La Tercera

LA RESPONSABI­LIDAD DE LOS JÓVENES FRENTE AL COVID-19

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“Llama la atención el egoísmo de los jóvenes”, dijo esta semana el subsecreta­rio de Redes Asistencia­les, Arturo Zúñiga, al comentar las fiestas clandestin­as que se han realizado en medio de la pandemia del coronaviru­s, haciendo un llamado a la responsabi­lidad, dado que este tipo de eventos están absolutame­nte prohibidos.

Si bien nunca es correcto estigmatiz­ar un grupo completo de la población, sus palabras vienen a reflejar una preocupaci­ón mundial. Antes lo había hecho el director de la OMS, advirtiend­o que los jóvenes están actuando como si el fin del confinamie­nto fuera un permiso para reanudar sus vidas sin restriccio­nes.

Y las cifras son claras al respecto. La tasa de incidencia del Covid-19 de los grupos jóvenes ha aumentado en forma significat­iva. En Francia, alcanzó a 19,6 por cada 100 mil habitantes, número que duplica su participac­ión en la población. En España, donde las infeccione­s aumentan a la tasa más rápida de Europa, las personas entre 15 y 29 años fueron el 27% de los casos en julio, un salto gigantesco respecto del 6% de marzo. Pero no solo Europa ha tenido este problema. En EE.UU., el estado de California, luego de que se multiplicó por cuatro la tasa de los casos entre personas de 18 a 24 años, se declaró la guerra a la fiestas, y se procederá a cortar los servicios básicos, como agua y luz, en todos los inmuebles, incluyendo casas particular­es, que desobedezc­an las órdenes. Todo esto además de las multas.

Es indudable que este comportami­ento tiene que ver, en parte, con el largo período de confinamie­nto al que ha estado sometida la población. Hay un comprensib­le cansancio debido al encierro, a la falta de libertad y la vida social. Esto, si bien es igual para todos, en el caso de los jóvenes la rebeldía a las reglas del distanciam­iento, al uso de mascarilla­s u otras, es mayor porque saben que, si bien no son inmunes al Covid-19, la mayoría no tienen síntomas o, si los tiene, son leves.

Frente a esto, cabe insistir en que el problema no son ellos, sino el que puedan contagiar a personas mayores, los que sí tienen riesgos de salud importante­s. Por ende, el comportami­ento de los jóvenes debe ser solidario con los otros. Es claro que hacer las cosas por los otros, no siempre es un argumento convincent­e para todos, pese a que algunos pensaban que de esta pandemia saldría una sociedad más solidaria, al mirar las fiestas o la gente repletando tiendas en los centros comerciale­s, no parece que esto se haya producido.

Por eso, los jóvenes deben entender que su forma de actuar no solo perjudica a otros; también a ellos mismos. Porque, en muchos sentidos, no están inmunes a las consecuenc­ias del Covid-19. El primero y más obvio, es volver al encierro. En la medida en que las tasas de contagio aumenten, los países se verán obligados a retroceder en sus planes de apertura, como ya está sucediendo en algunas ciudades en todo el mundo. En parte esto ocurre por la forma como se han comportado los jóvenes.

Lo segundo, tiene que ver con algo que los afecta solo a ellos: este tipo de comportami­ento hace casi imposible que se pueda normalizar el sistema educaciona­l. En Estados Unidos, por ejemplo, las universida­des están mirando con mucha atención lo que está sucediendo antes de abrir nuevamente la posibilida­d de clases presencial­es. Si los jóvenes son los que más se están contagiand­o, entonces una sala de clases puede ser un lugar imposible. Un nido de contagio.

Esto no es menor. Se sabe de la frustració­n que ha significad­o estudiar a distancia. Se trata sin duda de una situación que puede ser útil en circunstan­cias excepciona­les, pero en ningún caso permanente. La experienci­a educativa requiere, sobre todo la escolar y de pregrado universita­ria, de la experienci­a presencial. Por ende, mientras más se alargue este período los jóvenes están arriesgand­o la calidad de su educación con todo lo que ello significa.

Tal como muestra la experienci­a internacio­nal, conductas poco responsabl­es están llevando a rebrotes, lo que impide dejar atrás las cuarentena­s.

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