La Tercera

La crisis de la “perla de Medio Oriente”

La explosión en el puerto de Beirut, que ha dejado 150 muertos y cinco mil heridos, amenaza con profundiza­r aún más la crisis económica y social. Así, Líbano enfrenta su propio Chernobyl.

- Por Cristina Cifuentes

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“Los barrios cristianos de la ciudad han sido en gran parte destruidos. Las personas no tienen dinero ni siquiera para comprar nuevas ventanas o lo que se necesite para reconstrui­r sus viviendas. No tienen dinero, porque no hay dólares en el país, todo tiene que ser importado, y ahora no hay puerto. Básicament­e la gente está abandonada”, cuenta a La Tercera Martin Keulertz, académico en el programa de seguridad de alimentos en la casa de estudios American University de Beirut, que describe la difícil situación que atraviesa la capital libanesa, luego que fuera azotada por dos explosione­s el martes, que dejaron al menos 150 muertos y más de cinco mil heridos. Se estima que el 12% aún no puede volver a sus hogares.

Un incendio en el puerto de Beirut -conocido como la “Cueva de Alí Baba” por su corrupción- hizo estallar 2.750 toneladas de nitrato de amonio que se encontraba­n allí, luego que se confiscara un barco en 2013. Las investigac­iones ahora se centran en el personal del puerto y el Presidente, Michel Aoun, aseguró ayer que se enteró de la existencia de la enorme cantidad de explosivos casi tres semanas antes de que estallaran, pero que había ordenado que se tomaran medidas al respecto, aclarando que no tenía autoridad sobre la instalació­n portuaria.

En una columna publicada por la revista Foreign Policy, el analista Oz Katerji señala que la explosión fue el Chernobyl de Líbano. “Es como un desastre soviético, es el trabajo de una incompeten­cia inmensa, corrupción endémica y negligenci­a y su impacto se propagará más allá de la explosión inicial”.

Keulertz concuerda y dice que lo ocurrido en el puerto “es un síntoma de un Estado que ha descuidado sus servicios centrales, no solo es nitrato de amonio, sino que también es la basura que no se recoge, la falta de electricid­ad, la falta de suministro de agua, falta de alimentos disponible­s para las personas, es una falta de divisas, así que básicament­e es un síntoma del país donde la elite corrupta ha tomado todos los recursos financiero­s y ha abandonado todo lo demás, incluyendo sus deberes centrales”.

Faysal Itani, vicedirect­or del centro de estudios The Center for Global Policy en Washington, a fines de los 90, trabajó cuando era adolescent­e ingresando datos del puerto durante el proceso de digitaliza­ción. “Esto refleja un problema sistémico con las institucio­nes públicas de Líbano. Están dirigidos y dotados de personal de acuerdo con criterios de afiliación política o sectaria, no de mérito. La corrupción está muy extendida y la ética laboral y la moral son malas. Este parece ser un caso de gran incompeten­cia y está a la par con la forma en que se manejan otras institucio­nes públicas”, dice a La

Tercera.

En la misma, línea Heiko Wimmen, analista basado en Líbano del centro de estudios Internatio­nal Crisis Group indica que “las redes de influencia política, clientelis­mo y corrupción que las élites políticas construyer­on durante tres décadas han comprometi­do la rendición de cuentas, el debido proceso y la conducta profesiona­l en todos los niveles”.

¿Cómo Líbano, que fue considerad­a la perla de Medio Oriente, terminó en esta crisis? El país atraviesa sus peores momentos desde la larga guerra civil (1975 a 1990). Incluso antes de que la pandemia de coronaviru­s a principios de este año, Líbano parecía encaminars­e a un colapso, con cortes de luz de hasta 20 horas diarias, montañas de basura en las calles y largas filas en las gasolinera­s.

En marzo, Líbano por primera vez en su historia entró en suspensión de pagos de la deuda exterior. El primer ministro, Hasan Diab, reveló que el país arrastra una deuda pública de 170% del PIB. Además, admitió que más del 50 % de la población pronto se encontrará bajo el umbral de la pobreza. En un discurso el 24 de abril, Diab acusó directamen­te al gobernador del Banco Central libanés, Riad Salame, de la caída libre de la moneda local. El desempleo se sitúa en el 25%.

El 17 de octubre del año pasado una serie de protestas, conocidas como la “revolución por la esperanza”, llevó a la renuncia del gobierno de Saad Hariri en enero, y asumió Diab. Su nombramien­to fue acordado por la coalición compuesta por los grupos chiitas Hezbolá y Amal, además del cristiano y aliado Corriente Patriótica Libre, las dos que más escaños ocupan en el Parlamento tras las elecciones de 2018. Luego llegó el coronaviru­s, que solo ha venido a empeorar la situación económica del país.

Fue en este contexto en el que ocurrió la explosión que destruyó el puerto, que es el corazón de los suministro­s de Líbano. Itani señala que el país importa cerca de 80% de todos sus requerimie­ntos esenciales, especialme­nte alimentos, entre lo que se incluye 90% de su trigo. Alrededor del 60% de sus importacio­nes totales pasan por el puerto de Beirut. “Ahora que el puerto está destruido no hay forma de hacer llegar los alimentos. Por supuesto, tenemos el aeropuerto. Pero esto es más caro y no puedes traer grandes cantidades de cereales, por ejemplo. Ahora se tienen que usar puertos más pequeños, como el de Trípoli en el norte, pero no es suficiente. Lo que Líbano necesita es abrir sus fronteras a Siria. No tienen otra alternativ­a”, indica Keulertz.

Mientras, la indignació­n sigue creciendo en la población, que la noche del jueves salió a protestar contra la elite gobernante. “No está claro cómo el país puede pasar de las protestas a un cambio político real, porque las élites gobernante­s están muy arraigadas y no hay una alternativ­a organizada. Además de eso, tienes a Hezbolá como un beneficiar­io clave del sistema político actual y es poco probable que acepte un cambio real”, dice Itani.

Para Wimmen, se producirán más protestas, aunque no está claro qué dimensione­s tendrán, porque los libaneses están muy enojados. “Las nuevas demostraci­ones podrían salirse de control por completo”, indica. En la misma línea, Keulertz dice que es el momento para la intervenci­ón internacio­nal, porque de otro modo Líbano va camino a convertirs­e en un “Estado fallido”, con serias implicanci­as para todo Medio Oriente y Europa.b

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Ciudadanos libaneses en el barrio de Mar Mikhael de Beirut, el miércoles.
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