Aniversario de un día triste
Hace exactamente un año emergió la violencia en nuestra sociedad; desde los intersticios se asomó el monstruo de la anarquía, espanto siempre latente en la organización humana. A partir de ese momento se han delineado dos formas de concebir nuestro país: aquellos que ven en los encapuchados lanzando piedras y bombas molotov la expresión de un país injusto, esencialmente desigual, que se cansó del abuso, y por otro lado, los que vemos delincuencia, anomia y, por cierto, algunos de los síntomas de la crisis de la modernidad, de una civilización que está perdiendo las bases que daban legitimidad a su orden social.
Pero la explicación simple, la que se relata con atavismos y soluciones tan fáciles como convenientes a los proyectos políticos de izquierda -especialmente la más extrema- tiene mejor prensa, es más popular y ha dado forma a una ola sobre la que todo el que, de cualquier lado, pretenda ganar elecciones quiere subirse. Así, hace un año fueron muchos los que intentaron construir un relato épico sobre la delincuencia y la violencia, “primera línea” le llamaron a lo que, en realidad, es evolutivamente la última; cuando parecía que estábamos al borde del barranco y naufragaba la civilización, es decir, del imperio de la ley, el amplio espectro de la izquierda cobró la Constitución como precio de una mínima e incierta estabilidad.
De nuevo, el recurso a los discursos simples y repetidos por décadas, intentaron vestir esta capitulación de una cierta dignidad. Nos olvidamos entonces de las calles de Santiago incendiadas, del Metro destruido, de las actividades productivas paralizadas, de Carabineros al límite de su capacidad para seguir conteniendo la violencia y convertimos todo eso en un discurso sobre la “casa común”, reformamos la Constitución con normas ad hoc y dimos por bueno eso de tener la primera Constitución “nacida en democracia”.
A partir de ahí la demolición ha sido sistemática; la extrema izquierda, con sus diputados de un dígito de votación, tomó el liderazgo de la mayoría del Congreso, descubrió la triquiñuela de las reformas constitucionales para eludir la iniciativa exclusiva del Presidente de la República y así, con el gentil auspicio de buena parte de los parlamentarios de derecha, le colocaron una bomba de profundidad al sistema previsional y cada día parecen ir por un nuevo objetivo para cambiarlo todo.
Jorge Semprún, en una de sus mejores novelas, con la experiencia de sus días de comunista lo dice de manera magistral: “Para estos puristas de un nuevo estilo, todo, salvo ellos es impuro”. Esto, o sea el gobierno de los puros que denuncian la sociedad que se construyó sin ellos en la transición, con la libertad y el progreso de los últimos 30 años, comenzó en un triste día como hoy.