Metáforas
Me gustan las metáforas, porque me gusta la literatura y porque son un desafío a nuestro razonamiento; abren el camino por el que avanza en nuestra mente el pensamiento abstracto, ese atributo indispensable que se ha perdido en nuestro mundo plagado de pantallas que transmiten la información mediante imágenes y entretienen a los niños con juegos electrónicos que estimulan las estructuras más primarias de su sistema nervioso central. Es un mundo sin esas figuras literarias que expresan una realidad con otra.
Esta semana que recién pasó hubo debate alrededor de una metáfora, la que usó la campaña de la Defensoría de la Niñez en una canción que describe la infancia como un período de sometimiento, en que no es posible opinar, en que los adultos imponen todo -la religión, por ciertomediante una sociedad opresora. La canción los llama a “saltarse todos los torniquetes”; o sea, a romper las reglas, esos límites externos que les impedirían encontrar su identidad.
No será sorpresivo para los lectores que tienen la generosidad de leer mis reflexiones semanales, que exprese mi desacuerdo con la campaña de la Defensoría y, más aun, con la metáfora. Burda, reduccionista, tan obviamente representativa de esa visión del ser humano y la sociedad que todo lo explica a partir de un teórico conflicto entre opresores y oprimidos, allí donde Marx dice capitalistas y trabajadores basta con reemplazar por colonizadores y pueblos originarios, machistas y mujeres, blancos y personas de color, y ahora también adultos y niños.
El autor de “El capital” estaba gravemente equivocado en muchas cosas, pero fue capaz de elaborar una teoría intelectualmente superior para su época, a diferencia de estos seguidores tan tardíos como básicos en sus “metáforas”.
Pero más pobre aún me pareció la reacción con la que se defendió la campaña, descalificando toda crítica si provenía de quienes no hubieran expresado mayor horror por el baleo a “niños en un centro del Sename”.
Es que algunos pretenden calificar la idoneidad moral de los demás para participar del debate, negando así el principio intelectual y democrático básico de que las ideas se evalúan en su mérito y no por las cualidades subjetivas de quienes las emiten. Dios y la democracia nos libren de estos Savonarolas de la política.
Algo parecido a lo que mal y torpemente parece haber querido transmitir esta canción ya lo dijo Serrat en “Esos locos bajitos”: “cargan con nuestros dioses y nuestro idioma/ nuestros rencores y nuestro porvenir/ por eso nos parece que son de goma/ y que les bastan nuestros cuentos/ para dormir”.
Estas sí que son metáforas, es que la crítica no es por ser de izquierda, como reconocidamente lo es el catalán, sino por carecer del talento para provocar una reflexión de adultos, especialmente cuando es sobre los niños.