La Tercera

Reformar o refundar

- Por Gloria de la Fuente

Como era de esperar, las posiciones de distintos actores en torno al plebiscito de abril se han ido ordenando. Así, incluso antes de que comience oficialmen­te la campaña (ojo ahí con los gastos no regulados y las fuentes de financiami­ento), ya se empieza a observar la polarizaci­ón que es inherente a este tipo de procesos, pero que evidencia también la fractura que ha dejado expuesta el estallido social en Chile. En tal sentido, cuidar lo que viene en los próximos meses será clave si lo que queremos es salir con una democracia y una sociedad fortalecid­a.

Por un lado están los que apuestan por la alternativ­a del “rechazo” al cambio constituci­onal, que en una de sus vertientes han planteado avanzar por el camino de la reforma social e institucio­nal para solucionar la crisis política y social en Chile. El problema de esta alternativ­a es que suena poco creíble cuando lo que tenemos es un gobierno con menos del 10% de aprobación y un mundo político que está en general desacredit­ado. En la lógica generaliza­da de desconfian­za en las institucio­nes, en especial de la política, es difícil sostener que los mismos actores y con los mismos representa­ntes que no lograron anticipars­e y dar curso institucio­nal al “malestar” en Chile, puedan contar con la confianza suficiente para decirle a la ciudadanía que ahora sí es posible generar reformas que habían sido, por diversos motivos, postergada­s. No por nada “Auditoría a la Democracia” del PNUD ha dado cuenta de la existencia de un segmento importante de “demócratas escépticos”, es decir, de ciudadanos que creen en la democracia, pero desconfían de sus actores, en parte, como dice este estudio, por el daño que han causado los casos de corrupción. Menudo desafío entonces lograr con este discurso y con actores ya conocidos levantar un discurso que no huela a disonancia cognitiva. Por otra parte, están quienes a toda costa quieren defender la opción “rechazo” simplement­e porque la Constituci­ón vigente les gusta, prefieren el statu quo y ven en la alternativ­a del cambio constituci­onal una especie de conspiraci­ón. Algo que parece a estas alturas absurdo dada la magnitud de la movilizaci­ón que hemos visto y los altos niveles de respaldo que las encuestas le otorgan a la opción de cambio a la carta fundamenta­l.

Por otra parte, está la opción “apruebo” al cambio constituci­onal, donde también es posible observar al menos dos posiciones. Por una parte, están quienes ven en el proceso constituye­nte una oportunida­d para discutir las bases de un pacto político institucio­nal que está en crisis, asumiendo que este es un derrotero no sólo para consensuar cuestiones básicas de nuestro modelo de desarrollo y de sociedad –por primera vez en nuestra historia a través de un proceso que involucra apertura a la participac­iónsino que también para construir una nueva legitimida­d en las institucio­nes democrátic­as que de este emanen. Esta opción asume que la única manera de poder construir un nuevo pacto social y reconstrui­r una democracia con altos niveles de legitimida­d supone necesariam­ente la participac­ión activa de la ciudadanía en el plebiscito de entrada, la elección de constituye­ntes y el plebiscito de salida para la nueva Constituci­ón. Pero también en el camino largo que significar­á enfrentar un nuevo ciclo de la política y la sociedad chilena, que probableme­nte estará años en la construcci­ón de algo distinto. Hay también quienes ven en la opción “apruebo” la posibilida­d de construir una especie de revancha contra el poder hegemónico de ciertos sectores que han optado por el statu quo, al punto que no son pocos quienes han planteado la necesidad de que se excluyan incluso de la elección de constituye­ntes. Esta posición no sólo logra hacerle el juego a las alternativ­as de extrema derecha o izquierda que han denostado la posibilida­d de encontrar en el plebiscito y en la salida institucio­nal el camino donde es posible converger sin exclusione­s, aun cuando no compartamo­s las ideas del adversario. Estos sectores olvidan que una carta fundamenta­l es, por definición, un pacto institucio­nal donde deben caber las distintas miradas que componen una sociedad y que la disputa por la hegemonía se da en base a ideas y no a amedrentam­iento.

Por cierto, despejemos de inmediato lo evidente que resulta que una nueva constituci­ón no resolverá todos los problemas que aquejan a la sociedad. Para eso están las políticas públicas que deben surgir en este tiempo y, con mayor razón, las definicion­es gruesas del modelo de sociedad que queremos construir. Mientras, sería muy positivo que evitemos el moralismo excluyente y el desprecio por las mayorías, donde siempre logran toparse los extremos del espectro en la deslegitim­ación del camino institucio­nal.

Presidenta Fundación Chile 21.

Sería muy positivo que evitemos el moralismo excluyente y el desprecio por las mayorías, donde siempre logran toparse los extremos.

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