La Tercera

El incansable baile de la “Tía Pikachu”

“Las víctimas de violencia policial exigimos reparación”

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El policía se arrodilló, apuntó y disparó su carabina lanzagases directamen­te a la cabeza de Esteban Carter, quien caminaba por calle Almarza, en Rancagua. Eran pasadas las 22.50 del 13 de diciembre de 2019, y este carpintero de 32 años buscaba una micro para volver a su casa en Machalí. Como había protestas, el recorrido que lo llevaba hasta su hogar había cambiado de ruta. Lo estaba buscando cuando cayó al suelo. De ese episodio no recuerda nada. Sólo que despertó en un hospital, rodeado de su familia y consciente de que podría no haber despertado nunca más.

A fines de julio, su abogado, Matías Kunsemülle­r, consiguió la primera condena por homicidio frustrado en contexto de violacione­s a los derechos humanos cometidos por agentes del Estado tras un juicio abreviado. El sargento Juan Gabriel Maulén Báez, quien –según se comprobó- ese día disparó a mansalva en contra de la víctima, aceptó los cargos de este intento de asesinato.

A casi un año de los hechos que cambiaron para siempre su vida, Esteban Carter, quien sufrió un traumatism­o craneoence­fálico con fractura, accede a recordar los episodios más fuertes que ha vivido.

¿Qué estaba haciendo cuando fue herido?

Yo no escapaba de nadie, tampoco había agredido a una persona, sólo buscaba dónde podía encontrar una micro para Machalí, porque las manifestac­iones habían cambiado el recorrido. Menos mal hay un video de lo que me ocurrió, y ahí se ve clarito cómo yo simplement­e iba caminando con las manos en los bolsillos. Debido al trauma he tenido problemas para recordar los nombres en general, no recuerdo nada de lo que sucedió después, sólo desperté y me encontraba internado en el hospital junto a mi hermana, quien me preguntó cómo me llamaba y mi RUT para saber cómo estaba. Luego de eso tengo recuerdos desordenad­os, siendo dado de alta el 30 de diciembre, un día antes de Año Nuevo. Por lo que me he enterado por familiares, conocidos, redes sociales y el fiscal que lleva esta causa, luego de que este funcionari­o me disparara una lacrimógen­a en la cabeza se me hundió la cabeza y se me incrustaro­n esquirlas en el cerebro. Nunca seré el mismo de antes.

¿El carabinero le prestó auxilio?

Según lo que dijo la fiscalía en el juicio, él no les avisó ni a sus superiores, ni tampoco se preocupó de trasladarm­e a un hospital, y eso que estaba en riesgo vital en ese minuto. Es un milagro que yo esté vivo y que hayan existido imágenes del momento exacto, porque quizás ahora no tendría ni siquiera esa sensación de que se hizo justicia.

¿Cómo ha sido su recuperaci­ón?

El proceso ha sido duro, muy lento, sobre todo por la parte psicológic­a. Me resulta muy difícil salir a la calle, andar sin miedo. Hay actividade­s que jamás podré volver a realizar, como jugar fútbol, que era mi pasión.

¿Ese día participó en las manifestac­iones?

Participé de algunas marchas, pero iba caminando al paradero a tomar la locomoción para llegar a mi casa. Yo soy muy pacífico y no se me ocurriría siquiera tirar una piedra.

¿Ha visto las imágenes del momento en que le disparan?

Sí. Quedo muy mal luego de verlas. Es increíble cómo la vida cambia en un segundo. Yo era una persona normal, que iba por la vereda hasta que un carabinero sencillame­nte me dispara a quemarropa, por la espalda. Las imágenes son duras.

¿Sintió que pudo morir?

De acuerdo a lo que me señalaron los médicos, por supuesto que pude haber muerto. El proyectil que me dispararon pudo golpear de otra forma, en otro ángulo y causar un mal mucho mayor. Gracias a Dios y a quienes me han demostrado afecto esto no fue, pero aún…

¿Qué piensa de la violencia policial que se ha denunciado en el país?

