La Tercera

Agoreros de la gratuidad

- María Paz Arzola Libertad y Desarrollo

Acomienzos del año 2016, cuando recién se iniciaba la aplicación de la gratuidad en la educación superior, la entonces Presidenta Bachelet criticó a quienes habían mostrado reparos a esta iniciativa, señalando que “hay un conjunto de agoreros que pronostica­ron que no íbamos a poder hacerlo o que sería un retroceso, y la verdad es que se equivocaro­n”. Esta frase refleja bien la visión que primó en la discusión educaciona­l de ese momento –que hoy se repite en varios ámbitos- y que llevó a desatender las advertenci­as que varios hicimos por el negativo impacto que esta política tendría sobre el sistema de educación superior. Se nos atribuyó algo así como una falta de sensibilid­ad por las dificultad­es económicas que muchos jóvenes enfrentaba­n para poder acceder a este nivel educativo, cuando lo que había en realidad era una genuina preocupaci­ón porque las soluciones que se implementa­ran fuesen sostenible­s en el tiempo y no terminaran produciend­o a la larga un perjuicio para aquellos a quienes se quería favorecer.

Pues bien, hoy vemos que esas advertenci­as no fueron solo un mal augurio y que la gratuidad está generando dificultad­es reales que en los próximos años solo se agravarán. Y ello no es consecuenc­ia de una falta de voluntad o mala implementa­ción, sino de la idea central de esta política, que consiste precisamen­te en restringir los ingresos de las casas de estudio a la disponibil­idad presupuest­aria del Estado. Ello las obliga, en un principio, a acomodarse y contener el alza en ciertos gastos, pero más adelante terminará inevitable­mente por limitar la calidad y la expansión de un sistema que aún requiere generar nuevos espacios para acoger especialme­nte a los jóvenes más vulnerable­s.

En esa línea, recienteme­nte un grupo de rectores de universida­des que participan de esta política han salido a manifestar su disconform­idad con los parámetros que guiarán la asignación de los recursos públicos desde el próximo año. Se trata de rectores que en su mayoría apoyaron con entusiasmo esta ley, ignorando las múltiples advertenci­as que se hicieron sobre ésta. Tal vez apostaban por la misma fórmula a la que han recurrido en los últimos años, de presionar por más recursos al gobierno de turno. No obstante, la crisis que hoy golpea al país y a las finanzas públicas los ha obligado a cambiar de estrategia y a solicitar algo que parece más plausible: que se postergue la aplicación de estos nuevos parámetros.

Pero dejemos de engañarnos. Posponer los problemas no los resolverá. Es hora de aceptar que la única forma de hacer viable la gratuidad es frenar su extensión y dar paso a un mecanismo de financiami­ento complement­ario que no dependa exclusivam­ente de la billetera fiscal. En ese contexto, el proyecto para crear un nuevo crédito estatal en reemplazo del CAE –y que hace dos años duerme en el Congreso- constituye un buen punto de partida para avanzar en esa discusión y en las soluciones que el sistema de educación superior requiere con cada vez mayor premura.

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