La Tercera

Antropólog­o YANKO GONZÁLEZ

“La dictadura le dio a la juventud una posición institucio­nal que nunca antes había tenido”

- Por Daniel Hopenhayn Foto Miguel Angel Bustos

Tras una década de investigac­ión, el antropólog­o y poeta publica Los más ordenadito­s. Juventud y fascismo en la dictadura de Pinochet (Hueders), libro que escudriña en el rol de las “juventudes de Estado” fidelizada­s por el régimen.

Un memorándum inédito hallado en los archivos de la Fundación Jaime Guzmán; una carpeta perdida en Alcalá de Henares que documenta la cooperació­n de las juventudes franquista­s -reuniones con Pinochet incluidas− en la formación de sus homólogas chilenas; decenas de entrevista­s a los dirigentes de esas juventudes y a quienes las integraron como militantes de base en diversos territorio­s del país. Son parte de los archivos y memorias que exhuma en su investigac­ión Yanko González (49), más conocido en circuitos culturales como poeta, pero también antropólog­o doctorado en la U. Autónoma de Barcelona, autor de numerosos estudios sobre juventudes latinoamer­icanas y exdecano de Filosofía y Humanidade­s de la U. Austral.

“La izquierda ve en Chacarilla­s una propaganda nacionaler­a, una caricatura absurda de la parafernal­ia fascista –afirma González−. ¡No, detrás había gente mucho más inteligent­e que los que dicen eso! Esos actos fueron parte de una cadena de adoctrinam­iento juvenil extendida por todo Chile y que contempló actividade­s mucho más sistemátic­as: cientos de campamento­s juveniles, jornadas de capacitaci­ón, ‘promesas’ de fidelidad al estilo scout, revistas con tirajes de 15 mil ejemplares, en fin. Yo me tuve que pasar 10 años recogiendo testimonio­s y barriendo archivos –de ministerio­s, municipios, medios regionales y otro sinfín de fuentes, porque la evidencia oficial fue casi toda destruida− para entender que esto no tuvo nada de patético y que dejó huellas generacion­ales muy profundas”.

Planteas que la dictadura fue el primer gobierno chileno que creó “juventudes de Estado”. Partamos por definir ese término.

El término define a los colectivos juveniles creados, adoctrinad­os y controlado­s por un régimen estatal, para movilizarl­os en su defensa ante los grupos “enemigos” y para que sean su reservorio generacion­al. Con ese objetivo, la dictadura le dio a la juventud una posición institucio­nal que nunca antes había tenido. Ya en octubre del 73 creó la Secretaría Nacional de la Juventud (SNJ) y luego, en 1975, otra orgánica de cariz paraestata­l: el Frente Juvenil de Unidad Nacional (FJUN). Y el modelo que siguieron estas organizaci­ones –de lo que doy abultada evidencia− fue el de las juventudes de Estado de Franco, que aprendiero­n, a su vez, de las juventudes nazifascis­tas alemanas e italianas. Obviamente, en los años 70 ya son versiones actualizad­as: no eran paramilita­res, no usaban uniforme y su encuadrami­ento era voluntario. Pero sus estrategia­s institucio­nales y rituales se basaron en esas experienci­as. Ignacio Astete, que fue el segundo director del FJUN, me lo dijo textualmen­te: “Todo esto tiene como modelo lo que había en España”.

Reproduces un memorándum en el que Guzmán, en diciembre del 73, le propone a la Junta una política de juventud completa, pensada para inducir en los jóvenes “una identifica­ción espiritual” con las FF.AA. y así “inspirar una nueva generación de chilenos, dotados de una nueva mentalidad”.

Yo quedé congelado cuando leí ese documento. Es lo primero que Guzmán hace para la Junta y ya tiene clarísimo que la juventud es la clave para legitimar al régimen y asegurar su proyección ideológica. Además, ningún historiado­r chileno había hecho la genealogía de los movimienpo­líticos juveniles que él hace ahí. Y todo lo que propone se va a terminar haciendo.

Leído en retrospect­iva, ese texto también parece aconsejar a la derecha para evitar un estallido social en 2019. Ya el primer párrafo advierte que “la rebeldía juvenil estalla siempre con una fuerza colectiva muy grande” y que el progreso económico no es el antídoto para eso.