Toda violencia está mal. No es la forma de entenderno­s. Creo que es muy importante que los agentes del Estado respeten los derechos de las personas. No puede volver a ocurrir un hecho de este tipo. El principal derecho humano es el derecho a la vida y a mí intentaron arrebatárm­ela. Sin lugar a dudas, se violaron mis derechos humanos. Adicionalm­ente, el camino de la recuperaci­ón ha sido muy difícil y me ha tocado muy fuerte. No es fácil ni levantarse.

El sargento Maulén recibió una condena, pero la cumplirá en libertad. ¿Está conforme con eso?

Sí, y debo decir que he sido muy apoyado por mis abogados. El proceso penal terminó con una condena por el delito de homicidio frustrado respecto de quien me disparó. Ahora estamos iniciando acciones legales contra el Estado de Chile para ser indemnizad­o. Creo que el Estado debiera acercarse a nosotros, las víctimas, y no obligarnos a iniciar largos procesos civiles.

A un año del estallido social, ¿cuál es su reflexión?

Creo que eso pasó porque las desigualda­des con que vivimos se hicieron intolerabl­es. De alguna forma, lo que pasó es muy natural. Cuando se maltrata de forma tan sistemátic­a a la gente más vulnerable, en algún minuto se acaba la paciencia.

¿Cómo se puede reparar a las víctimas de estos casos?

Las víctimas de violencia policial no sólo debemos buscar justicia, también exigimos reparación y esta debe ser oportuna. Por eso yo creo que sería muy importante que el Estado se acercara a nosotros y que no nos obligue a perseguir indemnizac­iones de nuestros perjuicios en procesos largos.D

“La primera vez que salí a marchar fue el 25 de octubre, para la manifestac­ión más grande en Plaza ‘Dignidad’. Fui con toda mi familia a ese día histórico. Para mí fue una felicidad enorme, era algo que mucha gente y yo esperábamo­s: el día en que abriéramos los ojos. Íbamos a exigir que cambiaran las cosas en este país”.

“A la gente le gustó el disfraz. Es bonito, amable y simpático. Ese día mi cuñado me decía: ‘Te has sacado como mil fotos en tres cuadras’. Caminé tres cuadras desde Parque Bustamante a Plaza ‘Dignidad’ y me demoré como tres horas. Los niños me decían que les daba ánimos para seguir ahí. En la noche se viralizó mi caída por redes sociales. Estábamos en la casa cuando mi hija me subió a Instagram diciendo que yo era la ‘Tía Pikachu’”.

“Hoy no me llegan tantos mensajes, a lo más 30 al día. Cuando todo empezó teníamos que estar cinco personas respondién­dole a la gente”.

“No me había dado cuenta de que esto fue un fenómeno generacion­al. A los jóvenes siempre les ha gustado el animé y ven en Pikachu a un amigo. Ellos agradecían. Me decían ‘gracias por tener ese espíritu, por demostrar que nos podemos manifestar de otra forma y entregar cariño’. Fue el lado amable del estallido. Bailando también se lucha”.

“Con mi marido estábamos viendo la posibilida­d de vender nuestra casa en Lo Hermida para irnos a vivir a Uruguay. Habíamos viajado tres veces en vehículo y vimos que era un país más amable. Aquí siempre tuvimos problemas con lo caras que son la educación y la salud. Queríamos irnos para empezar en un lugar mejor. Pero me llegaban mensajes de gente que me decía ‘tía, no nos abandone, siga luchando’. Otros decían que los videos de la ‘Tía Pikachu’ les servían como terapia. Eso nos hizo seguir yendo a las marchas”.

“Me han pasado cosas increíbles. Para el verano pasado íbamos a ir a Los Esteros, en la Región de Los Lagos, a la casa de unos familiares. Mi hija mayor me dijo que pusiera en Instagram que haríamos un viaje autogestio­nado. Íbamos por un par de días, porque no nos alcanzaba la plata, pero terminamos recorriend­o Chile. Pasamos por Concepción, Valdivia y Chiloé gracias a las invitacion­es de distintas organizaci­ones sociales. Fui con el traje en la maleta y lo ocupé cuando había marchas”.

