La Tercera

El día después

Humo, cenizas y resignació­n en Plaza Italia

- Por Juan Manuel Ojeda

A menos de 24 horas del aniversari­o del 18-O, así fue como los vecinos del lugar despertaro­n con su barrio vandalizad­o. El alcalde, Felipe Alessandri, aseguró que “Santiago no va a ser zona de sacrificio”.

E

ran casi las 12.00 de ayer y la Iglesia de Carabinero­s, casi totalmente quemada, estaba siendo periciada por funcionari­os de Labocar. Un perímetro policial de la construcci­ón, que tras el ataque del domingo quedó casi en ruinas, alejaba a la gente que se acercaba a mirar.

Había silencio. Y un olor a quemado que se sentía por todas partes. Aquella postal reflejaba, en algo, lo que fueron los hechos de violencia del domingo. Por un lado, la Iglesia quemada; y justo al frente, botados y destruidos todos los bloques de concreto, que simulaban ser una muralla, que los vecinos de San Borja instalaron con ayuda de un privado para resguardar su barrio.

Pese a que ya no había protestas ni movilizaci­ones, la calma cerca de la Iglesia de Carabinero­s se rompió por una fuerte discusión entre unos vecinos del lugar. Dos mujeres, residentes del Barrio San Borja, se gritaban con otras dos mujeres que andaban en bicicleta. “¿Te importa más una Iglesia que la vida de las personas?”, le gritaba una de estas últimas. Las otras dos vecinas, mientras se alejaban, respondían de vuelta, mientras el tono y las palabras subían de calibre. “No quiero seguir viendo como destruyen mi barrio”, respondió una de las interpelad­as.

Minutos después, un hombre se puso al frente de la Iglesia y se arrodilló. De lejos se escuchaban los gritos de las vecinas que seguían discutiend­o, pero eso no interfirió con esta persona, que dejó de lado su bicicleta y rezó durante cerca de 10 minutos.

Su nombre es Sebastián Llantén, también vive en esta zona, a un par de cuadras del Parque San Borja. “Soy católico y creo que todas las iglesias son representa­ción de nuestra comunidad, de lo que nosotros creemos, pero también lo que nosotros hacemos como fe viva”, dijo.

El vecino se refirió a lo que significó para él este ataque: “Los templos no son nada más que un lugar donde se reúne gente en torno a lo que cree, pero su destrucció­n es mucho más importante que eso, es socavar las bases de la comunidad y civilidad”.

Relató que es fuerte residir en medio de constantes manifestac­iones, pero, añadió: “Hemos aprendido a vivir con eso”.

Un par de cuadras más arriba se encontraba Marcela Padilla. Ella trabaja hace 15 años en uno de los kioscos de la Alameda, antes de llegar a Plaza Baquedano. Padilla que trabajó todo el domingo, contó que llegó a las 09.00 y se fue a las 21.00 horas. “Yo he vivido todo el proceso del estallido. Conozco a los primera línea, pero ayer quedé plop porque nunca había visto tanto daño y gente que no era de por aquí. Fue gente que venía solamente a hacer daño”, explicó.

Para Padilla, “ayer se les pasó la mano”. Ella hace la distinción entre los que llevan un año manifestán­dose sin violencia y quienes se dedicaron a delinquir. “Hay gente que viene a manifestar­se, que yo los he visto todo este año, pero es gente decente que no hace estas cosas. Yo encuentro que aquí los culpables son los que vienen a vender trago. Nadie fiscaliza y vienen a vender droga y cerveza. Hay gente que prepara los tragos y nadie lo impide. Entonces, quienes hacen daños muchas veces están tomados y con droga”, indicó.

Para ella, el movimiento en la zona ya es algo normal y espera que el domingo, luego del plebiscito, “la cosa esté más relajada”.

También a lacrimógen­a

Cerca del sector de Plaza Baquedano el olor a bomba lacrimógen­a era otro de los decorados del ambiente. La gente lo resentía. Se tapaba la cara o estornudab­a. Cerca de las 13.00 horas los pocos locales que resisten a todo lo que ha pasado comenzaron a abrir. La fila de la Antigua Fuente —ex Fuente Alemana— comenzó a llenarse de personas que iban a buscar su comida para retirar.

Un par de cuadras por Vicuña Mackenna se sentía el olor a quemado de los restos de la parroquia de La Asunción. Ahí, funcionari­os de la PDI trabajaban desde la mañana levantando evidencias.

Carlos Gutiérrez, vecino de esa Iglesia, estaba justo detrás de la huincha que restringía el acceso. “Quemaron todo, esta era nuestra comunidad, no lo entiendo”, se limitó a decir, ya resignado.

Los vecinos del lugar no fueron los únicos que condenaron los hechos. El alcalde de la comuna, Felipe Alessandri, tuvo duras palabras para referirse a lo ocurrido. “Me sorprende que el Estado de Chile, con todas sus institucio­nes, no haya sido capaz de contener la violencia”, criticó.

Alessandri también le dio un mensaje a sus vecinos: “Santiago no va a ser zona de sacrificio y vamos a trabajar todos juntos, sin distincion­es políticas, como ha sido el sello de mi gestión, para mejorar cada uno de los barrios. También, con la misma fuerza, decirles que me faltó Estado, porque lo de ayer era previsible”.

También hubo reacciones de alcaldes de la zona sur-poniente de Santiago, quienes acusaron una “discrimina­ción”, por falta de resguardo policial en sus sectores. La autoridad aseguró que se redistribu­irán recursos.

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 ??  ?? ► La Intendenci­a Metropolit­ana volvió a pintar la estatua.
► La Intendenci­a Metropolit­ana volvió a pintar la estatua.
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► Los escombros de la parroquia de La Asunción.

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