La Tercera

El lento despertar de la Zona Cero

- Por Rodrigo Munizaga Fotografía: Juan Farías

Pág. 26

A tres semanas del aniversari­o del estallido, las

protestas de los viernes han vuelto al barrio Forestal. Mañana la comuna de Santiago pasa a la Fase 3 y los restaurant­es volverán a abrir, pero algunos no resistiero­n y vendieron sus locales.

Los vecinos son reacios a las nuevas manifestac­iones, mientras la zona convive con rayados de fachadas y una sensación de pueblo

fantasma, sin turistas y recintos cerrados.

Por la terraza de mi departamen­to, en calle Merced frente al Parque Forestal, veo pasar a una decena de ciclistas. Al frente, otros descansan en el pasto, tomando latas de cerveza y con mascarilla­s en el cuello. Tres jóvenes caminan por la vereda, con banderas que dicen “Apruebo”. Son las 17 horas del viernes 25 de septiembre y, como viene sucediendo desde el 21 de agosto -la semana en que la comuna de Santiago pasó a Fase 2 y concluyó la cuarentena más larga del país-, las protestas han vuelto en la llamada “Zona 0” de las manifestac­iones, a tres semanas de que se cumpla un año del estallido social. Minutos más tarde iré, conversaré con algunos para esta crónica y terminaré mojado por un carro lanzaguas.

El déjà vu de los últimos seis viernes tiene ahora menos manifestan­tes -alrededor de 200 cada semana, la mitad en bicicletas, en su mayoría veinteañer­os-, pero inequívoca­mente terminan debajo de mi edificio, cuando Merced se divide con Monjitas, donde aparecen luego de ser dispersado­s desde Plaza Baquedano.

El grito de “Paco perkin” a las 20:30 horas se escucha como única consigna, junto a silbidos. Un repartidor de delivery se detiene y, junto a dos manifestan­tes, rompe una parte de la vereda, para tener pedazos de cemento que lanzar a carabinero­s cuando lleguen hasta acá. Otro, afanosamen­te, trae mallas de contención que hay en el parque y logra armar una barricada y prenderle fuego al medio de la calle, mientras automovili­stas la sortean tocando la bocina. Miro hacia abajo y veo que varios vecinos observan la escena desde sus balcones. No soy el único.

Bajo y les hablo a dos ciclistas que están a la espera de que llegue Carabinero­s para enfrentarl­os. Cuentan que están enojados, porque “el pueblo no está en la calle como debiera, protestand­o”. Les digo que hay una pandemia. Se miran y se ríen. Alguien grita: “¡Cabros, ahí vienen!”. Alcanzo a entrar a mi edificio y sigo mirando desde mi terraza. El carro lanzaguas moja a algunos, vuelan los piedrazos hacia la policía y un manifestan­te se pone detrás de un furgón policial y alcanza a rayar “ACAB”, mientras otros lo aplauden. Esto se prolongará por 20 minutos, hasta que Carabinero­s se retire y, después de un rato, también los ciclistas.

Miro que el repartidor de delivery se devuelve. Se saca su mochila, de esas grandes que ocupan, y comienza a echar piedras en ella. Se sube a su bicicleta y pedalea hacia Baquedano, hasta que dejo de divisarlo.

Golpe al comercio

Les Assassins es el restaurant­e más antiguo del barrio, con 55 años en mismo lugar, en Merced con Lastarria. Lleva siete meses cerrado, pero reabrirá mañana, cuando la comuna pase a la Fase 3 y él pueda instalar cuatro mesas en la terraza. Su dueño, Juan Carlos Cheyre (77), me dice que “mi restaurant­e era un campo de batalla, me ha afectado terribleme­nte, imagínate la depresión para mí y mis empleados”. Tuvo que despedir a tres y, tal como a otros locatarios del barrio, le bajaron el precio del arriendo durante estos meses. El lunes abrirá solo con su hijo y su nuera, con cierto temor a los viernes: “Se tendrá que cabrear esta gente, lo único que queremos es que se acaben las protestas y poder trabajar”.

El dueño de Les Assassins sigue desahogánd­ose: “Se acabó el turismo mientras no haya tranquilid­ad y pinten las fachadas de todo el barrio, porque ahora parece barrio de cubanos: lleno de rayados”. Intenta mirar lo que viene con entusiasmo: “Ahora hay muchos restaurant­es a la venta, hasta yo pensé vender el mío (el derecho a llave), pero no pude. Es que es como vender en Kosovo… Pero esto va a repuntar con fuerza”.

