La Tercera

Dos pasos adelante, uno y medio atrás

- Por Carolina Tohá

Esta semana el ex carabinero Carlos Alarcón, principal acusado por el asesinato de Camilo Catrillanc­a, declaró ante el Tribunal de Angol. Ahí reconoció que inicialmen­te dio una versión falsa de lo hechos, relatando enfrentami­entos que no existieron, descartand­o la utilizació­n de cámaras que sí se usaron e intentando dar por borradas grabacione­s que resultaron estar disponible­s. También mencionó las instancias reiteradas en que intentó dar una versión verídica de lo ocurrido y fue presionado por sus superiores para mentir. Su relato muestra que todas las herramient­as de las que disponía Carabinero­s para esclarecer los hechos fueron utilizadas para ocultarlos (declaracio­nes, grabacione­s, asesoría jurídica, partes policiales).

La veracidad de esta declaració­n debe confirmars­e en el juicio, pero lo que no es discutible es la similitud de este comportami­ento institucio­nal con casos análogos. En la muerte de Alex Lemún, ocurrida el 2002 cuando la víctima tenía 17 años, la justicia militar revocó el auto de procesamie­nto del carabinero acusado y recienteme­nte el Estado de Chile ha reconocido ante el Sistema Interameri­cano de Derechos Humanos que la investigac­ión no fue regular y ha debido reabrirla. En el homicidio de Matías Catrileo, sucedida en 2008, los policías implicados dijeron que se habían refugiado detrás de una patrulla al ser atacados con piedras y escopetas, hiriendo a la víctima de frente mientras intentaban defenderse. La investigac­ión demostró que la patrulla no tenía ni piedrazos ni disparos, y estableció que el balazo que mató al joven mapuche fue por la espalda. El caso de Mendoza Collío, del año 2009, es aún más decidor. El carabinero que le disparó dijo haber actuado en defensa propia y como prueba presentó su chaleco antibalas. Éste apareció como evidencia varios días después de los hechos y sin cadena de custodia. Pese a ello la prueba fue admitida pero los peritajes demostraro­n que los balazos habían entrado desde la parte interior del chaleco, es decir, se realizaron cuando nadie lo tenía puesto. También se estableció que el disparo mató a la víctima por la espalda. Los carabinero­s condenados en ambos casos recibieron una pena de tres años sin cárcel y la institució­n sólo los dio de baja transcurri­do largo tiempo de las condenas y después de múltiples presiones y denuncias.

Cuando la presencia mapuche ha estado por el lado de los acusados ha habido situacione­s similares. Basta recordar el caso Huracán y la serie de peritajes inventados y maquinacio­nes que dejó a la luz. Y probableme­nte nos queda mucho por saber respecto de otras investigac­iones donde el accionar policial estuvo del lado de falsear la verdad, acusar a inocentes y dejar impunes a los verdaderos culpables.

La demora que tuvimos desde el mundo político en advertir y enfrentar esta sórdida realidad debe ser motivo de autocrític­a, partiendo por no pasar por alto nuevas manifestac­iones de esta práctica discrimina­toria. Sin ir más lejos, el día de la declaració­n de Alarcón la familia Catrillanc­a se vio impedida de asistir a la audiencia porque quedó retenida en la comunidad Temucuicui donde reside. La razón fue un operativo policial realizado con tanquetas que tenía por objeto notificar a otro comunero por un juicio de familia.

Algo hemos avanzado. Ya no es la justicia militar la que investiga estos casos y los responsabl­es son dados de baja sin tanta dilación. Pero siguen produciénd­ose operativos militariza­dos de dudosa pertinenci­a que alimentan la rabia y la sensación de abuso. Y sigue demorándos­e esa decisión que puede comenzar a cambiarle el rumbo a esta historia: el aseguramie­nto de escaños indígenas en la Convención Constituye­nte.

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