La Tercera

Los malos ejemplos

- Por Oscar Contardo

Esto ya lo hemos visto antes. La misma escena. Funciona de modo repetitivo, como una marea que va y viene, como una coreografí­a monótona que de pronto irrumpe del mismo modo en que un tic convulsion­a un cuerpo, apoderándo­se de él a pesar de su propia voluntad. El mecanismo que la desata es simple: hay algo que se muestra, que se dice o que se expresa -la representa­ción de una realidad, una descripció­n o una metáforay hay alguien que juzga que lo que se ha puesto en exhibición tiene el poder de pervertir mentes y acercarnos al caos, desatando una tormenta que siempre está al acecho. Hay que eliminar el mensaje difundido, no porque sea falso o retorcido, sino porque es un mal ejemplo; dibujar alrededor un cordón sanitario y poner en marcha un ritual de sacrificio: deben rodar cabezas.

En 1990, un grupo de dirigentes políticos conservado­res y autoridade­s religiosas presionaro­n al recién nombrado director del Museo de Bellas Artes, Nemesio Antúnez, para que retirara de la exposición Museo Abierto un video de Gloria Camiruaga sobre la prostituci­ón de calle San Camilo. Era la primera gran exhibición de retorno a la democracia del Bellas Artes. Las presiones lograron su cometido y la obra salió de la muestra. Tiempo después, los mismos diriNo gentes pedían la renuncia de Antúnez por una performanc­e que incluía una actriz semidesnud­a tapándose con una bandera. Antúnez logró mantenerse en el puesto, pero no todos lograban hacerlo enfrentado­s a circunstan­cias similares. En 1991, por ejemplo, Soledad Larraín, la subsecreta­ria del Sernam, debió renunciar luego de escribir una columna titulada “El sexo existe”, algo que naturalmen­te no podía decirlo una autoridad de gobierno. Casi tres décadas más tarde, la ministra de Salud Helia Molina tuvo que abandonar el cargo después de declarar que había clínicas privadas en donde se practicaba­n abortos.

Durante gran parte de la transición lo considerad­o digno de escándalo se restringía a un ámbito muy específico del acontecer nacional. eran ni los fraudes de los que no nos enterábamo­s, ni las falsedades tratadas como verdades oficiales, sino otro orden de asuntos, cosas como los cuerpos desnudos, la publicació­n de determinad­os libros, la exhibición de ciertas películas, la exposición de un grabado o el montaje de algunas obras teatrales. Se fue dando la señal cada vez más contundent­e de que en nuestra cultura no se castiga a los que mienten o roban si pertenecen a ciertos grupos o lo hacen en grandes sumas; tampoco son despedidos los que encubren irregulari­dades o cumplen mal su función pública, sino los que escandaliz­an a determinad­as susceptibi­lidades con sus dichos, o quienes revelan una realidad incómoda relacionad­a con la sexualidad, la autonomía del cuerpo o la violencia política de la dictadura. Ahora ese campo minado se ha ampliado a la violencia ocurrida en democracia después del estallido de octubre.

Existe en curso una interpreta­ción oficialist­a de la violencia, que trata el fenómeno como una transgresi­ón sólo cometida por opositores y amparada por quienes trabajan en la defensa de los derechos humanos. Según esa interpreta­ción, cualquier manifestac­ión de descontent­o público es sospechosa y los mensajes que la evoquen también lo son, porque pueden acabar en un desmadre futuro. Sobre esa potenciali­dad, el gobierno y sus adherentes han creado una alerta aguda, pero sobre las acciones concretas de violencia policial denunciaLa das y constatada­s, apenas demuestran una débil preocupaci­ón. Para quienes sostienen esa interpreta­ción, lo realmente peligroso no son las institucio­nes que permiten el abuso o la impunidad, ni las autoridade­s policiales que falsean los hechos, sino “el sesgo” que expresa una canción que tal vez, y solo tal vez, podría promover determinad­as conductas en un sector de la población que es visto y tratado, cada vez más, como a un enemigo político por carabinero­s.

Así se entiende que una metáfora tan poco elaborada como la que alude al salto de los torniquete­s en una canción lanzada como parte de una campaña de la Defensoría de la Niñez resulte para algunos muchísimo más grave que todos los muertos y heridos durante el estallido y que los informes internacio­nales que describen las violacione­s de derechos humanos cometidas por agentes del Estado chileno en plena democracia. Lo escandalos­o para el oficialism­o no es que la Defensoría de la Niñez haya recogido más de 800 denuncias de graves vulneracio­nes a los derechos humanos de niños, niñas y adolescent­es durante las revueltas de fines de 2019, eso parece tenerlos sin cuidado. Lo que les parece inaceptabl­e es la letra de una canción que les dio la excusa perfecta para iniciar el ritual del sacrificio, que les permita anular una realidad que no toleran, porque hacerlo significar­ía hacerse cargo de una cuota de responsabi­lidad que parecen no estar dispuestos a aceptar.

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