¿Quién gana?
Siempre se supo que la hoja de ruta del último año del actual gobierno iba a ser difícil. Si bien el acuerdo del 15 de noviembre del año pasado descomprimió la revuelta de octubre, en modo alguno el pacto estableció una tregua para que Piñera pudiera conducir al país a aguas más tranquilas en lo que le restaba de su mandato. No solo eso. A los recurrentes conflictos con la oposición, se sumó ahora último la sublevación del oficialismo. El escenario político se puso mucho más revuelto. Se equivocaron quienes suponían que la centroderecha, desgarrada entre las opciones del Apruebo y el Rechazo antes del plebiscito, iba a recuperar un razonable clima de unidad después de esa jornada. No ocurrió así ni por asomo. Y ahora, por mucho que La Moneda haya podido ordenar mejor a sus parlamentarios en el segundo retiro que en el primero, la verdad es que le doblaron la mano, que terminó auspiciando un proyecto que rechazaba, de modo que nada garantiza que la relación de Palacio con Chile Vamos vaya a ser más dulce.
Sí, es verdad: el gobierno está tanto o más complicado que antes. Pero también lo está la oposición. Este es el rasgo más serio de la crisis institucional de Chile. ¿Quién gana? Lo que pierde el gobierno no lo capta la oposición. Lo que pierde el gobierno va a fondo perdido de un país que se hace cada vez más ingobernable y que no es capaz de reaccionar como debiera ante las demandas sociales, ante la emergencia sanitaria ni ante la crisis económica.
Las dificultades de la oposición corren en varias direcciones. Una de ellas, el fracaso de la nueva censura de la mesa de la Cámara de Diputados volvió a poner en entredicho la juramentada unidad del bloque. Otra es la que establecerá una nueva correlación de fuerzas entre lo que fue la antigua centroizquierda y lo que representaba hasta aquí el Frente Amplio, como cara visible de una izquierda más virginal, más conectada con los jóvenes y también más auténtica. La tercera todavía está en desarrollo, porque plantea una incógnita acerca de los reacomodos internos que vivirá el Frente Amplio, en especial luego de que el protagonismo de Revolución Democrática, que parecía ser la nave insignia de esa flota, anduvo quedando en ridículo tras las primarias del domingo pasado y tras la deserción esta semana de dos de sus diputados: no hay caso, los jóvenes que vinieron a renovar la política chilena siguen embriagados en la atomización y el divisionismo. La cuarta variable, en fin, podría marcar el comienzo del fin del rectorado que hasta aquí ha ejercido el PC en el arco opositor. Todo indica que a este lado del espectro, bien o mal, los caminos comenzarán a bifurcarse. La izquierda de matriz algo más más socialdemócrata ya está empezando a sacar la voz, de manera muy tímida todavía. Y es posible que el PC, con su iniciativa de cambiar las reglas del juego para la convención constitucional o su apuesta a botar al gobierno por la vía de la presión social, está cruzando al parecer una frontera que el resto de la oposición no quiere traspasar.
Aunque tampoco esto signifique que los problemas opositores los vaya a capitalizar el gobierno, no hay duda de que las grietas que comienza a ver al frente le abren a La Moneda rendijas de oportunidad para gobernar y sacar adelante proyectos que son decisivos. El horizonte para un acuerdo en materia de reforma de las pensiones sigue estando complicado, pero la verdad es que a estas alturas son tantos los cercos que se han corrido que ahora es muy presentable un sistema que -mezclando algo de capitalización individual y algo de repartoal menos asegure que los fondos no vuelvan a ser objeto de nuevas repartijas. La gente más sensata del Senado, con mayor sentido de responsabilidad histórica, debería saber que ya es muy poco el margen que va quedando antes de que se vaya todo a la chuña.
Para terminar con alguna dignidad, el gobierno necesita cuadrar a su coalición. En este momento es su principal problema. El presidencialismo de nuestro régimen político tendrá muchos bemoles, pero si hay algo que tolera poco es la impopularidad de los presidentes. Quizás esta sea una batalla que ya está perdida. Incluso, queda la duda de si el Presidente está realmente consciente de las percepciones y emociones que inspira en el grueso de la ciudadanía. Si lo supiera, posiblemente no seguiría andando tan de winner por la vida. Escucharía más. Se echaría menos flores. Pediría más ayuda. Admitiría mejor sus fracasos.
Vaya problema. Es una fatalidad que el Presidente a menudo le haga más caso a su personalidad que al compromiso que tiene con Chile.