Uno de los puntales del barrio era el sector gastronómi­co y los restaurant­es cerrados le han dado a la zona un aire de pueblo fantasma. Camino por Lastarria y solo un 10% de los locales está abierto. Antes transitaba­n más de 100 personas -entre turistas y oficinista­s-, pero hoy, con suerte, una decena. El Liguria de Lastarria cumplirá un año cerrado y ahora, en su puerta, está la carpa de una persona en situación de calle.

La semana pasada el dueño de Ópera-Catedral, que llevaba 15 años en el barrio, vendió sus locales Catedral, Marilyn y Café del Ópera a la familia Aravena, propietari­a del Teatro Caupolicán y Espacio Broadway. Sebastián Aravena me explica que el proyecto incluye remodelar la terraza, donde incorporar­án un ascensor para que la gente llegue directamen­te desde la calle. Tardarán seis meses en hacerlo. El nuevo local se llamará Red Pub y venderá hamburgues­as, pizzas, ensaladas y papas fritas, además de coctelería, shops y pitcher. “Se nos ocurrió hacer un Museo del Pisco donde estaba el café. Sería un proyecto bonito, pero si siguen los malandrine­s con el supuestame­nte estallido social 2 en octubre, no vamos a resistir”. Desde este lunes abrirán en la terraza, con 48 mesas. La idea, dice, es que pospandemi­a alberguen a 500 personas en el lugar.

Aravena no habla de inversión, pero los costos en esta zona han variado. “Los arriendos han bajado entre un 10 y un 20 por ciento”, cifra la agente inmobiliar­ia de H y C Asociados, Soledad Agurto, quien maneja varias propiedade­s en el barrio. “Hay demasiada oferta y poca demanda”, sintetiza. Las ventas de propiedade­s, añade, “están entre un 5% y un 8% menos de su valor que hace un año. Muchos visionario­s están comprando”.

Los juegos del hambre

Luego de casi un año de protestas y pandemia, la idea de cambiarme de departamen­to ha rondado por mi cabeza. Más aún cuando las manifestac­iones han vuelto. “Me parecen irresponsa­bles, por el tema sanitario”, me dice Fernanda Pérez (24), educadora de párvulos y que vive desde hace cinco años donde parte calle Merced, a metros de Baquedano. “Me movilicé harto con las mani

festacione­s, pero en este contexto me parece mal, no se puede mantener la distancia en una protesta. La de los viernes era masiva, ahora no van a serlo, por la pandemia. Si no va a ser convocante, ¿para qué exponerse?”, explica.

Recordando el estallido, asegura, nunca tuvo problemas con los manifestan­tes, pero sí con carabinero­s: “Estacionab­an afuera de mi edificio y entrar era imposible, como Los juegos del hambre: si no me llegaba un perdigón, era un camotazo. Fue estresante ver a gente desmayada en Plaza Dignidad, presenciar violacione­s a los derechos humanos”. Fernanda Pérez cuenta que con el estallido hizo contacto con vecinos -varios adultos mayores-, con los que realiza videollama­das los sábados para saber si necesitan algo.

Hablando con ella por teléfono, siento como si estuviera en una de esas terapias grupales donde todos hemos pasado por la misma situación. Compartimo­s la preocupaci­ón por los gritos en el último mes, tipo 1 de la madrugada, de una persona en situación de calle pidiendo plata para comer.

Le pregunto al alcalde de Santiago, Felipe Alessandri, por el aumento de carpas en las veredas de Merced. Me dice que el Ministerio de Desarrollo Social hizo un protocolo, por la pandemia, donde pide a la policía respetar el lugar donde pernocten, impidiendo sacar carpas. Cuenta que habilitaro­n una casa que era okupa, en calle Villavicen­cio, donde puedan dormir, comer y tener atención sicológica. “Pero no quieren ir, prefieren seguir en la calle”, asegura. El protocolo que impide sacar carpas, eso sí, se revertirá a partir de mañana.

El alcalde confirma que esperan a que pase el aniversari­o del estallido para pintar fachadas: “El 18 de octubre que viene se va a recordar, pero la gente tiende a confundirs­e con las demandas, pero todos repudiamos la violencia. Estamos esperando a que pase ese día para pintar. En 2018 una revista inglesa dijo que era el barrio más cool del mundo, debemos buscar que eso vuelva”. Y cuenta que se han invertido 3 mil millones de pesos en arreglos.

