Maite Alberdi, cineasta
“Me interesa más lo cotidiano que los grandes acontecimientos para hacer una película”
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Los documentales arreglan la carga en el camino y sus guiones son tan caprichosos como sus personajes. La realizadora nacional Maite Alberdi (1983) comprende que trabajar con la realidad implica filmar en un campo minado y así lo ha comprobado en películas como El salvavidas (2011), sobre un profesional del rescate playero que no se mete al agua, y Los niños (2016), acerca de personas con capacidades diferentes que quieren trabajar y ganarse la vida. Lo que no esperaba es que en su nueva película el protagonista se olvidara de su trabajo y pusiera en riesgo el rodaje de la producción. Tampoco sospechaba que ese abandono temporal de deberes cambiaría toda la concepción original de la historia.
Porque El agente topo es una película nacida dentro de otra película. Veamos: Sergio Chamy, de 83 años (ahora 85), es un agente infiltrado en un hogar para la tercera edad cuya misión es investigar cómo es atendida una de sus moradoras. Sin embargo, va dejando a un lado su labor y privilegia hacerse amigo de todo el mundo. En aquel punto de no retorno, el filme de Alberdi deja de ser la mera crónica sobre este singular agente a su vez contratado por el detective privado Rómulo Aitken. Se convierte en el retrato de un señor de espíritu generoso, capaz de iluminar la vida algo adormecida y crepuscular del hogar San Francisco, en El Monte.
Es más, como El agente topo es una auténtica muñeca rusa con una cinta al interior de otra, en la imaginación de Maite Alberdi había una película previa antes de la aparición de Sergio Chamy: era la historia de las investigaciones de Rómulo Aitken, donde el caso del hogar de ancianos era uno más entre varios.
Estrenado el 25 de enero en el Festival de Sundance (EE.UU.) con excelente respuesta de la crítica especializada, El agente topo fue elegido esta semana como el filme que representará a Chile en la búsqueda del premio Goya a la Mejor película iberoamericana 2021. Este viernes además se presentó en el Festival de Cine de San Sebastián (España), un encuentro que le permite ganar terreno en el país de los galardones.
Producida por compañías de cinco países, el perfil internacional de El agente topo se comenzó a respirar en el festival estadounidense, una ideal vitrina y plataforma para los Oscar, otro premio al que buscan ser postulados sus responsables. Pero más allá de los escaparates y elogios, el cuarto documental de Maite Alberdi es universal por al menos dos razones: sus magníficos personajes y su original propuesta narrativa.
En medio de una semana bastante ajetreada y entre las maletas recién hechas y la espera del vuelo que la conducía a España, Alberdi conversó con La Tercera. Su película está con impulso extra por la postulación a los Goya y ayer además obtuvo el premio a Mejor película europea en San Sebastián. El interés por verla ha ido creciendo desde su primera exhibición online el 21 de agosto y se espera un estreno en salas a fin de octubre.
¿Cuál era la idea original de la película?
El plan original era hacer un film noir, una suerte de película de detectives. En ese intento conocí al investigador privado Rómulo Aitken, con quien incluso trabajé como asistente. Con el equipo de trabajo del documental, nos dimos cuenta que las investigaciones que ellos hacen en los asilos de ancianos nos daban además la posibilidad de mostrar la realidad de la tercera edad, abandonada a su suerte. Antes de que apareciera Sergio Chamy, Rómulo trabajaba con otro señor que iba a ser el infiltrado, pero él se rompió la cadera. Por eso mostramos cómo después de que Rómulo pone un aviso en el diario, van apareciendo diversos candidatos, entre ellos Sergio. Inmediatamente me gustó: era muy comunicativo, vital y entrañable al mismo tiempo.
¿Cómo estructuraron la filmación?
