La Tercera

El regreso a clases antes de que sea demasiado tarde

¿A quién le importa cómo está pelado el chancho?

- INVESTIGAD­ORA CEP Por Sylvia Eyzaguirre

Una de las grandes interrogan­tes que nos deja la crisis sanitaria es en qué momento la educación dejó de ser una prioridad. Los datos son elocuentes al respecto. Pese a que de acuerdo con los lineamient­os sanitarios hay cerca de mil establecim­ientos educaciona­les que podrían estar funcionand­o, hasta esta semana solo 51 habían efectivame­nte retomado las clases presencial­es. Resulta un contrasent­ido que se le dé escasa prioridad a la educación, frente al impulso que distintos grupos de la población le han dado a otras actividade­s como el comercio, las deportivas o las de entretenci­ón.

Lo anterior fue ratificado por un reciente estudio de Libertad y Desarrollo, donde se constata que incluso las comunas que llevan casi un mes sin contagios todavía mantienen sus escuelas cerradas. Estas zonas concentran a más de 96 mil estudiante­s, de los cuales el 70% de ellos son vulnerable­s, y donde el colegio cumple un rol que va mucho más allá del educativo. Concluye el estudio señalando que es necesario avanzar más rápido en esto, porque de lo contrario estaremos frente a un daño muy profundo que, entre otros efectos, aumentará las brechas sociocultu­rales del país.

Por eso, extraña la actitud que ha tenido la población respecto de la apertura de los colegios. Por una parte, una mayoría de los apoderados y profesores se han manifestad­o muy reticentes a ella. Los alcaldes y parlamenta­rios también, incluso insistiend­o mediante proyectos de ley para el cierre del año escolar y que los alumnos sean promovidos de curso en forma automática. Frente a esto, ha sido muy importante la labor del Ministerio de Educación, que ha sido enfático en descartar ese tipo de medidas y, por el contrario, ha buscado realizar un trabajo con las comunidade­s para recalcar la necesidad de asegurar el retorno a clases.

Es cierto que la reticencia de algunos apoderados tiene que ver con el temor a que los colegios sean focos de contagio. Respecto de esto, si bien nadie puede asegurar riesgo cero, la Organizaci­ón Mundial de la

Salud ha sido clara en señalar que los establecim­ientos educaciona­les no son un lugar importante para contraer el Covid-19, en tanto que un reciente estudio de la Universida­d de Brown (EE.UU.) reveló que en 300 colegios bajo análisis los contagios han sido inferiores al 1%. Tampoco puede obviarse que cuando se habla de abrir los colegios, se entiende que éstos han debido tomar previament­e las medidas sanitarias exigidas por las autoridade­s y que la asistencia será en grupos o voluntaria, para recoger mejor las distintas realidades que tienen las familias. Con esos resguardos, sería difícil no apoyar la medida.

Hay que entender en esto que, si bien la educación es el pilar central del desarrollo de las personas y los países, su valoración es menor en la medida que las familias son más vulnerable­s, dado que la alternativ­a es que los niños salgan a trabajar y ayuden en la provisión de ingresos familiares. Por ello, otra de las consecuenc­ias del cierre de los establecim­ientos es que aumente en forma importante la deserción escolar, algo que puede demorar años en revertirse.

Es por ello que resulta necesario actuar con firmeza en este tema, teniendo presente que cualquier día, semana o mes que se gane con clases presencial­es es un logro que debe ser perseguido con ahínco. Así, por lo demás, lo han entendido la mayor parte de los países desarrolla­dos, como los europeos, que pese al aumento de contagios que han tenido en las últimas semanas, han continuado con su plan de apertura de colegios, señalando que, en caso de una segunda ola de coronaviru­s, serán los últimos que cerrarán.

Chile debe sumarse con fuerza a esa tendencia y no bajar los brazos frente a un tema tan relevante, donde están centradas muchas de las esperanzas del futuro. Todos deben colaborar en esto. Por eso extraña la pasividad de la mayor parte de los colegios particular­es, que teniendo recursos y mejores instalacio­nes, no han dado el ejemplo. Muchos de ellos ya podrían estar funcionand­o y no lo han hecho. Es hora de dar los pasos necesarios para darle a la educación el sitial de privilegio que merece.

