VIVIR EN CHILE
SEÑOR DIRECTOR
Quizás Fernando Atria no haya advertido las otras lecturas que admite el título de su columna semanal. Se infiere de ella que la vida en Chile no valdría la pena, si no recuperamos el poder de decidir, lo que la Constitución vigente nos habría expropiado. Por cierto, tal expropiación no nos ha inhibido de elegir a siete gobiernos consecutivos en un lapso de 30 años, y a un sinnúmero de parlamentarios y alcaldes de diversas tendencias políticas. No es poco viendo lo que sucede a nuestro alrededor y lo que los chilenos experimentamos no hace tanto. En este importante aspecto de la vida democrática vivir aquí ha valido la pena, eligiendo sin falta a presidentes y alcaldes durante tres décadas. En los rankings internacionales nuestra democracia sale repetidamente bien evaluada desde hace años. De acuerdo a ellos, en esta vital dimensión de la vida social vale mucho más la pena vivir en Chile que en una centena de países, entre los cuales se encuentran no pocos de nuestros vecinos.
Cuando en un país se arriesga la vida misma o no existen las condiciones de subsistencia para hacerla llevadera, sus habitantes emigran. Es lo que han hecho recientemente millones de latinoamericanos y su destino ha sido en muchos casos Chile. Al revés, desde el exilio de tantos chilenos durante la dictadura no se ha conocido de connacionales saliendo del territorio en grandes números buscando un país donde vivir valga la pena.
El desarrollo no soluciona todos los problemas, pero sí uno que es trascendental: les devuelve la dignidad a los que salen de la pobreza, como lo hicieron millones de chilenos en las últimas décadas, y a otros tantos les abre el camino de su realización personal. Que aspiren a mucho más para ellos y para sus hijos de lo que han logrado hasta aquí no ha de significar que vivir en nuestro país no valga la pena.
Claudio Hohmann