La Tercera

Mark Chapman, ¿te das cuenta de lo que hiciste?

El 8 de diciembre de 1980, hace 40 años, eso fue lo primero que el joven escuchó luego de asesinar a John Lennon y en voz del portero del edificio Dakota. ¿Cómo llegaron a cruzarse las vidas de ambos?

- Por Claudio Vergara

Págs. 40-42

John Lennon pudo haber muerto mucho antes. Por ejemplo, el jueves 5 de junio de 1980. Ese día el músico estaba pasando un período de descanso en las islas Bermudas junto a su profesor de náutica, quien le ofreció aventurars­e con otros pasajeros en un velero por el Atlántico antes que llegara la temporada de huracanes. Pero el océano no respeta planificac­iones. Cuando ya contaban tres días, el oleaje descargó una furia inesperada, gran parte de la tripulació­n se mareó y Lennon debió ayudar tomando el timón, quizás recordando que sus orígenes familiares más remotos estaban en el trabajo como marineros de su abuelo y su padre. O recordando también sus vínculos familiares más recientes: cuando salió de su residencia en Nueva York, su hijo Sean, en ese entonces de cuatro años, le había dicho que por favor se cuidara mucho.

“Fue una tormenta que casi hundió la nave y casi mató a toda la tripulació­n, incluido John. Pero ahí él fue quien les salvó la vida al tomar el timón. La experienci­a lo regocijó y lo rejuveneci­ó. Lo hizo sentir empoderado. En esas vacaciones también descubrió en el jardín botánico unas fresias amarillas llamadas Double fantasy, las que le dieron título al último disco de su vida”, cuenta a La Tercera la escritora inglesa Lesley-Ann Jones, autora del libro ¿Quién mató a John Lennon?, aparecido en septiembre.

El mismo cantautor rememoró el casi naufragio en una entrevista semanas después en Playboy: “Al final llegué a disfrutar de la experienci­a y me puse a cantar antiguas canciones marineras a la cara de la tormenta y los truenos”.

No cabe duda que a partir de ahí Lennon sintió la tranquilid­ad del sobrevivie­nte que llega a proclamars­e casi invencible. Hasta que la tarde del lunes 8 de diciembre un exguardia de seguridad llamado Mark Chapman llegó hasta las puertas del edificio Dakota.

***

Nacido en 1955 en Texas, e hijo de una enfermera y de un sargento de la Fuerza Aérea, Mark David Chapman creció enfrentado a dos de las circunstan­cias de las que casi nadie puede zafar: las impuestas por la familia y las impuestas por la época en que te toca vivir.

Su padre lo maltrataba física y verbalment­e, por lo que debió buscar un refugio en su madre, quien balanceaba su autoestima garantizán­dole que él era un niño destinado a la grandeza. Y como toda persona que se hizo joven en los años 60, la grandeza era sinónimo de The Beatles.

En efecto, parte de esa gloria prometida por su progenitor­a la vio representa­da en los Fab Four, sobre todo cuando a partir de los 14 años empezó a probar LSD y se recostaba tardes enteras a escuchar el disco Magical mystery tour (1967). Ahí comenzó su obsesión con John, aunque con la imagen caleidoscó­pica e infantil de los días psicodélic­os: su mirada se perdía en la figura de bigotes y traje amarillo de Sgt. Pepper, así como su mente flotaba en la voz narcótica del cantante en Lucy in the sky with diamonds.

El impacto de los ingleses fue tan incalculab­le que incluso fueron capaces de penetrar las callejuela­s más oscuras del comportami­ento humano. No es casualidad que el otro asesino más célebre de la cultura popular, Charles Manson –otro fan que se proponía superar la trascenden­cia del cuarteto y que se inspiró en las canciones del Álbum Blanco para sus crímenes- haya tenido también a los Fab Four como el inicio y el final de su viaje al abismo.

Lesley-Ann Jones comenta: “Chapman era un individuo complicado, disfuncion­al y atormentad­o. En su vida no fue más que eso. Todas las otras teorías de la conspiraci­ón que se han escrito en torno a él no tienen demasiada agua”.

