La Tercera

La familia presidenci­al en el año más complejo de Piñera

La familia presidenci­al en el año más complejo de Piñera

- Por María José O’Shea C.

Págs. 16-17

Frente al estallido social, los Piñera Morel se refugiaron en sí mismos. Hijos y nietos se encargaron de acompañar al Mandatario en las semanas más delicadas de la crisis, mientras que sus amigos más cercanos volvieron a asumir el rol de importante­s consejeros políticos.

Cuando Cristóbal, el menor de los hijos del Presidente, le reenvió a su mamá el audio en que ella misma hablaba, descolocad­a, sobre el estallido social, Cecilia Morel no lo podía creer. Lo había mandado al chat de compañeras de curso, pero ahora los alienígena­s de Plaza Italia eran tema de discusión nacional. Morel decidió reaccionar y tuitear las disculpas del caso. Antes, alcanzó a reírse de sí misma y de su “condoro”. Luego respiró hondo y salió a enfrentarl­o.

Ahora, un año después, en la familia Piñera corren los chistes sobre la primera dama y los extraterre­stres, y por sus chats circulan algunas imágenes que alivianan un poco la carga de un año pesado. Hace pocos días comentaban un meme con la foto de Miguel Piñera, y la lectura era que, al final, el “Negro” no era la oveja negra de la familia.

Los Piñera -hijos, nietos, hermanos- obviamente no lo pasaron bien en el año que siguió al estallido social. Casi simbólicam­ente, la crisis detonó mientras el Presidente se encontraba en familia, celebrando el cumpleaños 14 de su nieto Juan, hijo de Magdalena, en la pizzería Romaria de Vitacura.

Allí estaban los Rossel Piñera, hijos de la primogénit­a del Mandatario, además de Pablo “Polo” Piñera, el hermano-íntimo de Sebastián. El Presidente no iba a dejar de celebrar a “Juanito”, aun cuando la situación en Santiago comenzaba a desbocarse. Dudarlo sería ignorar cómo operan su cabeza y sus emociones. Aunque con la perspectiv­a del tiempo, él mismo reconoció en este diario que fue un error haberlo hecho.

Si hay algo en lo que coincide su entorno más próximo, es que su familia ha sido su máximo refugio. Durante todo el año, el Presidente intenta pasar a ver a alguno de sus nietos a la vuelta de la oficina. Entra a la casa de Magdalena, Cecilia o Cristóbal, “desordena todo y se va”. Lo mismo pasaba antes en el hogar de Sebastián, cuando éste vivía en Chile, pero el tercero de sus hijos se instaló en Sydney con su familia y no tiene ganas de volver. De todas formas, habla muy seguido con su papá. No solo porque desde allá está al tanto de las inversione­s familiares, sino porque los cuatro hijos de Sebastián Piñera y Cecilia Morel, desde el 18 de octubre, armaron una especie de “cortafuego­s emocional” para sus padres. Sobre todo en los primeros meses, cuando se organizaba­n para visitarlos casi todos los días y así acompañar al Primer Mandatario, quien en un comienzo se vio desencajad­o con lo que estaba pasando.

Los cuatro hijos estaban muy preocupado­s por Piñera, porque considerab­an “injusto” que su papá apareciera como el gran culpable de todo: la crisis política, económica y hasta las violacione­s de los derechos humanos que se denunciaba­n en esos días. De hecho, cuentan que Cristóbal, el menor, suspendió sus planes de instalarse en Estados Unidos para estar cerca de sus padre en esos momentos.

Un punto especial en esos días lo marcó el martes 12 de noviembre, cuando Piñera se debatía entre sacar a los militares a la calle por segunda ocasión o llamar a un “Acuerdo nacional por la paz y la nueva Constituci­ón”, como finalmente ocurrió. “Un punto de inflexión”, diría después Piñera. Esa noche, en La Moneda, el Presidente estaba muy nervioso. De hecho, en su entorno próximo sostienen que ha sido una de las decisiones más difíciles que le ha tocado tomar en su vida. Y esa tensión se traspasaba también a la familia presidenci­al, la cual esperaba atenta la determina

ción del Mandatario. Lo mismo corría para sus hermanos más cercanos, Polo y Pichita.

Por esos días, a la familia se sumaba el segundo anillo de contención del Presidente: los amigos. Ignacio Cueto, Ignacio Guerrero, José Cox y Fabio Valdés eran su primera línea. Un poco más atrás estaban Carlos Alberto “Choclo” Délano y Juan Bilbao, a quien ha visitado en su campo en Talca durante este período. Sus amistades más cercanas también han sido importante­s consejeros políticos, una suerte de “tercer piso”, como ese del que tanto se habló en su primer gobierno.

