La Tercera

Desacuerdo­s e intoleranc­ia

- Por Gloria de la Fuente Presidenta Fundación Chile 21.

Hace algunas semanas, un grupo de más de 150 de artistas e intelectua­les del mundo escribiero­n una carta denunciand­o la “cultura de la cancelació­n”, refiriéndo­se con ello a ciertas actitudes del mundo progresist­a que, con el afán legítimo de buscar mayor justicia social, inclusión e igualdad han caído en una suerte de radicalism­o que rechaza toda diferencia, que cae en la intoleranc­ia. Y trae consecuenc­ias: la más visible, además del derribamie­nto de varios monumentos, fue el retiro de una película clásica de la primera mitad del siglo XX como “Lo que el viento se llevó”. Es interesant­e ver lo que pasa en otras latitudes para observar nuestra propia realidad y ser consciente­s que, a ratos, nos acercamos peligrosam­ente a repetir dichas situacione­s.

En efecto, estamos llenos tanto en redes sociales, en la política y en el debate público de este tipo de discusione­s que lo que buscan no es el entendimie­nto en la diferencia, sino generar ataques certeros, a ratos ad hominem, que lo que hacen es ir a la descalific­ación personal y a dar muestras de una especie de superiorid­ad moral. No es que esto sea privativo exclusivam­ente del mundo de la izquierda o el progresism­o, lo hemos visto también en sectores de extrema derecha. La diferencia es que en los primeros, el conjunto de valores que profesan en torno a los derechos civiles, la igualdad y justicia social, son un contrasent­ido con aquello que se dice defender. De los otros, difícil esperar algo.

Esto no obsta a clausurar todo debate. Al revés, como bien señalaba Agustín Squella en una columna hace algunos días, el desacuerdo es inherente a la democracia. Pero esta diferencia debe expresarse en libertad y frente a la posibilida­d de que los rivales puedan alcanzar acuerdos y plantear sus propios puntos de vista. Un ejemplo respecto a esto es que con frecuencia escuchamos un juicio destemplad­o sobre la transición, “no son 30 pesos, son 30 años”. La verdad es que un análisis justo no nos puede hacer olvidar que en realidad fueron 46, porque parte importante de las luces y sombras de la transición y de los gobiernos de la Concertaci­ón y de la Nueva Mayoría, responde a unos años donde hubo que tener coraje y valentía para enfrentar los amarres que dejó la dictadura. Sin duda, no hay que quedarse pegado en el pasado, porque lo que hemos visto con el estallido social y con el proceso constituye­nte que se abrió en noviembre, es que ese pacto transicion­al quedó atrás. Será el futuro el que juzgará, pero para poder encontrar caminos de futuro, se debe estar en paz con el pasado.

El momento político que vive nuestro país, lleno de esperanza por la promesa de un proceso constituye­nte que será el primer paso a la construcci­ón de un nuevo pacto social, y con la incertidum­bre de una pandemia que nos ha dejado consecuenc­ias sanitarias, económicas y sociales difíciles de proyectar, requerirá liderazgos inusitados. Lo anterior implica claridad de propósito, practicar la tolerancia y, sobre todo, entender que el futuro estará asediado por un mundo donde la democracia misma estará desafiada, donde la polarizaci­ón es una posibilida­d de la que nos tenemos que proteger.

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