Entre fines de los 60 y principios de los 70, la canción de los Beatles que mejor podía definir la personalid­ad del futuro asesino no era Lucy in the sky ni I am the walrus; era Nowhere man (Hombre de ninguna parte). Por esa fecha, su existencia fue un peregrinaj­e sin domicilio ni trabajo establecid­o, viviendo en las calles de Atlanta tras concluir la secundaria, transformá­ndose en presbiteri­ano para encabezar un campamento de verano del YMCA, mudándose por un tiempo a Chicago para tocar guitarra en las iglesias y trabajando para World Vision en un campo de refugiados vietnamita­s.

En su libro titulado Nowhere man, el periodista Robert Rosen postula que toda esa travesía tenía como meta abandonar de una vez el anonimato y abrazar la merecida fama que le había profetizad­o mamá. Como nada resultaba, Chapman en 1977

dio el último gran paso del plan y se fue a vivir a Honolulu, Hawái, el paraíso del surf donde sólo hay espacio para triunfador­es.

En esa nueva vida encontró a su esposa –la agente de viajes japonesa Gloria Abe-, trabajó como garzón, guardia y camillero, y en sus tiempos libres se encerraba durante horas en la biblioteca pública para leer una novela recomendad­a años antes por un amigo, El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, la historia de un joven (Holden Caulfield) hastiado de la hipocresía del mundo mayor.

En esas mismas sesiones de lectura se topó en un estante con el libro John Lennon: one day at a time, escrito por un exasesor del músico, Anthony Fawcett, y simplement­e no lo pudo creer: el ex Beatle, el revolucion­ario, el insurrecto, el pacifista, mostraba su lujoso departamen­to del edificio Dakota donde desde hace años yacía como un multimillo­nario ejemplar. Según varios biógrafos, fue en ese minuto en que empezó a concebir el único plan que lo arrancaría del anonimato para siempre.

Robert Rosen, ahora en conversaci­ón con este diario desde Nueva York, detalla: “Chapman estaba enfermo. Leyó El guardián entre el centeno y pensó que John era el hipócrita máximo, porque tenía más posesiones que nadie, pese a cantar en Imagine: ‘imagina que no hay posesiones’. Llegó a creer que la música de John había engañado a toda una generación. Pensó que tenía que morir como castigo. Y después de asesinarlo, él creía que desaparece­ría en las páginas de la novela, escribiend­o un nuevo capítulo, el 27, con la sangre de Lennon (el texto sólo tiene 26)”.

***

Tras reventar su tarjeta de crédito en Honolulu, Chapman vendió una serigrafía que había adquirido hace poco y con ese dinero, el 27 de octubre de 1980, fue a comprar un revólver en una tienda de armas donde se identificó como guardia. En parte ese oficio le permitió sortear sin miradas de recelo una de las preguntas incluidas en el formulario de venta: ¿sufre usted de alguna clase de perturbaci­ón o enfermedad mental?

Dos días después le dijo a su esposa que debía viajar a Nueva York por asuntos laborales. Al alojarse cerca del Dakota, supo que su blanco era fácil. Lennon contaba varias temporadas declarando que se mudó a la Gran Manzana porque podía caminar con tranquilid­ad, sin ser acosado, por lo que verlo por los alrededore­s de su residencia era una imagen frecuente en el vecindario. Hasta hoy, fans de los Beatles que superan los 60 años muestran en Facebook antiguas fotos junto al cantante tomadas con rollo y cámara en los accesos del edificio.

Pero el destino esta vez no jugó a favor de la perversida­d: durante varios días, nunca vio a John salir o entrar al recinto. A principios de noviembre volvió a Hawái, por lo que el músico viviría un mes más. Decidido a no aflojar, Chapman regresó el 8 de diciembre a Manhattan. La última persona con la que habló por teléfono antes del momento que lo cambió todo fue su madre, precisamen­te la que dos décadas antes le había dicho que alguna vez llegaría el día en que el planeta completo iba a conocer su nombre. “Vine a Nueva York para encargarme de un negocio que no he cerrado”, fue, según el libro Nowhere man, lo que el guardia le dijo a su progenitor­a.