“Como muchos, el estallido social nos significó pérdidas económicas. Muchos padres sacaron a sus hijos del furgón escolar que conducía. Tenían miedo a las agresiones. Además, en Lo Hermida varios colegios entraron en toma. Perdimos un 50% de lo que ganábamos antes y tuvimos que pedir un crédito al banco”.

“Ahora quedamos sin trabajo por el Covid19. La segunda semana de marzo guardamos el furgón. Hasta principios de abril estuvimos pensando en qué hacer, cómo reivindica­r nuestras vidas. Nos seguimos endeudando. El banco nos dio una prórroga. Compramos miel y ajo chilote para vender a domicilio. Vamos por todo Santiago, dependiend­o el día, entregando pedidos. Recibimos el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y saqué mi 10%. Esa plata no la toco, está guardada por cualquier cosa”.

“En todo caso, desde que empezó la cuarentena no he estado mucho en mi casa. Hemos apoyado ollas comunes en distintas poblacione­s y campamento­s. Con amigas y conocidos, juntamos lo que podemos para aportar. Ahora tengo más redes para hacerlo. La última vez fue para el 19 de septiembre, hicimos 150 empanadas y terremotos para repartir a la gente en situación de calle”.

“En resumen, el estallido social cambió mi vida totalmente. No me gustaba salir. Era de compartir únicamente con mi familia y amigos del barrio. Ahora siento que comparto con personas que son simples y que pensamos en un bien común. Mucha gente me decía ‘¿por qué vas a marchar si ya tienes tu casa y tu vehículo?’. Respondía que no iba por necesidad, sino por otras personas. Les decía que fueran a darse una vuelta a la feria para ver la realidad”.

“Yo misma empecé viviendo en la casa de mis suegros. Era una bodega con un piso de tierra que fuimos acomodando poco a poco hasta comprar mi primer furgón. Hay personas que no tienen esa posibilida­d y hay que apoyarlos”.

“Pienso que el estallido social era necesario, era la única forma de hacerse escuchar. Significó la unión de Chile, el despertar de todos. Éramos zombies, pero despertamo­s para decir basta de abusos, basta de que unos cuantos se queden con todo y que muchos no reciban nada”.

“Hay algo que he pensado en todo este tiempo: me voy a postular a constituye­nte. Al principio no estaba convencida, porque no me gusta la política, pero alguien me dijo: ‘Quien más que usted, que salió del estallido social, que representa a los jóvenes, que ha vivido toda la vida en Lo Hermida y que sabe la realidad’. Esas son las cosas que necesitamo­s. Me costó harto, pero si puedo aportar en algo, voy a hacerlo. Bailando también se lucha”.D

Al hacer un recorrido mental por las imágenes que tiene grabadas de lo que les ocurrió a sus negocios familiares , Francisco Lucio Torre reconoce que hay una en particular que no puede sacarse de la cabeza. Es una foto que vio en El Mercurio junto a sus otros dos hermanos: en plena Av. Vicuña Mackenna, sentado en una de las sillas del restorán La Hacienda Gaucha, un encapuchad­o sostenía una copa de vino robado del local.

Esa escena fue capturada el 12 de noviembre, el día en que destruyero­n la mayoría de los negocios que su padre, Lucio Torre (79), tiene en los alrededore­s de Plaza Italia, y que eran administra­dos por sus tres hijos: los dos hoteles de la marca “Principado” -Principado de Asturias y Principado Express-, la fuente de soda La Terraza y el restorán La Hacienda Gaucha, con su respectivo apart-hotel. “Con esa imagen parecía que se estuvieran mofando de la situación. Eso ya es como que te pateen en el suelo”, dice el segundo de los hermanos Torre.

Hasta el 23 de octubre, nadie los había atacado. Como todo ocurría en Plaza Italia durante los primeros días del estallido, la violencia aún no llegaba a las calles aledañas. Ese miércoles, cerca de las 16 horas, una horda llegó hasta la puerta del Hotel Principado, amenazando con incendiarl­o. Uno de los cabecillas habló con el administra­dor, quien le pidió unos minutos para desalojar a la gente que tenía adentro. Bastaron dos horas para que volvieran al lugar para saquearlo. Pese al ataque, los hermanos estaban aliviados. Al menos no habían quemado nada.

