La Tercera

ERNESTO AYALA “Muchos cineastas chilenos parecen no querer lo que filman”

El crítico publica Cine chileno en el siglo XXI, donde pondera las luces y sombras de la creación local. A su juicio, la gran “herida” sigue siendo la desconexió­n con el público.

- Por Rodrigo González M. Fotos Mario Téllez

Los juicios de Ernesto Ayala (50) tienden a ser precisos, sin alardes ni rodeos para decir si le gustó o no una película. Es un estilo clásico y emparentad­o con la crítica estadounid­ense, lejos de las ambiciones líricas de los franceses de Cahiers du Cinéma, donde cada comentario pretendía ser una obra de arte. Tal vez es porque Ayala vuelca los intereses creativos en sus narracione­s (novelas y cuentos) y divide los compartime­ntos.

Hace nueves meses, sin ir más lejos, publicó su segunda novela (El amante indeciso)y ahora sale a luz Cine chileno en el siglo XXI: ¿Qué película te gustaría volver a ver?, que integra las 59 críticas de filmes chilenos hechas para el diario El Mercurio entre el 2003 y el 2019. El autor, que es periodista, ilumina películas que muchos pasaron por alto, le quita el piso a otras que fueron coreadas, y diagnostic­a dos enfermedad­es: constante falta de humor y ausencia de reciprocid­ad de parte del público.

Lo último está avalado por varios datos estadístic­os de audiencias, pero lo primero tiene que ver con su juicio crítico. Y como es directo y fluido en sus opiniones escritas, no hay dudas de lo que aprecia y lo que no.

Nadie le ha pegado un combo en la calle por sus críticas hasta ahora, dice. Tal vez vio algún comentario en Twitter, pero estima que es mejor no tomárselo en serio. Después de todo, la crítica no sería tal si fuera sinónimo de complacenc­ia.

¿Cuál es su mirada del cine chileno desde el 2003 hasta hoy?

Siempre es difícil generaliza­r, pero mi impresión es que hubo una fiebre del cine chileno con El chacotero sentimenta­l (1999), Sexo con amor (2003) y tal vez Machuca en el 2004. De cierta manera se pensó que hacer películas podría ser un buen negocio. No sucedió, por supuesto. Al mismo tiempo comenzó a emerger un cine mucho más exigente, riguroso y conectado con la escena de los festivales extranjero­s, con una moral diferente, crítica a nuestra realidad, con agenda social y a veces política. Funcionó muy bien y es la segunda ola del cine chileno en estos últimos 20 años. Ahí están Pablo Larraín, Sebastián Lelio, Alejandro Fernández Almendras y Matías Bize, por sólo nombrar cuatro. Sin embargo, creo que esta segunda generación ya está un poco magullada y hay que remontarse a la Mujer fantástica, que es de inicios del 2017, para encontrar un éxito grande a nivel de festivales extranjero­s (Mejor guión en el Festival de Berlín). Ahora estamos en un terreno algo incierto, donde no sabemos qué va a pasar. Lo que ha sido recurrente en esta segunda ola es una distancia con el público.

Muchos premios, pero pocos espectador­es.

Claro. Yo utilizo la metáfora de la herida, pero quizás podríamos hablar de una brecha entre los cineastas y el público. Ahora bien, este vacío se da en todo el mundo y viene pasando hace mucho tiempo: hay una polarizaci­ón cada vez más grande entre el cine hecho para festivales y las películas comerciale­s, destinadas a los adolescent­es, fundamenta­lmente.

Usted cita en el libro al crítico de cine argentino Quintín, quien dijo en el 2014 que “el cine chileno tenía una impronta sórdida y cruel”. ¿Coincide totalmente?

Creo que hay una mezcla de factores. No olvidemos que en el propio Hollywood raras veces se han premiado las comedias en los Oscar. Los dramas siempre tienen mejor prensa y prestigio. Creo que la misma lógica opera con las películas chilenas, que en gran mayoría se orientan a los festivales internacio­nales, donde la comedia tampoco es tan bien cotizada. Dentro de la producción nacional, por otro lado, la llamada comedia tiende a ser burda, pero además sucede que hay muy poco humor en general. En cualquier drama de Hollywood hay algo de ironía que tiende a matizar y mejorar las historias, acercándol­as a cómo es la vida misma también.

¿Qué le parece el cine de Pablo Larraín?

Reconozco que nunca me han gustado mucho sus películas. Creo que la que me ha llegado más es No, que de alguna manera roba la energía que rodeaba toda esa época y la hace propia. Pero en general creo que su cine trata mal a sus personajes y no logro conectar con lo que hace.

¿Y la obra de Sebastián Lelio?

Conocí a Sebastián Lelio en el Festival de Valdivia del 2005 y siempre me ha parecido alguien muy inteligent­e. Es muy articulado y cinéfilo. Tal vez Gloria es su mejor obra, pero también hay cuestiones de su cine que me cuesta resolver. Nunca entendí demasiado las motivacion­es del personaje principal de Una mujer fantástica (Marina Vidal, a cargo de Daniela Vega), porque creo que tampoco están muy definidos sus lazos con su pareja al inicio de la historia. ¿Lo que hace después es por amor o por dignidad? Hay algunos detalles que tampoco me resultan claros: en ciertos momentos la película parece estar orientada a describir a toda la clase alta como homofóbica y conservado­ra, pero creo que hay más matices en esa misma elite. En ese sentido hay más argumentos para pensar que muchos cineastas chilenos no quieren a los personajes o a la sociedad que están filmando.

Los documental­es han tenido bastante reconocimi­ento en el extranjero, ¿cuál es su percepción?

En general me gustan mucho. Me tiendo a encontrar con más sorpresas en el documental que en la ficción. Desde las películas de José Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola como Crónica de un comité y El siciliano, hasta obras únicas como Los castores, filme de Nicolás Molina y Antonio Luco sobre una pareja que caza castores en el sur de Chile.

¿Qué cineastas o películas rescata en el cine chileno?

En general se trata de filmes más bien pequeños que quizás no tuvieron tanta exposición, a excepción de los de Matías Bize. Me interesa el cine de Fernando Lavanderos (Y las vacas vuelan), las películas de Ernesto Díaz (Santiago violenta) por su energía y su moral, a pesar de que puedan tener defectos. Lo interesant­e es que sus personajes parecen ser niños en cuerpos de adultos: guardando las distancias, Alfred Hitchcock también utilizaba el género para resolver problemas de identidad de sus personajes. También me gusta el cine de Maite Alberdi, el de Ignacio Agüero, las primeras películas de Sebastián Silva (La vida me mata y La nana) o las de Che Sandoval (Dry Martina), a quien sí le interesan las comedias y cuida mucho de sus personajes. Los quiere. Y en un lugar diferente, aprecio a José Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola, punkies y radicales en su propuesta. En fin, si mi libro sirve al menos para que alguien pueda redescubri­r las películas de esos directores, me sentiría feliz.

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 ??  ?? Cine chileno en el siglo XXI: ¿Qué película te gustaría volver a ver? Ediciones Tácitas. 240 páginas. $ 15.000.
Cine chileno en el siglo XXI: ¿Qué película te gustaría volver a ver? Ediciones Tácitas. 240 páginas. $ 15.000.

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