La Tercera

PANDEMIA: EL MOMENTO DE LA RESPONSABI­LIDAD INDIVIDUAL

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La pandemia ha dejado en nuestro país cifras dramáticas: más de 12 mil personas fallecidas a causa del virus, cerca de medio millón de contagiado­s y muchas personas que, no obstante haber logrado sobrevivir a la enfermedad, quedaron con graves secuelas. No cabe duda que a medida que las cifras iban empeorando, y sin ninguna certeza de cómo podría ser la evolución de los contagios, se justificó que la autoridad decretara en una primera etapa medidas restrictiv­as, como el toque de queda nacional y largas cuarentena­s, las que obligaron a gran parte de la población a permanecer cerca de cuatro meses en sus casas.

A medida que el país muestra mejores indicadore­s sanitarios a nivel general, algunas de estas restriccio­nes han comenzado a flexibiliz­arse, pero ante lo previsible de que el virus seguirá un buen tiempo más entre nosotros -sin que pueda descartars­e una segunda ola de contagios- es sano empezar a extraer lecciones sobre las restriccio­nes implementa­das así como sus implicanci­as, pues aunque indudablem­ente han contribuid­o a contener la propagació­n del virus, a su vez han generado extendidos efectos colaterale­s, no solo en términos económicos, sino también en la salud física y mental de las personas.

El dilema central es cómo deben congeniars­e las libertades personales versus el derecho que tiene el Estado de controlar una pandemia, una ecuación que en ninguna parte del mundo ha sido sencillo despejar, y que en Chile claramente ha terminado desbalance­ada en favor de las prohibicio­nes. En esto, Chile terminó optando por un modelo especialme­nte restrictiv­o, donde probableme­nte lo que mejor lo simboliza es el extenso toque de queda que ha regido en todo el territorio nacional -y de manera ininterrum­pida- desde fines de marzo. Distintos países alrededor del mundo aplicaron esta medida -por de pronto, varios de América Latina, pero también otros del primer mundo, como Australia-, pero solo algunos lo han mantenido en forma tan prolongada. No deja de ser inquietant­e que una restricció­n pensada para situacione­s excepciona­les y en general acotada en el tiempo, siga aún en aplicación, perdiendo ya su sentido como medida sanitaria, pero en cambio tornándose a estas alturas en un abierto atropello a las libertades individual­es.

Por su parte, las extensas cuarentena­s también requieren ser examinadas en todas sus dimensione­s. Aquí no solo deben tenerse presente sus ventajas sanitarias, sino también reconocer que han constituid­o el mayor intento de regular la vida de las personas del que se tenga memoria. El ejemplo más evidente de ello es que al final devino en la creación de 15 tipos de permisos individual­es, más otro tanto de salvocondu­ctos y constancia­s. Y basta mirar el abanico de regulacion­es, para darse cuenta hasta dónde llegó el afán regulador. Así, por ejemplo, en algunos casos, como el pasear mascotas o salir con niños, se fijó incluso la distancia de la casa a la que podían estar: dos cuadras para los primeros, un kilómetro para los segundos. Otro tanto ocurrió con el tiempo: 20 minutos para las mascotas y 90 para los niños. Cuatro horas para los matrimonio­s y cinco para los funerales. Dos horas para entregar alimento a adultos mayores y tres horas para hacer lo mismo en un recinto penitencia­rio. Hasta esta semana, cerca de siete millones de chilenos seguían bajo estos permisos. A partir del lunes, esa cifra bajará, pero al menos cuatro millones seguirán con sus libertades restringid­as en forma severa. ¿Era necesario todo esto? Es difícil saberlo tan tempraname­nte, porque los resultados son disímiles en países que ocuparon distintos modelos. Sin embargo, hay algo que sí resulta claro: a estas alturas hay un claro desbalance en favor de las regulacion­es, en desmedro de las libertades individual­es, y por ello es tiempo de empezar a buscar un nuevo equilibrio. El país debe dejar atrás los controles excesivos -que al final terminan por confundir a la población y generan un bajo nivel de adhesión a los mismos- y dejar que la ciudadanía recupere el derecho a tomar sus propias decisiones. Esto por una razón fundamenta­l: porque, superada la peor parte de la crisis, la única manera de controlar el coronaviru­s será apelar a la responsabi­lidad de las personas. Y sin libertad, no hay posibilida­d de aquello. En ese contexto, una saludable señal en esa dirección sería el pronto fin del toque de queda.

El país debe dejar atrás los controles excesivos y permitir que la ciudadanía comience a recuperar sus libertades individual­es, pues la forma más efectiva de controlar el virus será apelando a la responsabi­lidad personal.

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