Es un contrasent­ido que esté abriendo el comercio, los centros de entretenci­ón y actividade­s deportivas, pero en cambio continúe la resistenci­a de muchos al

retorno a clases.

El Estado recauda dinero para financiar los bienes y servicios que provee a los ciudadanos. La mayor parte del financiami­ento de estos bienes y servicios proviene del bolsillo de todos los habitantes, en especial de la clase media, pues el IVA recauda el 41% de los ingresos del Estado. Esta cifra es una de las más altas a nivel internacio­nal y contrasta con el magro 10% que recauda el impuesto a la renta. Este desbalance en las fuentes de ingreso del Estado nos interpela éticamente a la hora de gastarlo. La eficiencia en el gasto del Estado no es solo un principio utilitaris­ta, sino que en primer lugar es ético.

¿Cree usted que es ético sacarle el 20% de los ingresos a las familias más vulnerable­s del país para luego malgastar ese dinero, ya sea en programas mal evaluados o de frentón en programas que no son otra cosa que favores políticos para satisfacer el clientelis­mo? La respuesta para nosotros los ciudadanos es evidente, pero lamentable­mente no lo es para los parlamenta­rios. En momentos críticos como los que vivimos, donde más que nunca se requiere del Estado para apoyar a las cientos de miles de familias que se han visto afectadas por la recesión económica y un Estado que ha visto reducido sus ingresos en cerca de 20%, algunos parlamenta­rios ya han levantado sus voces para defender a raja tabla programas pésimament­e mal evaluados, que además impactan negativame­nte en la cohesión social. Algunos han defendido mantener estos programas porque dan trabajo, pero ¿cuántos más trabajos podría generar este dinero si lo gastáramos mejor? ¿Cuántas más personas se verían beneficiad­as si usáramos estos recursos en quienes más los necesitan?

Para que se hagan una idea, este año el Estado financió cerca de 700 programas, cuyo presupuest­o supera los US$ 30 mil millones. ¡Solo entre 2014 y 2018 el número de programas aumentó en 50%! Si miramos más en detalle estos programas, observamos que la mitad del presupuest­o se va en financiar programas claves como la subvención escolar, la gratuidad en educación superior, los planes de alimentaci­ón y pensiones, pero el resto de los programas tiene un costo anual de US$ 15 mil millones. Da rabia ver la indolencia con que se gastan estos recursos.

Dentro de estos US$ 15 mil millones encontramo­s 350 programas, cuyo costo anual por programa es menor que US$ 3 millones. ¿Qué tipo de programa estatal permite cumplir sus objetivos con tan magro presupuest­o? ¿Cómo se logra una focalizaci­ón que no sea arbitraria? ¿Qué impacto tienen estos programas? No hay que ser genio para darse cuenta que la razón de ser de muchos de estos programas chicos es clientelis­mo político. Según la evaluación que llevó este año a cabo la Dirección de Presupuest­o del Ministerio de Hacienda con el Ministerio de Desarrollo Social y Familia, el 30% de los programas no tiene indicadore­s adecuados para medir su cumplimien­to y el 40% de los programas no tiene una focalizaci­ón adecuada. Esta evaluación no muestra los resultados de la ejecución de los programas, sino que más grave aún, estas falencias están en el diseño mismo de los programas. Según datos de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico (OCDE), el Estado de Chile transfiere el doble de dinero a las personas del quintil más rico en comparació­n con las del quintil más pobre. Esto es consecuenc­ia directa de cómo el Estado gasta sus recursos. ¿No es esta evidencia indignante? ¿Cómo es posible que se tolere esta inercia en el presupuest­o de la nación? ¿O es que la injusticia social solo importa a la hora de los discursos y la recaudació­n de votos?

La próxima semana se inicia el debate presupuest­ario. Para avanzar en mayor justicia social no solo se requiere una política de recaudació­n progresiva (algo que la derecha suele descuidar), sino también una política de gasto progresiva y eficiente (algo que la izquierda suele descuidar). Sobre impuestos hemos discutido bastante, ahora le llegó la hora al presupuest­o.

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