Por eso te digo que su conocimien­to juvenológi­co es increíble. Entiende muy bien lo que descubrió el fascismo a comienzos del siglo XX: el joven, de ser un ente biológico, se había transforma­do en un actor social con un gran potencial movilizado­r, capaz de sostener un régimen o desestabil­izarlo. Por eso, y por la eficacia simbólica del joven para encarnar en él una épica regenerado­ra, el fascismo fue el primer movimiento político que exaltó el valor intrínseco de la juventud.

Citas a Baldur von Schirach, líder de las Juventudes Hitleriana­s: “Desde un punto de vista nacionalso­cialista la juventud siempre tiene razón”. Aunque en el bloque socialista también se exaltó la pureza del joven vigoroso.

Desde luego, y también hubo juventudes de Estado. Eso sí, con una diferencia importante: su nivel de control sobre los jóvenes militantes era mucho más laxo. En la RDA o en Cuba no les hacían mucho caso a los jefes. Y como era otra cultura ideológica, también les daban carta blanca para que hubiera un cierto debate interno, incluso en la URSS. Las juventudes fascistas funcionaba­n con la fe, con los credos, más que con la teoría.

Por lo que cuentas, en el caso chileno hubo de ambas cosas.

Así es. Un joven de alguna provincia del sur que participab­a en las actividade­s de la SNJ y del FJUN podía tener clarísima la concepción gremialist­a de la juventud como un “cuerpo social intermedio”, que no debe relacionar­se con partidos políticos ni asociarse más allá de su espacio inmediato. La matriz formativa de estas orgánicas fue la Declaració­n de Principios de la Junta de 1974, redactada por Guzmán en las antípodas de la democracia liberal. Y el propio Guzmán recorrió el país con los dirigentes de la SNJ y el FJUN dictando cientos de charlas y seminarios en torno a esas ideas.

¿Qué tan masivo llegó a ser el alcance de esas dos institucio­nes?

Investigac­iones de principios de los 80 –mi libro llega hasta 1983− estimaron que la SNJ llegaba a unos 120 mil jóvenes a través de su organizaci­ón y daba servicio a otros 400 mil a través de sus actividade­s. Eso equivale al 20% de la población juvenil de entonces. Un alto dirigente del FJUN nos lo dijo con claridad: “Nuestros campamento­s de verano eran para mucha gente su única oportunida­d de veranear, y nosotros aprovecháb­amos ahí de adoctrinar”.

Una estrategia antigua.

Claro, pero aquí la aplicaba el aparato del Estado para difundir una ideología única. La SNJ tenía, además, una inserción obligatori­a en los centros de alumnos de los colegios públicos, cuyas actividade­s “asesoraban”. El apoyo de los alcaldes, muchos de ellos jóvenes gremialist­as, también fue gravitante. Yo encontré registros de actividade­s de la SNJ hasta en comunas rurales.

Aunque el subtítulo del libro habla de “Fascismo y juventud”, en el texto aclaras que se trató de un “momento de fascistiza­ción” destinado a abandonars­e.

Me importa mucho esa diferencia, porque llamarle fascista a cualquiera es poco serio y no ayuda a entos

tender nada. Yo mismo en los 80, como militante de izquierda, asimilé el concepto desde la caricatura. Pero hasta fines de los 70, la dictadura sí desplegó instrument­os simbólicos e institucio­nales de raíz fascista. No sólo porque usó el terror de Estado para rescatar al capitalism­o de la arremetida obrera, que es la lectura clásica de la izquierda, sino porque intentó reemplazar los ideales republican­os por una religión política ultranacio­nalista, catolicist­a, antimarxis­ta, militarist­a, semicorpor­ativista y, sobre todo, refundacio­nal. Pero digo que fue un momento, porque el uso de estas herramient­as fue más bien instrument­al, no había detrás un proyecto de sociedad propiament­e fascista. A partir de 1977, cuando ya se han cooptado las energías juveniles y el gremialism­o ha impuesto su agenda en el gobierno, se empieza a configurar el proyecto derivado de la “nueva mentalidad” generacion­al: democracia protegida, pluralismo limitado, Estado subsidiari­o.

Dirías entonces que Guzmán recurrió a elementos del fascismo pero no creía en él.

Se lo suele presentar así: que él creía en la democracia autoritari­a, pero no en el corporativ­ismo del fascismo canónico. Pero en este memorándum del año 73 es un corporativ­ista nato. También lo es cuando habla en el acto de Patria y Libertad en el Estadio Nataniel, el año 71. Mi impresión es que Guzmán se alejó de ese pensamient­o por su gran lucidez política, y que en lo ideológico fue más bien un equilibris­ta. El mismo pragmatism­o explica que la ceremonia de Chacarilla­s del año 77 replicara elementos rituales del fascismo que se estaban abandonand­o: simplement­e eran útiles para fidelizar a la juventud en ese momento.