Quien nunca ha dejado de ser su gran soporte es Andrés Chadwick. De hecho, en La Moneda no hay dos opiniones sobre lo mucho que golpeó al Presidente la acusación constituci­onal en su contra. Eso, advierten, aumentó la sensación más compleja que le tocó atravesar durante la crisis: la pérdida de control, la creencia de que la obtención de un resultado ya no estaba en sus manos. El estallido social impactó en la capacidad resolutiva de Piñera. Si bien nunca dejó de atender los demás asuntos del gobierno, cuestión que sorprendía a los ministros sectoriale­s -sabía desde cuáles eran los puentes pendientes hasta la cantidad de raciones de la Junaeb-, su determinac­ión habitual se vio debilitada; algo escapaba de su manejo y el de su equipo de gobierno, el cual no daba con el tono adecuado para enfrentar lo que ocurría, sobre todo porque al interior había dos visiones sobre cómo abordar el estallido social. Una más dura, enfocada en la contención de la violencia y el orden público, y otra que atendía más a las demandas sociales de la calle.

Hasta que llegó la pandemia. “San Covid”, le dicen irónicamen­te en La Moneda, por el efecto que tuvo en la personalid­ad de Piñera. Porque a sabiendas de la complejida­d que significar­ía, al Presidente “le volvió el alma al cuerpo”, aunque él jamás se haya dado cuenta de que se le había arrancado. “Con el coronaviru­s volvió a su centro”, comentan. Esto se vio reflejado en su estado anímico. Con el manejo de la pandemia y sus efectos en la salud y la economía, Piñera volvió a tirar sus líneas en el bloc Colón, a arremangar­se las mangas y a sentirse algo más seguro. El estallido social lo sentía difícil de manejar, impredecib­le. Con la llegada de la pandemia, al menos podía hacer cálculos basados en datos, empezar a pisar en territorio semifirme. Y volver, de alguna forma, a un relativo control de su gobierno.

Por estos días, la familia presidenci­al mira atenta el devenir del proceso constituye­nte, expectante de lo que ocurra en el plebiscito del próximo domingo. Saben que nada de lo que suceda es predecible, y que el tiempo de gobierno que queda por delante no va a ser menos complejo que estos últimos 12 meses.

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 ??  ?? (La Tercera, 29 de diciembre de 2019). “(Lo de las pizzas) es una anécdota. Ese día llegué a La Moneda muy temprano en la mañana y me fui como a las 3-4 de la mañana y tenía un compromiso adquirido con un nieto. Me demoré 45 minutos. Si pudiera volver atrás, le habría dicho “nieto, se lo prometí, sé que para ti era muy importante, y no habría ido”.
“Han sido días duros y difíciles, intensos, tensos, llenos de problemas, y nos han obligado a tomar decisiones muy difíciles. Afortunada­mente, tengo una fortaleza física, intelectua­l, emocional que me permite no solo convivir con estas tensiones y presiones, sino que mantener la capacidad de actuar como Presidente. Pero he visto a mi alrededor mucho dolor y mucho sufrimient­o. Por ejemplo, mi familia lo ha pasado muy mal...”. “En Chile es muy difícil ser hijo de Presidente. Pero uno de mis hijos, mucho antes del 18 de octubre, había decidido pasar un año en Australia con su familia por proyectos académicos y laborales. Y él está en Australia. Mis otros tres hijos están aquí, en Chile. Mi familia lo ha pasado muy mal, muy mal, porque hay hijos, hay nietos… No le quiero profundiza­r, también hay amenazas, riesgos, pero han sido un puntal de apoyo, de comprensió­n”.
(La Tercera, 29 de diciembre de 2019). “(Lo de las pizzas) es una anécdota. Ese día llegué a La Moneda muy temprano en la mañana y me fui como a las 3-4 de la mañana y tenía un compromiso adquirido con un nieto. Me demoré 45 minutos. Si pudiera volver atrás, le habría dicho “nieto, se lo prometí, sé que para ti era muy importante, y no habría ido”. “Han sido días duros y difíciles, intensos, tensos, llenos de problemas, y nos han obligado a tomar decisiones muy difíciles. Afortunada­mente, tengo una fortaleza física, intelectua­l, emocional que me permite no solo convivir con estas tensiones y presiones, sino que mantener la capacidad de actuar como Presidente. Pero he visto a mi alrededor mucho dolor y mucho sufrimient­o. Por ejemplo, mi familia lo ha pasado muy mal...”. “En Chile es muy difícil ser hijo de Presidente. Pero uno de mis hijos, mucho antes del 18 de octubre, había decidido pasar un año en Australia con su familia por proyectos académicos y laborales. Y él está en Australia. Mis otros tres hijos están aquí, en Chile. Mi familia lo ha pasado muy mal, muy mal, porque hay hijos, hay nietos… No le quiero profundiza­r, también hay amenazas, riesgos, pero han sido un puntal de apoyo, de comprensió­n”.

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