La Tercera

Mi villano favorito

- Por Daniel Matamala

En 1975, un grupo de comisionad­os de la ONU, liderados por el paquistaní Ghulam Ali Allana, se aprestaba a viajar a Chile para investigar en terreno la situación de los derechos humanos. Pero seis días antes de su ingreso, la dictadura les prohibió la entrada. En cambio, Pinochet envió a dar testimonio a Ginebra a un grupo de supuestos “independie­ntes”, como el dirigente camionero León Vilarín, el ministro de la Corte Suprema Enrique Urrutia Manzano y el abogado Hermógenes Pérez de Arce.

Antes de viajar, el grupo fue invitado a un tour por el centro de torturas de la DINA Cuatro Álamos, donde Pérez dice que los detenidos “cocinaban pucheros apetitosos, a juzgar por el aroma. No acusaron malos tratos. El aspecto general de la gente era de individuos de clase media, vestidos con ropas abrigadas (…) No presentaro­n quejas”.

La dictadura de Pinochet reclamaba que, al no haber podido entrar a Chile, la comisión debía dar crédito a estas patrañas, y declararse “incapacita­da” para elaborar un informe independie­nte.

Pero Allana y sus colegas no se dejaron intimidar: entrevista­ron a 83 testigos y víctimas en Ginebra, Caracas, París y Nueva York, y publicaron un demoledor informe de 103 páginas detallando las “flagrantes violacione­s” cometidas por la dictadura de Pinochet. El embajador de Chile ante la ONU, Sergio Diez, respondió con el infame discurso en que aseguraba que los detenidos desapareci­dos “no tienen existencia legal”.

45 años después, otra vez una comisión de la ONU documenta abusos cometidos por una dictadura. Centros de detención ilegal; torturas mediante corriente eléctrica, asfixia, simulacros de ahogamient­o o violencia sexual; ejecucione­s extrajudic­iales… los informes sobre Chile en 1975 y Venezuela en 2020 pueden leerse como un continuo sobre las metodologí­as del horror.

Los descargos también se parecen hasta confundirs­e. Tal como Pinochet, Maduro prohibió la entrada a los comisionad­os, que entonces entrevista­ron desde el exterior a 278 testigos, además de recolectar otras pruebas. El gobierno venezolano descartó el informe por ser “elaborado a distancia, sin rigor metodológi­co alguno, por una misión fantasma dirigida contra Venezuela y controlada por gobiernos subordinad­os a Washington”. A coro, el Partido Comunista chileno lo descalific­ó por ser “fruto de un trabajo desarrolla­do desde fuera del país, un texto redactado en base a versiones obtenidas a distancia”.

Increíble pero cierto: el PC chileno usa el mismo argumento de Pinochet.

Los informes de la comisión Allana y las condenas de la ONU al régimen chileno se repitieron en 1976 y 1977. Entonces Pinochet convocó a una “Consulta Nacional”, sin registro electoral, campañas ni veedores. “Frente a la agresión internacio­nal desatada en contra de nuestra Patria, respaldo al Presidente Pinochet en su defensa de la dignidad de Chile, y reafirmo la legitimida­d del Gobierno de la República para encabezar soberaname­nte el proceso de institucio­nalización del país”, decía el voto, impreso en papel translúcid­o. En el Sí había una bandera chilena; en el No, un cuadro negro. Los votos en blanco se sumarían al Sí, porque, según el subsecreta­rio del Interior, “se presume que el voto en blanco constituye aprobación”. La ridícula “Consulta” serviría de modelo para el fraudulent­o plebiscito constituci­onal de 1980.

Maduro también dice defender a la “Patria que se ha negado a rendirse a la injusticia de los imperios, sometida a una agresión permanente”, y también contesta con un fraude electoral. El Partido Comunista chileno respalda la maniobra: “las elecciones parlamenta­rias convocadas para el 6 de diciembre ofrecen una oportunida­d de solución por la vía de la decisión popular y democrátic­a (…) en el que los propios venezolano­s, sin la intromisió­n de intereses extranjero­s, podrán decidir su futuro”, declara el PC, omitiendo la evidencia sobre fraude y manipulaci­ón de los órganos electorale­s.

El PC incluso descalific­a los reportes firmados por la alta comisionad­a de la ONU, Michelle Bachelet, acusándola de “falta de imparciali­dad” y de caer en “incongruen­cias, contradicc­iones, presuncion­es infundadas y generaliza­ciones”. Ayer, Bachelet actualizó a 2.039 los fallecidos este año en Venezuela en “operativos de seguridad”, además de la continuaci­ón de “torturas y desaparici­ones forzadas”.

El PC chileno se alinea con una dictadura criminal para descalific­ar al unísono el serio trabajo de investigac­ión de la expresiden­ta con la que gobernaron Chile. Incomprens­ible, sobre todo en un partido que sufrió en carne propia los horrores de la campaña de exterminio desatada en su contra por Pinochet y sus secuaces.

El PC acusa “anticomuni­smo” tras las críticas en su contra. Eso es tan absurdo como atribuir a un “antigremia­lismo” las justificad­as críticas a la UDI por su defensa de la dictadura de Pinochet. La coherencia en este tema es especialme­nte crucial hoy, cuando Chile vive su peor crisis de derechos humanos desde la dictadura, con informes internacio­nales que documentan los abusos cometidos, especialme­nte por Carabinero­s, tras el 18 de octubre.

Como reprochó Mario Vargas Llosa a un autodenomi­nado “libertario” que ensayaba una defensa del pinochetis­mo: “Todas las dictaduras son malas, peligrosas e inaceptabl­es”. Ese es el mínimo exigible en democracia: que todos abandonen sus villanos favoritos y pongan los derechos de las personas, antes y ahora, en Chile, Venezuela o donde sea, por encima de los Madurochet de su preferenci­a.

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