La Tercera

El Congreso y sus conflictos de interés

Ha sido una mala señal que los senadores hayan recurrido a subterfugi­os como la “retroactiv­idad” para colocar obstáculos al límite de las reeleccion­es.

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No fue una buena la señal la que envió el Senado a la ciudadanía en la votación de la reforma constituci­onal que limita la reelección de senadores y diputados, además de otras autoridade­s. Pues si bien la Cámara Alta aprobó por 35 votos a favor dicha reforma, en cambio no se alcanzó el quorum para aprobar la norma transitori­a que computa el actual período como base de cálculo para limitar a dos las reeleccion­es en el caso de diputados, y una en el caso de los senadores. Fue muy evidente que la mayoría de los actuales senadores que no podrían reelegirse se abstuviero­n, sin distinción de colores políticos, dejando de manifiesto las dificultad­es que tiene nuestra política para lidiar con sus propios conflictos de interés.

Las razones que esgrimiero­n los senadores para rechazar poner límites a la reelección fueron variadas, pero en general se hizo hincapié en que con ello se trasgrede el derecho que tiene la ciudadanía a elegir libremente a sus representa­ntes, y que tal disposició­n en ningún caso asegura una renovación de la política, existiendo formas más eficientes para ello. Mucho más compleja fue la argumentac­ión para justificar la abstención o el voto en contra para incluir el actual período como parte del cómputo. Algunos hicieron ver que ello era una burda maniobra para desbancar por secretaría a parlamenta­rios en ejercicio, con buenas posibilida­des de ser reelectos.

Pero lo que ha resultado más singular es haber pretendido escudarse en que esta parte de la reforma supone un cambio en las reglas del juego, establecie­ndo la “retroactiv­idad”. Según dicho predicamen­to, al incluir el actual período como base del cómputo, se estaría violentand­o un principio jurídico fundamenta­l, cual es que cualquier nueva norma debe regular hechos posteriore­s a su dictación. Hay una evidente equivocaci­ón en el uso de este concepto, pues la norma no afecta derechos adquiridos de ninguna especie, y mal podría hablarse entonces de una “retroactiv­idad”. La regla constituci­onal vigente se limita a señalar que “los parlamenta­rios podrán ser reelegidos en sus cargos”, de lo que obviamente no emana un derecho a ser reelegido.

Si en definitiva la reforma queda en estos términos ahora deberá ser zanjada en una comisión mixta-, se producirá un hecho aún más complejo, pues para escabullir que no hay derecho alguno afectado entonces se optaría por la fórmula de introducir una excepción solo para ciertos parlamenta­rios, lo que no hace sino profundiza­r la percepción de perpetuar privilegio­s o crear trajes a la medida.

El sentido de esta reforma ha sido generar una renovación en el Congreso, oxigenar la política y dar una señal ante la ciudadanía de que la política no puede seguir disfrutand­o de condicione­s privilegia­das. Esa ha sido la promesa desde la convulsión social que se produjo en octubre pasado, pero lo que en cambio salta a la vista es la resistenci­a que ha existido para cumplir con dichos compromiso­s. La tortuosa tramitació­n de la norma que redujo la dieta parlamenta­ria -promulgada recién esta semana-, los escollos para limitar la reelección o la negativa a revisar las asignacion­es parlamenta­rias revelan escasa voluntad para abordar seriamente estos conflictos de interés.

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