Sergio siempre supo que íbamos a grabar. Los que no sabían eran los dueños y los moradores del hogar. Nosotros empezamos a rodar en esa casa antes de que llegara Sergio con la excusa de que hacíamos un filme sobre la tercera edad. Cuando Sergio llegó al recinto, tuvimos que filmarlo como uno más, sin que se notara que lo conocíamos de antes. Es por eso que hicimos una filmación coral en esos meses, con varios personajes a la vez. En esta dinámica había muchas posibilidades de que terminaran descubriendo a Sergio y por eso nunca estábamos seguros de poder terminar la película. Perfectamente el rodaje podría haber durado dos días. Siempre le decía a nuestra productora que estaba con dolor de estómago y con nervios, pues estábamos con el peor espía del mundo (risas). Alguien que iba a ser descubierto en cualquier momento.
En la película, el detective Rómulo le pasa a Sergio unos lentes y un lápiz con cámaras para grabar en forma secreta a los moradores del hogar, pero él difícilmente las sabe usar. ¿Nunca nadie sospechó de él?
No. Nunca. Mucho tiempo después de que terminamos el documental, les pregunté a los dueños del hogar sobre si alguna vez tuvieron sospechas de él o de nosotros y me dijeron que no. Es difícil de creer. ¿Cómo no iban a dudar, por ejemplo, de Rómulo, que va a visitar a Sergio al hogar, y se hacía pasar por un pariente de él? Por otro lado, es compleja la mentira cuando uno ya está comprometido emocionalmente con todos. Eso va más allá de lo legal o no de una situación. Quiero decir que el equipo y yo nos fuimos encariñando a tal punto con los habitantes del hogar que incluso la figura del espía se hace difícil. Afortunadamente a todos les fascinó la película. Nadie se lo tomó a mal.
Al parecer la realidad siempre sorprenderá más que una ficción.
Me sigue nutriendo y me continúa sorprendiendo. No hago ficción, porque todos los personajes que yo pueda inventar ya existen y de una forma mejor. El gran desafío es hallarlos. Los documentales son películas como cualquier otra. Es tan cine como la ficción. No hay mejor halago para mí que me pregunten dónde se aprendieron los diálogos los personajes de mis películas, cuando en realidad es lo que dicen espontáneamente. Es más, antes me parecía una falta de respeto que me preguntaran si El agente topo era documental o ficción, pero ahora lo veo como un cumplido.
Cuando la gente te dice que parece una película de ficción se refiere a que la historia los toca a un nivel emocional más que racional. Si yo me hubiera quedado con la trama inicial de la investigación sobre las condiciones de vida en el hogar, la película habría sido más así. Pero al dejarme guiar por como va cambiando el personaje de Sergio, nace un mundo diferente. La realidad es tan fuerte y sorprendente, que a veces es inverosímil. El agente topo está lleno de esos contrastes absurdos entre este espía que no debería ser un espía, al que se le olvida su trabajo y se pone a hacer amigas en vez de investigar. Yo no podría inventar algo así con ninguna ficción.
¿Cómo recuerda a su abuela, protagonista de su cinta La once, centrada en nueve amigas de la tercera edad?
Mi abuela (María Teresa Muñoz) fue fundamental en mi vida, como una segunda mamá. En La once no se explicita que ella es mi abuela, pero sin su presencia la película no existiría. Siempre me pareció una injusticia su muerte, aunque haya sido por causas naturales. Me acuerdo todos los días de ella y quisiera poder verla ahora mismo. Al mismo tiempo conozco muchas personas a las que no le pasa esto con sus abuelos. Por eso no hay que generalizar. Ella siempre fue muy activa, integrada y feliz incluso hasta días antes de morirse. Me enseñó que se puede envejecer con encanto, humor, intensidad y lucidez, a pesar que el cuerpo no te acompañe. Eso es lo que me queda de ella y quizás de ahí parte un poco mi admiración a los adultos mayores, a lo que han vivido y entregado a los demás.
¿El agente topo puede al menos visibilizar a la tercera edad, que en Chile es cada vez más?