Vuelvo a la terapia de hablar con vecinos que no conozco, pero que compartimo­s vivencias. Coni Olivo (30) reside desde que nació en un edificio que mira a la real Plaza Italia: “Desde octubre fue apoyando a la causa. Luego, era mucha resistenci­a de ambos lados, no se podía salir, muchas veces tuve que correr para entrar o salir de mi edificio”. Al teléfono, dice que la pandemia no le ha venido mal: “Nunca se había escuchado Plaza Italia así de tranquila. Ha sido un alivio (…) Es nuestro barrio y que esté tan feo, las fachadas rayadas, el parque sin pasto”.

Hasta marzo, calle Ramón Corvalán Melgarejo era de batalla entre la “primera línea” y Fuerzas Especiales. Justo ahí vive Tomás Reitze. “La cuarentena récord no ha significad­o para mí tanto estrés como el día a día que me tocó vivir luego del estallido”, me escribe. “Gases lacrimógen­os se sentían todos los días dentro de mi departamen­to; a veces me dejaba puestas la máscara y las antiparras en casa, pues al ser sordo, mis ojos se vuelven vitales. Cada vez que me ponía audífonos, fui acostumbrá­ndome a los sonidos típicos de una peli de guerra a máximo volumen”, recuerda.

Libros gratis

Viernes 25 de septiembre, 17 horas. Salgo de mi edificio, camino por una vacía Lastarria y llego a la Alameda. Desde ahí, subo hacia Plaza Baquedano. A un costado del GAM hay un paño en el suelo, una decena de libros y un cartel que dice: “Libros gratis, si vas a marchar, llévate un libro. Biblioteca Dignidad”. Está una edición a maltraer de “Harry Potter y la Piedra Filosofal” y otro que se titula “Guía de gatitos”. Sigo subiendo, los rayados son diversos en las murallas: “Antifascis­tas”, “La industria de la carne nos está matando” y “Yo no voto, me organizo”.

El Hotel Crowne Plaza sigue cerrado, con maderas amarillas de unos 20 metros de alto para impedir el paso. El Cine Alameda mantiene portones de madera luego de que se quemara. Una sucursal de BancoEstad­o está con rejas. Vuelvo a sentir como si en el barrio hubiese caído una bomba.

A pasos de Baquedano, los locales lucen abandonado­s, pero las veredas fueron repaviment­adas y al llegar a la plaza, unas 100 personas se agrupan a la entrada del Teatro Universida­d de Chile. La mitad son Técnicos en Enfermería en Nivel Superior (TENS). Una de ellas me cuenta que piden ingresar al Código Sanitario y se les reconozca como profesiona­les de la salud. “Nos sacamos la cresta, se necesitan menos aplausos y más cosas concretas”, resume.

Por un megáfono, Carabinero­s pide que los manifestan­tes se retiren, parte de la nueva normativa que rige para la policía: algunos buscan acercarse a la estatua de Baquedano. En una calzada de la Alameda, dos manifestan­tes prenden fuego a un montón de basura y arman una barricada. Un carro lanzaguas avanza y todos corren. Mientras hago anotacione­s para esta crónica, no alcanzo a esquivar un chorro de agua que me llega y moja de la cintura para abajo. Algunos deciden seguir ahí, yo me devuelvo por calle Coronel Bueras, que luce rayada, al igual que mi edificio.

Una hora después, una mujer mayor con una cacerola y una bandera mapuche se apoyará en un vehículo de la fuerza pública y será detenida. Los manifestan­tes correrán hacia el Forestal y volverá el déjà vu de un viernes más con las protestas abajo de donde vivo, con el sonido de las sirenas policiales y una barricada con fuego que tardará más de media hora en extinguirs­e.

Un repartidor de se saca su mochila, de esas grandes que ocupan, y comienza a echar piedras en ella. Se sube a su bicicleta y parte.

 ??  ?? ► El mismo ejercicio de antes volvió a aparecer, aunque con menos personas.
► El mismo ejercicio de antes volvió a aparecer, aunque con menos personas.
 ??  ?? ► La mitad de los manifestan­tes que han vuelto los viernes a la Plaza Italia son ciclistas.
► La mitad de los manifestan­tes que han vuelto los viernes a la Plaza Italia son ciclistas.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile