La Matriz y su “delivery social” se niegan a cerrar
En tiempos de coronavirus, el tradicional Comedor Solidario 421 de este templo de Valparaíso resiste los embates de la crisis. Producto de la restricción no funcionan sus mesas, pero los voluntarios se organizan para llevar a la calle cerca de 200 almuerzos a los más desposeídos del puerto.
Son cerca de las 12.30 horas de este jueves y Rosa Fernández, junto a seis voluntarios, llega con dos grandes contenedores de plástico a plaza Echaurren.
Todos portan guantes, mascarillas y sus cuerpos están cubiertos por una especie de overol protector. Traen cerca de 200 viandas. El día está lluvioso en el Barrio Puerto. Poco a poco, comienzan a llegar las primeras personas que se forman en fila alrededor del centro cívico. Mujeres y hombres agradecen con una sonrisa, mientras reciben cada uno su menú, compuesto por tallarines con salsa y arroz con leche.
“Para muchos esta es la única comida que tendrán durante el día”, asegura la propia Rosa, quien lleva 34 años como voluntaria del tradicional Comedor Solidario 421, de la iglesia La Matriz, uno de los albergues sociales más antiguos y conocidos de Valparaíso, famoso por los desayunos y almuerzos que entrega a personas de extrema pobreza.
Rosa, también apodada “Barticciotta”, cuenta que pese a la crisis del Covid-19, ella y el resto de los voluntarios no han bajado los brazos. “Hay muchas personas que necesitan ayuda y comida. Yo veo la realidad de la vida, porque yo no tuve ni papá ni mamá”, señala, mientras entrega los últimos platillos.
Suspensión
Lo que todos asumen en el comedor de La Matriz es que ahora, más que nunca, contra viento y marea, no pueden bajar los brazos. Tienen problemas de recursos, como en todo Chile, pero su cruzada no se puede detener.
La crisis del coronavirus los hizo suspender sus actividades de caridad por cerca de dos semanas, pero ahora se reactivaron. Así lo refrenda el sacerdote Gonzalo Bravo, párroco de La Matriz.
“Nos vimos presionados por la gente, que no tenía qué comer, había una persona del sector que les daba comida, pero de muy mala calidad”, explica el religioso, una de las caras visibles de esta labor social, que desde 1930 forma parte del patrimonio vivo del Puerto.
La idea del “delivery solidario”, cuenta el párroco, surgió en este periodo de crisis. Una respuesta rápida y práctica del comedor a las restricciones de la crisis. “Gracias a Dios, y a la cooperación económica de mucha gente, surgió la idea. Hay muchas personas que ofrecen su ayuda”, cuenta.
En medio de la urgencia, Bravo
lamentó la reciente muerte de uno de los adultos mayores que habitualmente es atendido en el lugar. “Hay viejitos y viejitas que viven solos y no tienen quién los ayude. El Estado no les ha hecho el examen de Covid-19 a los hermanos de la calle. Nosotros llevamos un mes y medio en esto y no hemos visto nada”, revela.
La jornada en el Comedor 421 comienza a las 9:30 horas, cuando llegan las primeras personas a cocinar. Luego, otro equipo se encarga de reunir todas las viandas para organizarlas en pequeños contenedores, que después serán trasladados a la plaza Echaurren y sus inmediaciones, donde distribuyen la comida.
A eso del mediodía se comienzan a entregar los primeros platos a las personas en situación de calle. Todo se realiza respetando las medidas sanitarias necesarias, para evitar contagios.
Rosa Fernández, la voluntaria, se traslada desde el cerro Placeres para cumplir con esta labor. “Acá el grupo es muy unido, vienen distintas personas durante la semana a ayudar en la cocina. Los menús se van viendo en el día; hacemos fideos, carbonada, porotos, depende de los grupos”.
Además de dedicarse a la entrega de comida, también cuidan a los más ancianos. “Estamos con seis personas, las bañamos en el Ejército de Salvación y les juntamos ropa”, dice la misma Rosa.
Eda Sebrión, otra ayudante, llega desde Villa Alemana a preparar los almuerzos: “A mí me gratifica, se me llena el corazón, acá vienen muchos adultos mayores, niños, personas con problemas de alcoholismo y drogadicción, incluso familias que tienen sus hogares, pero que vienen a comer igual porque no les alcanza”.
Para el sacerdote Bravo, la enseñanza es clara: “La pandemia más grande no es el virus, sino la cesantía y la desconfianza”.b