Sí, sobre todo mostrar su soledad y su abandono. Pero además quiero decir que aunque en nuestro país ha aumentado la expectativa de vida, tenemos uno de los niveles más altos de suicidios entre los adultos mayores. Entonces, el tema es en qué condiciones están aquellos que viven más. Tenemos que preguntarnos qué tipo de adulto queremos ser, cómo viviremos a los 80 años. Es lo que me gusta de Sergio también. Es un modelo de vitalidad y ojalá yo pudiera ser así a esa edad. O como mi abuela. Lamentablemente la vejez siempre se presenta desde un lugar lastimoso, aunque es la realidad. Hay que visibilizar la vulnerabilidad de la tercera edad, pero también construir un imaginario de vejez donde se pueda gozar. Nadie se imagina que un mayor pueda disfrutar de la vida: eso no existe en nuestra sociedad. Por el contrario, se los aísla, se los lleva a un recinto, pierden el contacto con el mundo y con sus seres queridos. Es lo mismo que le sucedía a los muchachos de capacidades diferentes de Los niños.
Gran parte del documental chileno ha sido históricamente político. En ese contexto, sus películas son distintas. ¿Por qué?
Me interesan más las cuestiones cotidianas y simples en la medida que los grandes acontecimientos siempre se pueden leer en alguna parte u observar de otra forma. No sé si necesito una película para entenderlos. La gran historia es experimentada por nosotros desde lo cotidiano. En ese sentido, las decisiones de políticas sociales o económicas de un país también pueden estar presentes en Los niños o El agente topo, pero de otra manera. Se pueden palpar en lo que le pasa a los personajes. Mi postura es plantear una visión tolerante del mundo y comprender lo que piense el otro, incluso si es muy diferente. Eso pasa en La once, donde hay varios personajes con los que seguramente discrepo, pero a los que puedo entender: he aprendido de dónde vienen y cómo se criaron. A la larga, es un tema de sentarse a escuchar a los otros y esperar a que florezcan y nos sorprendan. En El agente topo, por ejemplo, le pasa a Sergio cuando escucha a una mujer con demencia que termina siendo su mejor amiga. ¿Quién esperaría eso? Creo que los grandes acontecimientos se entienden mejor a nivel individual. Son grandes hechos, pero quienes los viven y padecen son gente como uno. Un gran ejemplo de eso se da en Los niños. La ley dice que las personas con discapacidad ganan menos del sueldo mínimo, lo que es una cuestión aberrante desde cualquier punto de vista. Y lo que hacemos es mostrar el esfuerzo de Ricardo por ganar 15 mil pesos mensuales, una cantidad simbólica. Eso duele mucho más que la explicación de la ley. La política y las leyes pasan por las personas y a las personas las podemos retratar y conectar. Eso es lo transversal.
“No hago ficción, porque todos los personajes que yo pueda inventar ya existen y de una forma mejor a la que pueda imaginar. El gran desafío es hallarlos”.
“La gran historia es experimentada por nosotros desde lo cotidiano... La política y las leyes pasan por las personas, a las que podemos retratar. Eso es lo transversal”.
Un día como hoy, hace 30 años, David Bowie inauguraba un evento con una apuesta hasta entonces inédita en el país, con tres días de shows de figuras anglo en el Estadio Nacional. Eclipsada por el concierto de Amnistía Internacional, la pionera franquicia dejó medio millón de dólares en pérdidas y nunca más se realizó.
Septiembre de 1990 fue un mes agitado para Chile. Como hoy, el país vivía días convulsionados y parecía jugarse su futuro. Las portadas de los diarios del 27 de septiembre daban cuenta de una espectacular persecución policial que terminó con dos asaltantes acribillados en la Ruta 5 Sur. También del inicio del diálogo comercial entre empresarios de Estados Unidos y el presidente Patricio Aylwin, quien sólo días antes, con seis meses en el cargo, había encabezado los funerales con honores de Estado para Salvador Allende y tuvo que enfrentar el desacato del general Carlos Parrera durante su primera Parada Militar. Ese mismo viernes 27, en medio de un clima enrevesado e inestable, David Bowie cantó por primera vez ante el público chileno.
