otro totalitarismo, se les ha combatido y vencido. Durante la Guerra Fría, el temor a la destrucción atómica impidió que desapareciera la humanidad (dos grandes potencias, ex-aliadas, frenaron a Fidel). La ciencia hace aportes en esa línea todos los días, miedos a epidemias incentivando la búsqueda de antídotos.
Por tanto, no cabe desalentarse, y menos bajar la guardia. El miedo precave, sirve de mecanismo de autodefensa, de lo contrario, se vuelve uno temerario, y audaces como que sobran últimamente. Más complicado que el miedo es la angustia. Según Jean Delumeau (El miedo en Occidente), los miedos nos llevan a lo conocido, a un objeto determinado al que hacer frente; la angustia nos enfrenta a un peligro no claramente identificado. De ahí que sepamos cómo salir de una dictadura, pero no aún de amenazas encapuchadas.
Obviamente, que se nos gobierne mediante temor es terrible (lo sufrimos en carne propia), pero que todas las instituciones queden paralizadas a causa de asaltos sistemáticos en contra de su funcionamiento, exige un coraje e inteligencia proporcional al miedo generado. Oponerse a totalitarismos y disentir de la mayoría que los vuelve posible supone enfrentar una tremenda máquina. Vale el esfuerzo.