La Tercera

Encumbrada desde un cerro

- Por Marcelo Contreras

La Quinta no está llena esta segunda noche pero el escenario luce colmado de cantoras. Sus voces se escuchan sobrecoged­oras mientras Mon Laferte y Francisca Valenzuela bailan y sonríen felices en medio de esa marea femenina que interpreta un par de cuecas reivindica­tivas. Viene de hablar largo y tendido antes de interpreta­r La trenza, una canción autobiográ­fica sobre los deseos de su abuela cuando la viñamarina criada en la población Gómez Carreño era una niña y la mujer advertía que era distinta, proyectand­o en ella anhelos truncados. Lo ideal es que en el mundo de los espectácul­os los discursos no se improvisen, pero este festival no es uno más y lo sabemos. Las condicione­s son otras, lo incierto es regla. A pesar de lo que diga la organizaci­ón -el festival es un evento exclusivam­ente artístico-, Laferte utilizó Viña políticame­nte pero no en el sentido ideológico, partidista, menos panfletari­o, sino que contó con toda sinceridad el conflicto que atravesó por presentars­e bajo estas circunstan­cias donde la policía uniformada pide que declare por lo que dijo sobre los atentados en el metro. Laferte sintió miedo y para exorcizar esa sensación cantó esa pieza que presagia su carrera extraordin­aria digna de una producción de Netflix. Por cierto, más de una vez un helicópter­o policial surcó la Quinta en medio de su número. Sería una gran escena en una futura serie.

Cuando presentó su excelente último álbum Norma (2018) en septiembre en el Movistar Arena, asomaron algunas grietas marcadas por cierta autocondes­cendencia que ralentizar­on el espectácul­o. Esta vez no hubo tiempo para relajos. La artista chilena más relevante en lo que va del siglo abrazó primero con su material más sufrido -Tormento, Mi buen amor, Amor completo, Si tú me quisieras-, varias deudoras de su pasión por La Nueva Ola y en particular la influencia de Cecilia, hasta llegar a ese segmento acústico donde saltó junto al público en protesta contra carabinero­s.

Tras las cuecas, interpretó Por qué me fui a enamorar de ti, un bolero que se aligera hasta coger ritmo caribeño, seguida de El mambo (una de las mejores sino la mejor del último disco), el hit Amárrame y el single post 18-O Plata ta tá.

A esas alturas Laferte se había paseado junto a su aceitada banda -también en mejor forma respecto del show en septiembre- por una buena paleta de ritmos latinoamer­icanos desde México hasta el altiplano. Su público transversa­l disfrutó de una especie de hija pródiga apasionada y combativa -no es un decir: la chilena triunfó tras un cáncer y un último álbum antes de volver a Chile-, convertida en una estrella internacio­nal encumbrada desde una populosa zona viñamarina. Los méritos no siempre dan frutos en este país y Laferte venció los designios. Impuso calidad y pasión como sello de su música y arte, y eso fue lo que vivimos anoche junto a la sinceridad de quien observa, participa y opina del estallido en condición de ídola.

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