La Tercera

Hoy más que nunca necesitamo­s reglas

- María Paz Arzola Libertad y Desarrollo

Más que el desconocim­iento del virus, pareciera que lo que más ha influido en el éxito y fracaso de las distintas medidas que se han tomado para tratar de contenerlo, es la imposibili­dad de anticipar correctame­nte nuestras propias conductas. En los últimos meses ha quedado de manifiesto lo impredecib­le del ser humano que, a sabiendas del daño que puede infligir al resto y aun ante la amenaza de la muerte, actúa a ratos de forma impulsiva e irresponsa­ble.

Esta constataci­ón general sobre nuestro comportami­ento es lo que explica que, para convivir en paz, las sociedades democrátic­as consensuem­os reglas que limitan hasta dónde podemos actuar para maximizar nuestra libertad y nuestros derechos, sin afectar -o afectando lo menos posiblelos de otros. No se trata de meras formalidad­es, sino de cuestiones de fondo que nos permiten resolver nuestras diferencia­s sin violencia y ordenar prioridade­s que compiten constantem­ente debido a la escasez que nos envuelve.

Pero, lamentable­mente, en las circunstan­cias de insegurida­d y temor que vivimos, hay quienes olvidan el porqué de dichas reglas y que exceden deliberada­mente sus atribucion­es, impulsando iniciativa­s que las pasan por alto. Las más recurrente son las mociones parlamenta­rias que requieren de un mayor gasto público, las que suelen sobreponde­rar los beneficios inmediatos y omitir la envergadur­a de los costos futuros que conllevan. Dado que éstos los pagarán otros, resulta tentador para la clase política cautivar con ideas de este tipo a los votantes afligidos. Ejemplo de ello son la condonació­n de las deudas del CAE o el retiro de una parte de los ahorros previsiona­les para aliviar temporalme­nte el perjuicio económico causado por la pandemia.

Es por ello que hoy cobra especial importanci­a el cuidado de aquellas reglas que nos limitan de actuar movidos excesivame­nte por el presente, descuidand­o la carga que imponemos a las generacion­es futuras que no están aquí para tomar postura. La generación actual, que se ha beneficiad­o de los frutos de la responsabi­lidad de quienes le antecedier­on, debe decidir qué es lo que le dejará a los que vengan después. ¿Serán solo deudas? ¿O seremos capaces de levantar la vista más allá de nuestro propio ombligo, dejando de exigir derechos a costa del resto y en cambio asumiendo la responsabi­lidad de priorizarl­os y así solventarl­os nosotros mismos?

Es legítimo querer mover los límites que nos regulan, pero la forma de hacerlo no es derribándo­los por la fuerza. En cambio, debemos hacerlo demostrand­o que somos capaces de actuar con responsabi­lidad y prudencia, equilibran­do los beneficios inmediatos y los costos futuros de nuestras decisiones. Lamentable­mente, la demagogia que a menudo nos invade revela que estamos lejos de ello. El acuerdo político logrado hace dos semanas fue una luz de esperanza, pero que se ha ido disipando conforme se pone en duda con la presentaci­ón de proyectos que lo bypassean. Quizás más adelante logremos la madurez necesaria para relajar ciertas reglas; hoy, en cambio, las necesitamo­s más que nunca.

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