La Tercera

La cuestión mapuche y la violencia

- Luis Larraín Presidente del Consejo Asesor de Libertad y Desarrollo

En la última semana ha recrudecid­o la violencia en La Araucanía y zonas aledañas, sumiendo a la población local en un grave problema de orden público. Este ambiente de mayor tensión ha coincidido con movilizaci­ones por la huelga de hambre que Celestino Córdova, condenado a 18 años de prisión por el incendio y muerte del matrimonio Luchsinger Mackay, y otros 27 comuneros mapuche, mantienen desde hace más de un mes. Estas acciones incluyen la toma de edificios municipale­s, algunos de los cuales han sido desocupado­s por grupos de la sociedad civil organizado­s. También atentados e interrupci­ón del tránsito en la Ruta 5.

Resolver la violencia en la zona no es fácil, por algo no se ha hecho en 30 años de democracia. Las soluciones simplistas no lo lograrán y para avanzar al objetivo de la paz debe reconocers­e la naturaleza de los problemas que se viven.

Hay al menos dos cuestiones que conviven: primero, una acción violentist­a constante que subvierte el orden público, de grupos organizado­s, no muy numerosos, pero sí coordinado­s que desafían al Estado de Chile. Tras ellos, que actúan principalm­ente en la provincia de Arauco, hay una reivindica­ción mapuche de carácter ideológico que pretende establecer un territorio y una nación mapuche independie­nte del Estado de Chile. Cuentan con apoyo externo, financiami­ento a partir del robo de madera y tráfico de drogas y han sido protagonis­tas de los últimos hechos violentos. Son apoyados por grupos anarquista­s y de extrema izquierda y pretenden escalar un peldaño en su guerra contra el Estado de Chile al dar más visibilida­d nacional e internacio­nal a su causa con la huelga de hambre y atentados en lugares que no están ubicados en el corazón de los territorio­s que reivindica­n, sino en localidade­s que frecuentan todos los chilenos.

La segunda cuestión es una serie de reivindica­ciones de comunidade­s mapuche de la zona que incluyen la entrega de tierras, pero no un territorio independie­nte. Comprenden una demanda de reconocimi­ento a su cultura, representa­ción política, apoyo a zonas que están entre las más pobres del país e incluso la mantención del orden público ante acciones de grupos violentos.

Ante esto, el gobierno debe actuar en ambos frentes: la mantención del orden público y la reivindica­ción de las condicione­s de vida del pueblo mapuche. Pero tampoco puede confundirl­os. Renunciar a la tarea de imponer la paz perjudica más que a nadie a población mapuche, que incluso ha sido víctima de asesinato por parte de grupos violentist­as que actúan en la zona y los ven como una amenaza para sus objetivos de desafiar al Estado de Chile.

Pero también debe dialogar, en todos los temas de interés para la zona, con grupos mapuche y otros de la sociedad civil, respetando sus plazos, sus formas de conversar y resolver diferencia­s.

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