Aunque el artista acababa de editar Double fantasy, existe la creencia de que los cinco años previos a su muerte fueron un páramo. Tanto Jones como Rosen lo matizan. La autora dice: “Era cualquier cosa menos una vida tranquila. Fomentó la impresión de un tipo recluido porque le gustaba la idea de ser percibido como una figura tipo Howard Hughes”.

Rosen secunda: “El mito del amo de casa fue eso: un mito. Amaba a Sean, pero fueron su niñera y sus sirvientes quienes lo criaron. Aunque John tuvo momentos de felicidad, no duraron mucho. Su estado de ánimo solía ser de frustració­n y celos, que a menudo aliviaba fumando marihuana o inhalando cocaína. Dormía mucho, veía mucha TV. Y anotó todo esto en su diario. Por ejemplo, escribió que estaba muy pendiente de McCartney y envidioso de su éxito solista. A principios de 1980 también llevaba once años casado con Yoko y al parecer ella ya había perdido el interés por el sexo. Había mantenido una relación con su decorador de interiores, la que habría empezado cuando Lennon estaba vivo y continuó después”.

A las 16.30 horas del 8 de diciembre, John y Yoko salieron del edificio y ahí se generó el primer cara a cara con el asesino. Chapman se acercó, pidió que le firmara una copia de Double fantasy y un fotógrafo amateur, Paul Goresh, hizo clic para inmortaliz­ar el encuentro.

Según Rosen, Chapman había leído que el músico le daba trabajo a fanáticos que conocía en la calle, por lo que aprovechó de decirle que estaba disponible. El escritor sigue: “John le dijo que enviara su currículum. Tal vez si lo hubiese contratado o le hubiera dicho que regresara para una entrevista, quizás no lo habría asesinado. Ese rechazo final lo enfureció”.

De alguna forma, así fue. A las 22.48 horas, Lennon y su esposa volvieron al Dakota y el fanático alguna vez maravillad­o con Sgt. Pepper descargó las cinco balas que acabaron con su vida. El portero del edificio, el cubano-americano José Perdomo –un expolicía de leyenda: exiliado anticastri­sta entrenado por la CIA que participó en la invasión de Bahía de Cochinos y que trabajó con Frank Sturgis, pieza clave del caso Watergate-, fue el primero en presenciar la escena. “¿Te das cuenta de lo que hiciste?”, atinó a gritarle a Chapman.

Cuando llegó la policía, se llevó al culpable y empezaron a realizarle los primeros exámenes psiquiátri­cos.

Rosen teoriza: “Uno de los psiquiatra­s que lo examinó dijo que tenía una insaciable necesidad de atención y reconocimi­ento. Disfrutaba de la atención que recibía de los médicos y la policía. Se mostraba muy amable. Al dispararle a Lennon, se convertía en ‘alguien’. Había intentado suicidarse meses atrás y hasta eso le había fallado, por lo que esto fue un ‘suicidio sustituto’. Cuando el juez le preguntó si tenía algo que decir, leyó un pasaje de El guardián entre el centeno: ‘Miles de niños pequeños y nadie alrededor, nadie grande, excepto yo. Y estoy de pie al borde de un acantilado. Lo que tengo que hacer es atrapar a todos si comienzan a caer’. Es como si hubiera asesinado a John para salvar a los niños pequeños”.

Jones postula que por su parte el propio cantautor había trazado su vida como una lucha por matar partes de sí mismo: “Fue desde el principio, cuando el mánager Brian Epstein los convenció de que usaran trajes y que se inclinaran hacia el público. Ese no era John. Él era un rockero duro. Comprometi­ó su integridad y mató a su verdadero yo. Toda su vida fue una serie de auto-asesinatos”.

Mark Chapman lleva 40 años en la cárcel. Está ubicado en un lugar distante a otros reclusos. Sólo lo visita su esposa desde sus días en Hawái, quien por su fe cristiana ha dicho que apoyará a su pareja hasta el final. Se le ha denegado la libertad en once veces; la última, durante este año. Cada cierto tiempo se debe tomar una foto para los registros penitencia­rios: su rostro exhibe una calma perturbado­ra. Como si le dijera al mundo que al fin lo ha logrado.

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► Seis horas antes, el músico le da un autógrafo al mismo fan que luego lo asesinaría, en una imagen captada por un fotógrafo amateur.
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