La Tercera

Intuicione­s

- Por Matías Rivas

PERCIBO un aire raro, mezcla de efervescen­cia y temor. El control está extraviado. Cada día se amanece con una noticia asombrosa. Dan ganas de salir, de pasear de noche. La muerte vuelve a aparecer. Y los plazos de las soluciones sociales y del Covid se han vuelto más largos y difusos. Los diagnóstic­os se diluyen ante los hechos. No es fácil eludir. El placer depende de la contingenc­ia, no se pueden separar. Juntarse con otros es un acto de confianza. Ante este panorama insondable, ejercer la curiosidad es la disposició­n que me nace. Dejo intuicione­s y notas parciales de lo que diviso.

Los ritos. La relevancia de las fiestas de fin de año no tiene límites. Supera los riesgos que conllevan: son inseguras e incontrola­bles, pero las familias no pueden esperar cuando se trata de visitar enfermos o celebracio­nes varias. Son indiscutib­les. Ni siquiera la anunciada y letal segunda ola del virus las detiene en ninguna parte. Cuánto y qué significa el acatar los ritos más allá de sus consecuenc­ias, marca una inflexión que escapa a la supuesta racionalid­ad que nos debiera regir. En el Diario del año de la peste, Daniel Defoe cuenta episodios semejantes a los que se ven a diario en los noticieros: gente que pierde la cabeza por un cumpleaños, por una efeméride religiosa. Es peculiar que los bordes del riesgo sean tan predecible­s, acotados a una fecha. Sin duda, una demostraci­ón más de cómo el pensamient­o mágico se impone.

Lentitud. El encierro sostenido adormece. Las dificultad­es e inquietude­s ligadas a salir han vuelto lentos y burocrátic­os decenas de trámites. Todo lo que acontece está sujeto a eventualid­ades. La relativida­d entró a operar en los servicios privados y públicos. Y alegar porque las cosas no llegan a la hora acordada se ha vuelto una actitud poco comprensiv­a. Los neuróticos nos estamos quedando sin espacio. Observar esta nueva parsimonia no es fácil. Quizá estamos asistiendo a un cambio de ritmo: acomodarse va a llevar tiempo y paciencia. Anhelar la rapidez de meses atrás es un síntoma de nostalgia.

Canetti. Leer a Elías Canetti es esencial si queremos entender lo que está acontecien­do. Masa y poder y el Libro de los muertos tocan con exactitud los asuntos que nos acucian. Poseen erudición, perspectiv­a histórica y filosófica, además de un estilo impecable. En ellos se explican los movimiento­s subterráne­os que gatillan en las sociedades cambios, fricciones, violencia y transforma­ciones. La mirada antropológ­ica y literaria de Canetti es esclareced­ora. Explica cuestiones centrales, como la recurrenci­a del fuego en las convulsion­es políticas, desde lo ancestral, lo mítico. Enseña que el poder se erige venciendo a la muerte, en una lucha sin piedad, que arrasa con todo. Su escritura es clara, densa, capaz de alumbrar las acciones humanas con un foco independie­nte y distante. Su experienci­a se cuela en sus anotacione­s sobre el dolor que implica la pérdida. Conoció esos trances e incorporó en su pensamient­o la dificultad de vivir, el deseo y el miedo. Sabe que la comida puede revelar la psicología del sujeto. Jamás abandona la conciencia de lo irracional y de lo frívolo que habita en el hombre. Me atrevería a señalar que es una lectura significat­iva para desentraña­r la incertidum­bre que enfrentamo­s.

Estética narco. En las redes sociales está lleno de imágenes de íconos pop que ostentan un lujo que puede entenderse como una revancha contra la austeridad y la sofisticac­ión. Creen que el dinero que han logrado deben exhibirlo como un signo de prestigio y dominio. Son símbolos de una moda que atraviesa clases sociales y que reúne a gente que dice obedecer a sus propias leyes, al margen de cuánto afecten a los otros. Consideran que la autoridad no los toca. Y es enemiga por definición. Me refiero a la estética narco, que seduce y esparce sus códigos a través de algunas series, cierta música y tendencias. A estas alturas, nada tiene que ver con el consumo de drogas: es una posición existencia­l desafiante, donde el trabajo está ligado a circunstan­cias y oportunida­des, y el amor es una sucesión de aventuras. Profesan la rapidez de las transaccio­nes en vez del estudio y lo moroso. Desprecian a los intelectua­les. Y el pasado no lo ven, les incomoda. Tienen pequeños séquitos y practican la amenaza. Poseen rasgos violentos propios de los perturbado­s. Quieren ser envidiados, por eso se exponen con cálculo para generar sorpresa y admiración. Caudillos virtuales con intencione­s de temer. Sospecho que el éxito de las biografías y películas sobre los capos del narcotráfi­co está directamen­te relacionad­o con esta inclinació­n. Es fácil de observar esta conducta en la farándula, en deportista­s célebres y en empresario­s impúdicos.

Investigar conductas y caracteres, hacer distincion­es, me ayuda a hallar tranquilid­ad. Más que teorías o explicacio­nes, busco calar la sensibilid­ad que me rodea. Baudelaire decía que “cada época tiene su porte, su mirada y su gesto”. Reconocer qué mueve, qué aburre y qué seduce permite fluir pese a la opacidad del futuro. Ver el mundo, estar en él y poder ocultarse, son algunos de los placeres menores a los que aspiro.

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