¿Y si llegan a La Moneda? La inquietud por la seguridad presidencial
Un año después, algunos de quienes vivieron esos días dentro o en derredor de La Moneda dicen tener o haber tenido pasajes bloqueados en sus cabezas. Otras, no. Pero casi todos recuerdan que un tema habitual de conversación fue qué harían si las protestas masivas derivaban en el peor escenario: que una turba irrumpiera en Palacio y superara las defensas.
Era cosa de ver, rememoran, lo rápido que escalaba el caos: saqueos y destrucción; enfrentamientos entre la policía, militares y manifestantes; muertos y heridos civiles en incendios y a manos de uniformados. En los primeros días todavía no irrumpía la demanda por una nueva Constitución, pero las críticas más feroces apuntaban al gobierno y pedían la renuncia del Presidente y de su ministro del Interior. Para algunos, era algo orquestado por la izquierda. Al día siguiente, sábado, hubo ministros increpados en las calles cuando salieron a liderar cuadrillas para limpiar el Metro; en el sector oficialista criticaban la medida como “ridícula y desconectada de la realidad”.
Los edificios gubernamentales del barrio cívico eran considerados un área segura. Se reforzaron los anillos a cargo de Carabineros y el Ejército tenía dispuesta una fuerza de reacción para ese caso extremo en que el símbolo constitucional y la Primera Magistratura corrieran peligro. Con el correr de los días, la violencia obligó a algunos ministros con oficinas en la Alameda a retirarse de su trabajo a bordo de zorrillos, guanacos y otros vehículos policiales blindados, como le pasó un par de veces a Cristián Monckeberg (entonces en Vivienda). Los números de los celulares del gabinete se filtraron por redes sociales y varios los cambiaron -cuentan- tras recibir amenazas e insultos.
A las semanas, en el Tribunal Constitucional -a 336 metros de Palacio- activaron un protocolo interno para el caso que les invadieran con bombas molotov. Compraron extintores esféricos para lanzarlos de vuelta, que también se activaban con calor. Habilitaron improvisadas “piezas seguras” y salidas alternativas. Los ministros hicieron hasta ensayos: calculaban que en el peor caso tenían unos diez minutos para ser rescatados.
En La Moneda el personal de entonces relata que no recibieron instrucciones “oficiales” de evacuación. Coinciden en que siempre la prioridad fue el Presidente. Si hubo un protocolo especial para él, hasta ahora no se conoce, pero algunas cosas eran claras.
Una, que no era opción recluirse en el denominado búnker subterráneo de Palacio. Dos, que esa misma red de pasillos y estacionamientos bajo suelo permite salir a superficie por Agustinas, al otro extremo de la Plaza de la Constitución. Tres, que de ahí se enlaza con Morandé, que al igual que Teatinos estaba cerrada al tráfico y controlada por policías y militares, lo que habilitaba una ruta expedita hacia la Costanera. Cuatro, que hay helipuertos disponibles al lado, en las azoteas de los edificios Bicentenario y de la Cancillería. ¿Puede aterrizar un helicóptero en los patios de Palacio? La respuesta que dan es no.
Un año después, dos personas que vivieron esto por dentro aseguran haberse enterado de primera mano, pero con delay, que al menos en un par de ocasiones el sistema de seguridad presidencial dispuso que Piñera fuera retirado de allí preventivamente y que así se hizo. Fechas exactas no precisan, pero sí que en una de ellas abandonó Palacio cerca de las 17 horas. Una tercera fuente dice que eso no ocurrió.