El británico había llegado a Santiago 24 horas antes para protagonizar la primera jornada de Rock in Chile, un nuevo festival auspiciado por una marca de bebida que prometía revolucionar la incipiente industria criolla de los megaeventos. Inspirados en Rock in Rio, el gigantesco espectáculo que cinco años antes había llevado a Queen y Iron Maiden a Brasil, sus organizadores presentaban al público chileno un formato hasta entonces inédito de tres días consecutivos de shows en el Estadio Nacional, con artistas clase A del pop y el rock anglo, como el canadiense Bryan Adams, el guitarrista inglés Eric Clapton y el grupo Technotronic, sensación del europop en ese momento con su Pump up the jam.
Si bien con el cambio de década y la llegada de la democracia el recinto de Ñuñoa comenzaba a dejar atrás su pasado de terror con los primeros recitales de Rod Stewart, Cyndi Lauper, Silvio Rodríguez y Bon Jovi, al hombre de Starman, que venía de llenar cuatro fechas en Brasil, lo recibía una capital apenas acostumbrada a las visitas de figuras del primer mundo. Lo mismo la clase política. Días antes del evento, el senador RN Sergio Onofre Jarpa advertía a la juventud chilena que tuviera cuidado con los “rockeros extranjeros”, por ser “en su mayoría drogadictos u homosexuales”. Cuando Bryan Adams aterrizó en Chile respondió en conferencia de prensa al exministro de Pinochet: “Yo daría el mismo consejo pero con los políticos”.
“Hasta entonces no estábamos en el mapa de los conciertos. ‘¿Qué es Chile, dónde queda?’, me preguntaban. Pero la gente de Bon Jovi y Rod Stewart habló bien de nosotros y se convirtieron en nuestros mejores embajadores”, relata Ernesto Clavería, pionero de los grandes conciertos del país -con su productora Prodin- e ideólogo del Rock in Chile, anunciado con entusiasmo a comienzos de 1990 por la
prensa local, que dedicó diversos artículos a un acontecimiento que parecía por primera vez ubicar a Santiago como epicentro del rock planetario. Sumándose a la efervescencia generalizada, Canal 13 compró los derechos para grabar y transmitir posteriormente las tres noches de la cita, registro que se puede ver en YouTube.
No sólo el formato del evento era innovador, con tres días consecutivos de shows internacionales y su apuesta por la masividad y 70 mil asistentes por jornada. Una lógica similar a la que dos décadas después explorarían en el país otros festivales de pop y rock anglo como el mismo Lollapalooza. Además, para la venta de entradas -que según sus realizadores costaron cerca de 15 o 20 mil pesos de hoy-, la producción implementó un sistema inteligente, con pórticos magnéticos en el ingreso al estadio que leían una suerte de tarjeta digital de los asistentes y reconocían si éstos tenían boletos para uno, dos o los tres días.
“Nunca se había hecho un espectáculo de este tipo en Chile, pero se hacían en Alemania, en Francia, en Brasil, y con grandes artistas. ¿Por qué no podíamos aspirar a tener un evento de esas características?”, explica Clavería tres décadas después de una aventura quijotesca que no salió como debía.
“Nos equivocamos con Bowie”
La jornada inaugural de Rock in Chile, del jueves 27 de septiembre de 1990, marcó la pauta de lo que vendría. “Sólo 15 mil personas vieron a David Bowie”, titulaba en su portada La Tercera al día siguiente, reflejando el clima de desazón que reinaba entre la producción. Si bien el fallecido “Duque blanco”, que traía su Sound + Vision Tour, debutó en el país con una banda estelar -con Adrian Belew de King Crimson en guitarra- y un repertorio de ensueño centrado en sus éxitos y de arranque demoledor (Space oddity, Life on mars?, Rebel rebel, Ashes to ashes), fue el artista que menos entradas vendió de todo el festival: sólo 15 mil tickets.