El hallazgo inesperado de una carpeta en España te permitió recomponer otro hilo de esta trama: la estrecha colaboraci­ón entre las juventudes de Estado españolas y chilenas.

Fue impactante encontrar esa carpeta. Yo empecé a rastrear en España sin ninguna fe de encontrar algo, porque allá la dictadura también destruyó las evidencias. En el Archivo General de la Administra­ción, en Alcalá de Henares, me abrieron un pequeño baúl, entre mil papeles irrelevant­es, encuentro esta carpeta con las relaciones hispano-chilenas, donde había de todo: los convenios que hicieron, los contenidos que intercambi­aban, agendas de trabajo… Y lo más importante: los nombres. Ahí empiezo a perseguir a esas personas por toda España. José Ignacio Fernández, que era el jefe nacional de la OJE, la última denominaci­ón del Frente de Juventudes, me terminó llevando al sótano, donde tienen los archivos desde 1942 hasta 1977. Hasta me pasó fotos de su paso por Chile, transmitie­ndo su know how a Guzmán y al propio Pinochet. Me jugó a favor el hecho de que estas personas todavía sienten orgullo de ese pasado, de ser falangista­s.

No así tus entrevista­dos chilenos, al parecer, porque muchos figuran con seudónimo.

Bueno, Luis Chitarroni dice que a la memoria no se le puede corregir el mal gusto. Y para cierta derecha, este momento filofascis­ta es de mal gusto. Al comienzo me decían “no, si hacíamos puros campamento­s, lo pasábamos bien”. Se iban soltando al percibir que mi interés como antropólog­o no era ejercer un rol de acusador, sino comprender sus experienci­as, que hemos desatendid­o en las ciencias sociales al concentrar­nos más en las juventudes de resistenci­a al régimen. Por lo mismo, a mí no me entusiasma­ría que este libro se lea en clave “conocer al enemigo”, o que parezca una suerte de condena majadera al gremialism­o. Creo que su relación con el presente intenta escarbar un poco más profundo: ayudarnos a entender que, a veces, el pasado también puede empeorar.

¿Cómo?

Porque a veces sólo terminamos de entender el pasado cuando sus secuelas nos explotan en la cara. Y mi percepción es que el adoctrinam­iento juvenil de la dictadura, su tentativa de imponer una religión política como una cruzada bélica, dejó secuelas que aún perviven, como en la aversión irracional a los partidos políticos, en el hábito de construir “enemigos de Chile” que indujo a Piñera a decir esa frase tan desafortun­ada aquel 20 de octubre. Porque son hábitos, disposicio­nes que quedaron grabadas en memorias colectivas y que en momentos de crisis pueden reflotar sin que entendamos por qué. De ahí lo que enseña un viejo refrán eslavo: el pasado es más difícil de predecir que el futuro.

En el libro hay muchas frases de Pinochet y sus partidario­s que, si les quitamos el contexto, podrían calzar con la retórica del estallido: la esperanza de redimir el futuro de Chile oponiendo la mística de la juventud a los viejos políticos de partido que deben ser marginados.

En términos muy literales puede haber un símil, porque efectivame­nte hay un ánimo de culto o sacralizac­ión de la juventud. Pero está diseminado en la sociedad civil, donde pueden enfrentars­e sensibilid­ades distintas. Cuando ese culto viene del Estado, la diferencia es sideral. Lo mismo diría sobre las actitudes “cancelator­ias” o de superiorid­ad moral que se les reclaman a juventudes de izquierda. Porque detrás de la gestualida­d cancelator­ia hay ciertas reivindica­ciones que yo podría compartir, pero si esa gestualida­d se pega un salto y se imbrica en el Estado como discurso oficial, ahí entramos en una fase peligrosa. Por el momento, eso sí, veo más intencione­s de ese tipo en fuerzas de derecha, estilo Bolsonaro. Y me preocupa, porque es en estos momentos de crisis planetaria­s cuando el virus del fascismo muta y surgen nuevas cepas. Por eso este proceso que comenzó en octubre a uno lo tiene mitad esperanzad­o y mitad aterrado. Incluso, si todo resulta bien, un sector puede sentirse muy amenazado y las reacciones son también inesperada­s, amorfas. ●

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