El torrente
Por largos años me han preguntado: “¿Cómo no se daban cuenta de que venía un golpe?”. Y siempre respondo: “Lo sabíamos, pero eran tiempos en que la vida de Chile se había transformado en un torrente desbordado, que nos arrastraba a todos, haciendo infructuosos los esfuerzos por escapar de él. Ninguno ignoraba dónde desembocaba”.
Lo he recordado a la luz de esa polarización que solo parece saciarse con la completa derrota y aplastamiento del otro. Aunque no es la misma situación. No hay grandes fuerzas orgánicas, nacionales e internacionales, propiciando derribar nuestra democracia. Pero “ultras” nunca faltan en toda sociedad. Nutren sus filas de los que no tienen memoria sino pasiones desbocadas u obsesiones de destruirlo todo y partir de cero. Reclutan preferentemente a jóvenes, marginales, intelectuales de burbuja y reincidentes nostálgicos. Se presumen portadores de ideas, pero su identidad son sus métodos violentos y no aquellas. Se consuelan del fracaso y convocan a nuevas generaciones de mártires y epopeyas fallidas, con relatos marketeramente épicos. Se amamantan mutuamente con esa otra ultra, la conservadora: crecen y engordan juntos. Se revuelcan ahora en abigarrada turba con barras bravas, narcos y otros delincuentes, bajo el amparo de oportunistas y acobardados por su matonaje físico y verbal.
La sociedad y la política chilenas han demostrado solidez y capacidad para seguir actuando, trabajando, viviendo y abrigando esperanzas. El torrente nos ha afectado, pero no nos ha arrastrado. Nuestra democracia es fuerte, a pesar de todo, pero está desafiada. El orden público es un ausente y el torrente busca porfiadamente socavar el cauce democrático, llevarse por delante el plebiscito constitucional, las instituciones presidencial y parlamentaria; la educación, la salud y el transporte público; esa economía capaz de hacerse cargo de las demandas sociales que claman las mayorías y da sustento a millones de hogares; la esperanza en un futuro mejor de millones de chilenos.
De nosotros depende. En este marzo se cumplen 30 años de la llegada de Patricio Aylwin a La Moneda. Protagonistas serios y lúcidos de entonces aprendieron lecciones dejadas por el desastre, reaccionaron y abrieron camino a un Chile significativamente mejor que todos los anteriormente conocidos. Como entonces, ahora debemos construir consensos transversales sobre el país que queremos, en lo constitucional y social; cerrar la brecha entre política y sociedad. La alternativa es ser parte de los desechos arrastrados por el torrente hasta su desembocadura.
Tarea clave de estos meses es lograr un plebiscito exitoso. Los mayores adversarios de quienes votamos “apruebo” no son los que votan “rechazo”. El enfrentamiento es entre quienes quieren un plebiscito y un proceso constituyente exitosos más un acuerdo social; y los que quieren su fracaso, imponiendo la violencia.