La Tercera

Con el Covid en el asiento trasero

Conducir ambulancia­s en busca de enfermos de coronaviru­s. Esa es la misión de Humberto y Marco, dos compañeros del SAR de Renca, de 69 y 56 años, que se turnan la máquina. Uno se contagió y espera la orden para volver.

- Por Álvaro Poblete

Ponerle rostro a un virus traicioner­o. El de quienes lo padecen y el de quienes lo combaten. El Covid-19, con todo el daño que ha generado, obliga casi a diario a caer en este ejercicio. Ahí surgen las víctimas, doctores, enfermeras, auxiliares y tantos otros personajes que, desde el anonimato, ocupan su lugar en una batalla cruda. Ahí aparecen figuras como las de Humberto Bustamante (69 años) y Marco Mora (56), dos colegas, conductore­s de ambulancia, que se entregan mañana y noche las llaves de una Peugeot petrolera de 2011 para ir recogiendo, asistiendo y trasladand­o a cientos de enfermos, familias enteras que hoy sufren por la pandemia.

Su sentido de responsabi­lidad supera lo racional. Los dos entran en el grupo de riesgo por su edad, pero sin pensarlo se ponen detrás del volante para recorrer calles y poblacione­s de Renca, comuna donde, según el informe epidemioló­gico del miércoles 24 de junio, se concentra la mayor tasa de contagios por habitantes de la Región Metropolit­ana: 534 por cada 100 mil.

La catástrofe sanitaria encontró a Humberto Bustamante estirando el elástico de su vida laboral. Hoy está con licencia, porque mientras colaboraba en la asistencia de un contagiado que trasladaba, se le fue encima de la mano un balón de oxígeno que

pesa casi 100 kilos. Su hija, Estefanía (33), es auxiliar de enfermería en el Servicio de Alta Resolución (SAR) de Renca, el mismo centro de atención donde Humberto conduce una de las ambulancia­s. Viven solos, porque el resto de la familia partió al sur al inicio de la pandemia. “Mis cercanos me comentan que es una locura lo que estoy haciendo. Que es un riesgo para mí, por mi edad, pero yo siento que debo ayudar en lo que sea. Estoy comprometi­do, porque hay mucha gente que necesita asistencia”, explica el conductor.

Fácilmente son 100 kilómetros diarios en desplazami­entos, calcula. Recién dejan un paciente en el Félix Bulnes de Quinta Normal, el hospital clínico que está más cerca de Renca, y tanto él como su equipo (un paramédico, al menos) deben ir a buscar a otro. Hombres, mujeres, adultos, abuelos o niños, el funcionari­o ha visto de todo desde marzo. Y al relatar algunos episodios, se quiebra al otro lado del teléfono. “Esto ha sido muy duro, difícil... Es tan desesperan­te... Disculpe. Me tocó llevar a una familia completa, primero al papá, que estaba muy complicado. Dos días después a la mamá y a su bebé de meses, también positivas. Fue... me afecta mucho, disculpe... Querían verlo, no se podía... disculpe...”, intenta explicar entre sollozos.

“A otro caballero, como de mi edad, lo llevamos más o menos grave, conectado a oxígeno. Lle

gamos al Félix Bulnes y no había box de atención disponible. ‘Vamos a tener que esperar un poco’, le expliqué. ‘No se preocupe, sé que soy un número más’, me respondió. Quedé muy golpeado, ojalá ahora esté bien”, agrega Bustamante, también con dificultad, al recordar otra secuencia de su trabajo antes del accidente que hoy lo obliga a estar en casa. Cuando se mejore, dice, volverá a subirse a su máquina. Pero ya

tomó una decisión: “Cuando esto termine, voy a retirarme. Ya es suficiente”, sentencia.

“Yo he tenido la suerte de no contagiarm­e. Para Mora fue distinto. Estuvo mal él”.

Humberto habla de su compañero Marco Mora, el otro personaje de esta historia. Trece años menor, él sí se infectó por coronaviru­s. Ya se recuperó, está pronto para volver, si se lo permiten. “Estuve 21 días hospitaliz­a

do en la Achs, en la UCI. Este virus me tuvo muy mal, no se imagina lo que significa sentir que no puedes respirar. Tenía mis pulmones hechos mierda”, resume este chofer, soltero, quien lleva 16 años en el servicio y hoy cumple turnos de noche desde las 17 horas hasta las ocho del día siguiente. Quince horas, hasta que Bustamante le pide las llaves.

“No se piensa que esto le puede pasar a uno. Simplement­e nos dicen a dónde ir y vamos. No hay mucho que pensar. Asumimos un compromiso”, expresa Marco, también por teléfono, desde su casa, donde hoy espera una autorizaci­ón médica y una orden del servicio. Aunque es sincero, reconoce que ahora sí siente miedo. “Para qué le voy a mentir, no sé si me gustaría volver. Dicen los médicos que como ya tuve el coronaviru­s, ya tengo anticuerpo­s formados. Pero otros dicen que no es tan así. Solo sé que si me da de nuevo, no la cuento dos veces. Pero si me piden volver, lo haré”, señala el funcionari­o, que esta semana tiene control médico para establecer si ya está apto para trabajar.

Con o sin miedo, Mora dice que volvería a manejar la Peugeot de 2011 si se lo piden. Si todo sale bien, en los próximos días él y Humberto Bustamante se reencontra­rán en el SAR de Renca, para intercambi­arse las llaves de su máquina una vez más y salir a rescatar enfermos por las calles de la capital.

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Humberto Bustamante (69), al volante de su ambulancia, protegido contra los contagios.
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Marco Mora (56), poco antes de abandonar la clínica. Sus peores días a causa del coronaviru­s ya habían pasado.

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