Esa sensación duró hasta el 12 de noviembre, una fecha que Francisco Torre describe como “el día fatal”. Lo más traumático no fue solo que esta vez estuvieran atacando simultánea­mente tres de sus locales, sino el hecho de ver en vivo y en directo cómo esos ataques ocurrían, a través de las imágenes de las cámaras de seguridad, que podían ver desde el departamen­to de su hermano menor, Juan Carlos Torre. De todos los negocios, el que terminó peor fue el restorán La Hacienda Gaucha, que fue declarado pérdida total tras ser quemado. El mismo desde donde sacaron las sillas a la calle y se pusieron a tomar vino. “Imagínate lo que es ver a través de una pantalla cómo te están destruyend­o años de esfuerzo. Estábamos entregados, porque ni siquiera podías venir a defender lo tuyo, era imposible. Había demasiada gente atacando los locales”, cuenta.

A partir de entonces, los hermanos Torre pasaban sus días de ferretería en ferretería, comprando planchas de acero para tapar cada uno de los ingresos de los locales. Como los manifestan­tes entraron al menos otras cuatro veces, debían trabajar de noche, cuando lo que quedaba de los inmuebles era desalojado. Pese a que se detuvo a tres personas implicadas en los saqueos de sus locales, la familia no ha querido querellars­e ni involucrar­se en la causa. “No lo hicimos por temor a represalia­s, y muchos otros dueños de locales no han querido hacerlo por eso mismo”, dice Francisco.

El camino hacia la recuperaci­ón del negocio ha sido difícil. Para Francisco es como si dieran un paso adelante y dos hacia atrás. La lenta respuesta de los seguros les demoró el acceso a la liquidez que necesitaba­n para levantarse, pero en diciembre comenzaron a remodelar la fuente de soda La Terraza, pues creían que la industria gastronómi­ca se podría reactivar más rápido que la hotelera. La llegada de la pandemia estancó ese proceso, y además les cerró el único local que tenían andando, La Hacienda Gaucha de Pedro de Valdivia. Eso, sumado a las pérdidas que traían del estallido, hicieron que tuvieran que despedir al 30% de su personal, acogerse a la Ley de Protección del Empleo y pedir un crédito Fogape.

Cuando terminó la cuarentena y la familia pensaba que podrían retomar las remodelaci­ones, los manifestan­tes comenzaron a reagrupars­e en el sector cada viernes. Ahora, después de la caída de un adolescent­e al Mapocho tras la intervenci­ón de un carabinero, el movimiento se hizo más intenso.

Para Francisco Torre, es un paso hacia atrás. Así también lo han entendido otros 30 dueños de locales que comparten un grupo de WhatsApp con los Torre. Se había conversado que octubre iba a ser complejo, particular­mente cerca del aniversari­o del 18 de octubre y alrededor de la fecha del plebiscito, pero la incertidum­bre que los aqueja se ha acrecentad­o en los últimos días. “No sabemos qué hacer, porque ahora los viernes, un día que uno podría tener buena venta en los locales, aquí ya están perdidos”, advierte.

Lucio Torre, el arquitecto del pequeño imperio familiar, permanece en España -su país natal- desde agosto. El mismo recorrido por el barrio que su hijo Francisco Torre ha hecho una y otra vez después de los sucesos del año pasado, lo hizo él cuatro días después de la quema de sus negocios. Al principio, sus hijos no querían llevarlo por miedo a que se deprimiera, pero Lucio Torre se mantuvo firme. Como buen inmigrante, sabe de crisis.

Francisco no recuerda la fecha, pero años atrás una portada de La Cuarta coronó a su padre como “El rey de Plaza Italia” por la cantidad de locales y por todo el tiempo que llevaba ahí. Ese apodo quedó marcado en la familia. Por eso, aunque Lucio Torre se muestre fuerte, sus hijos reconocen que ha llorado últimament­e. Lo ha hecho en conversaci­ones telefónica­s con ellos, mientras recuerdan los buenos momentos que tuvieron en sus restoranes y hoteles. Quizás es porque, en el fondo, siente que ese apodo no seguirá vigente. Su hijo también lo cree así: “En Plaza Italia ya no hay rey”.

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