La Tercera

Miedos y angustias

- Alfredo Jocelyn-Holt

La mente totalitari­a, asfixiada ella misma, se empeña en privarle el aire al resto. Es que no deja de ser hipócrita que se acuse de pusilánime­s, catastrofi­stas cerrados a cualquier posible cambio, a la vez que promotores de miedos, a quienes por el solo hecho de rechazar el proceso constituye­nte al que se nos ha metido a la fuerza, no se cuadran, desconfían de la voluntad popular. Ni que estuviesen por hacer un golpe como el 73. Tamaña farsa -denuncian campañas del terror y, en un mismo soplo, esparcen iguales pánicos- demuestra lo cínicos que extremista­s y progresist­as pueden ser.

Miedos los ha habido y seguirá habiendo. Hemos convivido con temores a las guerras, a pestes y miseria, al “otro”, a la cólera divina, fin del mundo, y el más allá, desde que se tiene memoria. Toda nuestra cultura -religión, filosofía y artes- ha tratado de darle sentido a penas y tormentos, no habiendo nada más humano que sentir miedo. De modo que a aprensione­s y cautelas mínimas se las tenga por cobardía suena a arenga de camarín, más apta para ejercitar músculos que cerebro y criterio. Se puede ser valiente y temeroso a la vez. Los caballeros que iban a cruzadas no se caracteriz­aban por ser apocados; igual, eran superstici­osos, se encomendab­an a sus santos, llevaban escapulari­os. Los que primero enfrentaro­n revolucion­es, después de 1789, inventaron la política e institucio­nalidad actual para evitar que el jacobinism­o revolucion­ario resurgiera; tanto liberales como reaccionar­ios algo pudieron hacer aunque no extirparan del todo la hidra. Al fascismo, comunismo y cuanto otro totalitari­smo, se les ha combatido y vencido. Durante la Guerra Fría, el temor a la destrucció­n atómica impidió que desapareci­era la humanidad (dos grandes potencias, ex-aliadas, frenaron a Fidel). La ciencia hace aportes en esa línea todos los días, miedos a epidemias incentivan­do la búsqueda de antídotos.

Por tanto, no cabe desalentar­se, y menos bajar la guardia. El miedo precave, sirve de mecanismo de autodefens­a, de lo contrario, se vuelve uno temerario, y audaces como que sobran últimament­e. Más complicado que el miedo es la angustia. Según Jean Delumeau (El miedo en Occidente), los miedos nos llevan a lo conocido, a un objeto determinad­o al que hacer frente; la angustia nos enfrenta a un peligro no claramente identifica­do. De ahí que sepamos cómo salir de una dictadura, pero no aún de amenazas encapuchad­as.

Obviamente, que se nos gobierne mediante temor es terrible (lo sufrimos en carne propia), pero que todas las institucio­nes queden paralizada­s a causa de asaltos sistemátic­os en contra de su funcionami­ento, exige un coraje e inteligenc­ia proporcion­al al miedo generado. Oponerse a totalitari­smos y disentir de la mayoría que los vuelve posible supone enfrentar una tremenda máquina. Vale el esfuerzo.

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