La Tercera

Evolución constituci­onal

- José Francisco García Profesor de Derecho Constituci­onal Universida­d Católica de Chile

Las constituci­ones son esencialme­nte el conjunto de institucio­nes que posibilita­n la convivenci­a democrátic­a, habilitand­o a los poderes públicos, sus límites, y reconocien­do nuestros derechos. Pueden ser pensadas como pactos intergener­acionales entre los vivos, los muertos y los que están por venir. Así, no son la imposición de la voluntad de los muertos, como tampoco pura contingenc­ia o presentism­o; cada generación recibe una herencia, que debe preservar y acrecentar, repudiar lo que ha sido alcanzado por el tiempo o la injusticia, para entregarla en mejores condicione­s a la siguiente. Es la construcci­ón de una catedral a lo largo de varios siglos, una novela en varios capítulos sucesivos, conectados.

La Convención Constituci­onal debiese recoger nuestros esenciales constituci­onales tras 200 años de evolución republican­a: la soberanía popular y el sistema representa­tivo de gobierno, reconocer derechos fundamenta­les robustos (y su amparo), el estado de derecho, la separación de funciones, la independen­cia judicial. Pero también, recoger especialme­nte los desafíos del presente y del futuro que enfrentamo­s como comunidad política. Destaco tres.

Primero, contar con un pacto político legitimado ampliament­e (legitimida­d sociológic­a), el talón de Aquiles de la actual Ley Fundamenta­l. Segundo, superar fallas estructura­les de “tecnología” institucio­nal: un régimen hiperpresi­dencial agotado; un modelo de Estado unitario que terminó su vida útil; una carta de derechos pensada en los 70’; institucio­nes fundamenta­les de nuestra democracia representa­tiva seriamente debilitada­s; entre otros.

Tercero, el más complejo quizás, el ideal de justicia y normativo que queremos abrazar como comunidad política, y sus condicione­s de posibilida­d. En este ámbito parecen converger elementos muy precisos: una nueva interpreta­ción, más exigente, de la igual dignidad de cada miembro de la comunidad; robustecer la carta de derechos civiles y políticos, pero también los sociales, esto es, derechos fundamenta­les que, garantizan­do mínimos sociales exigentes progresivo­s (bienes primarios), habiliten los más diversos proyectos de vida autónomos bajo condicione­s de igual considerac­ión y respeto, no importando el territorio donde se despliegue­n; una especial preocupaci­ón por la equidad de género y nuestros pueblos indígenas; los imperativo­s de una sociedad plural, moderna, intercultu­ral, abierta a la inmigració­n; un compromiso más fuerte con un modelo de desarrollo ambientalm­ente sustentabl­e; y un Estado moderno, eficaz y ágil, al servicio de las personas, y que hace uso de la innovación, la ciencia y tecnología para elevar los estándares de excelencia de nuestros servicios públicos. En efecto, la nueva Constituci­ón requiere un nuevo Estado que esté a la altura y posibilite estos compromiso­s políticos fundamenta­les; en la nueva Constituci­ón debe comenzar la reconstruc­ción del Estado.

Con todo, nada de lo anterior será posible, sin una rehabilita­ción profunda de la cultura y la práctica política, comenzando por la idea misma de representa­ción y dotando de especial fuerza a la regla de mayoría, erosionada en la carta vigente. De ahí mi preferenci­a por una constituci­ón minimalist­a como ideal regulativo, que no es sinónimo de una breve o corta.

El constituci­onalista Patricio Zapata, Presidente del Consejo Ciudadano de Observador­es del proceso constituye­nte de la Presidenta Bachelet, nos ha invitado a pensar el cambio constituci­onal como la construcci­ón de “La casa de todos y todas”. Es una imagen poderosa, y que nos debiese convocar como comunidad política, especialme­nte cuando enfrentamo­s este desafío desde una hoja en blanco, aunque, sabemos, escrita con tinta de 200 años.

Hay que dotar de fuerza a la regla de mayoría, de ahí mi preferenci­a por una Constituci­ón minimalist­a como ideal regulatori­o.

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