“Nos equivocamos con Bowie y el público no respondió a la convocatoria”, dice hoy Clavería, quien describe al británico como un artista “parco y reservado”. Y aunque dos semanas antes del festival en Prodin ya tenían claro que la venta de boletos venía floja para los tres días y que las pérdidas totales serían superiores a los 500 mil dólares, “nuestra política siempre fue no suspender ningún espectáculo por baja venta de entradas”, asegura el productor.
Algo mejor le fue a la segunda noche, que reunió a 25 mil asistentes para un menú que inicialmente incluía sólo a Technotronic pero que terminó sumando solo días antes a Bryan Adams y Mick Taylor, guitarrista de los Rolling Stones en la época de Let it bleed (1969) y Exile on Main St. (1972). “Los dejé porque soy demasiado talentoso para tocar con ellos”, bromeó el inglés -o tal vez no- en la conferencia de prensa previa al concierto.
¿Y Technotronic? Aunque la producción había amarrado la visita con sus representantes, el enigmático conjunto ideado por un productor belga nunca llegó. “Ni siquiera tenían un show para estadio, tocaban en clubes y discotecas con pistas grabadas y un par de bailarines”, recuerda Juan Pablo Cuadra, productor ejecutivo de Rock in Chile, quien estuvo varios días llamando por teléfono a Jamaica a la vocalista Manuela Kamosi para intentar convencerla. La versión oficial que se difundió es que la cantante no pudo viajar por su embarazo.
La única jornada relativamente exitosa para Prodin fue la última, protagonizada exclusivamente por Eric Clapton, quien juntó a 46 mil asistentes en el aterrizaje local de su gira Journeyman, acompañado por músicos de renombre y con un show centrado en los clásicos de Cream y de su carrera solista. Además, en la interna, el guitarrista dejó una impresión mucho mejor que Bowie. “Clapton era bien para adentro pero muy caballero”, rememora Cuadra, quien asistió a “Mano lenta” en su estadía en Santiago y presenció los dos ensayos que realizó junto a su banda en una sala de calle Tarapacá, a un costado del cine Normandie.
Lo mismo recuerda Clavería, a partir de otro episodio que casi hace naufragar por completo el cierre del festival, cuando la empresa brasileña a cargo del sonido amenazó con no encender los equipos si no les cancelaban el porcentaje que faltaba por pagar. “Tras bambalinas Clapton me hizo un gesto como diciéndome ‘tranquilo, no hay apuro’. Al final conseguimos el efectivo pero fue estresante”, cuenta.
Fue el epílogo de un proyecto que dejó un sabor agridulce entre sus creadores. “Un fracaso de venta y un éxito artístico”, dice el productor sobre el debut y despedida de una franquicia que se extendería en el tiempo con ediciones anuales. “Lo creamos pensando en repetirlo todos los años, pero a la luz de los acontecimientos extra comerciales que se sucedieron después decidimos no hacerlo”, dice, refiriéndose al mayor hito que albergó el Estadio Nacional esa temporada, al que hoy culpa de la floja respuesta que tuvo Rock in Chile: el histórico concierto de Amnistía Internacional que un mes después reunió a figuras como Sting, Peter Gabriel y Sinéad O’Connor para celebrar la vuelta a la democracia.
“Ellos jugaron a que nosotros fracasáramos y lo lograron”, dice el empresario sobre el legendario evento que terminó eclipsando al suyo. “Sus entradas eran muy baratas y obviamente nos asestaron un golpe feo. Aparecieron con un mes de antelación anunciando un festival con grandes artistas mundiales”, reclama.
Con todo, los organizadores del show de Amnistía terminaron arrendando el escenario que dejó montado Rock in Chile en Ñuñoa. “Nunca nos pagaron”, asegura Clavería desde Puerto Rico, donde vive desde 1993, tras retirarse de la producción de conciertos en Chile luego que Michael Jackson cancelara uno de los dos recitales que daría en el Estadio Nacional. Antes de dejar del país, eso sí, organizó también la visita de B.B. King y de Technotronic, que finalmente lograron debutar en Santiago en 1991.