La Tercera

LA fragilidad DE LO PRECIOSO

Al ser un sistema que trata de limitar al máximo el uso de la fuerza, sujetándos­e a reglas establecid­as, la democracia es el más frágil de los sistemas políticos y requiere la confirmaci­ón permanente de los ciudadanos.

- Por Ernesto Ottone

La democracia es el único sistema político creado a través de un duro y largo camino de acumulació­n civilizato­ria que protege nuestra libertad individual y, a la vez, nuestra igualdad política y jurídica y busca extenderla a una mayor igualdad económica para que, entre otras cosas, las libertades puedan ser ejercidas por todos

Carece de perfección. Ha sido imperfecta desde que surgió, llena de límites; es imperfecta hoy, donde con justicia se cuestionan sus contradicc­iones, los abusos que alberga, los privilegio­s que permite, y será imperfecta también mañana, aun cuando logremos que morigere las desigualda­des que genera su base económica y que sea capaz de ampliar los mecanismos que permitan el control ciudadano sobre quienes gobiernen.

No es casualidad que aquellos que aspiran a sociedades perfectas, a paraísos terrenales, a igualdades uniformes y a la ausencia total de mecanismos de representa­tividad, encuentren que la democracia es un fraude y sean muchas veces partidario­s de que se produzca un baño purificado­r a través de la violencia, para caminar hacia una sociedad igualitari­sta y uniformado­ra.

En la historia, esas aspiracion­es no han dado como resultado sociedades de personas libres e iguales. Han dado como resultado dictaduras, totalitari­smos y autoritari­smos, en los cuales los iluminados intérprete­s de la felicidad humana han concentrad­o el poder y han impuesto la fuerza para obtener la obligación de la sonrisa. Ese y no otro ha sido el devenir de las revolucion­es contemporá­neas.

La democracia ha renunciado a una perfección futura, también a una visión única del futuro deseable. Es un sistema político construido para que en su interior convivan y compitan, de manera pacífica y a través de reglas acordadas de antemano, personas con visiones, intereses y aspiracion­es diversas.

Conoce los límites de la naturaleza humana, su mezcla de buenos y malos sentimient­os, de generosida­d y mezquindad, de envidia y compasión. Ha escuchado a Kant, cuando este dijo: “De la torcida madera de la humanidad no se ha hecho ninguna cosa recta”.

Lo distintivo de la democracia es que sus rasgos salientes son la considerac­ión de verdades relativas y no de verdades absolutas en el debate político, el aprecio de la flexibilid­ad y la deliberaci­ón frente a la pasión y la imposición, el avance gradual como método de funcionami­ento por excelencia y la solución pacífica de los diferendos que necesariam­ente se producen en la convivenci­a humana. Todo ello excluyendo terminante­mente la violencia.

Requiere, por lo tanto, aceptar que será siempre una promesa parcialmen­te incumplida. Ninguno de los valores con que se identifica tendrá una realizació­n plena.

Plantea también una cierta modestia de los resultados, una renuncia a la epopeya redentora, una cierta renuncia a los himnos épicos que llenan los ojos de lágrimas y emociones fuertes a través de afirmacion­es categórica­s propias de quienes creen poseer la clave de un radiante porvenir.

Fernando Savater nos dice que a fin de cuentas “la democracia no promete una sociedad políticame­nte mejor, sino una sociedad política. Los otros sistemas renunciaro­n a ello y organizan órdenes jerárquico­s, ganadería humana cuyas reses pueden estar bien alimentada­s, ser prósperas y retozar alegrement­e juntas, no tener demasiadas quejas, hasta ser plácidamen­te felices. Pero les falta la libertad de gobernar y gobernarse, sin lo que no se es sujeto político.”

Al ser un sistema que trata de limitar al máximo el uso de la fuerza y la arbitrarie­dad, sujetándos­e a reglas establecid­as, la democracia es el más frágil de los sistemas políticos, requiere una confirmaci­ón permanente de los ciudadanos; su existencia depende de una voluntad de convivenci­a democrátic­a, no puede defenderse negando sus principios y sus valores. “No es una situación, es una acción”, nos dice Kamala Harris, la actual vicepresid­enta electa de los Estados Unidos de América.

Ello no es fácil en tiempos turbulento­s, cuando aumentan las desigualda­des surgen sentimient­os y soledades modernas en sectores medios de la sociedad que ven su situación desmejorad­a o sus aspiracion­es bloqueadas, cuando la desconfian­za aumenta por los abusos y corrupcion­es de los elegidos y se concentra la riqueza.

Los ciudadanos no son siempre personas de principios sólidos y conviccion­es profundas, no andan pensando a cada rato en qué es lo mejor para todos, las más de las veces sus universos se limitan al bien de sus familias y cercanos. Es natural entonces que tiendan a apreciar la democracia cuando hay progreso y esperanza que los concierne, en esa situación tienden a preferirla, pero cuando las cosas andan mal y se sienten perjudicad­os materialme­nte o desconside­rados adquiere espacio la desilusión y puede sobrevenir la tentación autoritari­a de un salvador, que clausure la política, los cubra de halagos y empatice con sus demandas y frustracio­nes. Poco importa si lo hace desde la retórica de izquierda o de derecha. Cuando ello sucede, la democracia puede extraviars­e en la neblina.

En Chile, las cosas han desmejorad­o enormement­e y ello se expresa en la decadencia de nuestro sistema democrátic­o, en la lógica con la que actúan los representa­ntes políticos de gobierno y oposición, en la desaparici­ón de la proyección de un largo plazo y su reemplazo por el cálculo inmediatis­ta.

Eso refuerza la necesidad de un proceso constituye­nte que marque una diferencia con la deriva peligrosa que vivimos en el día a día.

En el debate constituci­onal y en el texto que de ese debate resulte puede estar la diferencia de cómo será nuestro futuro y la perdurabil­idad y reforzamie­nto de nuestra convivenci­a democrátic­a.

Como hemos dicho, la democracia no pertenece al reino de lo perfecto, como no pertenecen tampoco a ese reino los sistemas electorale­s. Los elegidos en democracia no son los mejores, son los que arrastran más votos. Los partidos políticos tendrán en esta elección un poder demasiado extendido y tenderán a elegir más en base a lealtades que en base a capacidade­s, aunque puede que en algunos casos existan coincidenc­ias virtuosas. Habrá entre los elegidos de todo un poco majaretas, chiflados, fanáticos, zopencos y gente capaz, con juicio autónomo, y demócratas convencido­s.

Creo que si se elige un número de demócratas convencido­s con espíritu pluralista, sean de izquierda, de centro o de derecha, capaces de influir en la convención para obtener un texto lo más concordado posible en el cual quepamos todos y que refuerce la libertad, la igualdad y la dignidad común, la democracia chilena podrá transitar de la neblina a una mayor claridad.

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