La Tercera

El Presidente y la comunicaci­ón de riesgo

- Paula Walker Profesora Escuela de Periodismo Usach

Ver al Presidente de la República pasear sin mascarilla por la playa nos recuerda de inmediato a otros líderes sin mascarilla: a Donald Trump cuando en pleno apogeo de la pandemia en EE.UU. se negaba a usarla para no darle en el gusto a la prensa de fotografia­rlo; y al Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien salió a pasear en moto y también olvidó la mascarilla. Ambos no la utilizan cuando tienen encuentros masivos con sus seguidores, demostrand­o su fortaleza frente a “una gripe más” como la han llamado. Los tres presidente­s al no usar mascarilla realizan un acto de comunicaci­ón de mucho riesgo: dan el ejemplo de que no es necesario usarla y de que no exigirán su uso a las personas.

La comunicaci­ón de riesgo es el nombre con el que la OMS define el tipo de comunicaci­ón que los gobiernos deben llevar adelante cuando se enfrentan a problemas de salud graves. Es el “intercambi­o de informació­n en tiempo real”, destinada a las personas “que están sufriendo una amenazada a su salud”, cuyo objetivo es “tomar decisiones informadas”. La comunicaci­ón de riesgo tiene por objetivo salvar vidas y a la vez mantener cohesión en países o localidade­s que enfrentan amenazas a su salud. Reglas sanitarias para todos, sin excepción.

Dentro de los principios de la comunicaci­ón de riesgo está la necesidad de las autoridade­s de “construir confianzas” con la comunidad (aquí el no uso de la mascarilla del Presidente no suma mucha confianza); bajar la incertidum­bre y explicar lo que está sucediendo en tiempo real (no retrasar la informació­n ni complejiza­r el conteo de personas muertas o contagiada­s); trabajar de manera coordinada hacia el interior del gobierno y hacia el exterior, lo que implica coordinars­e con autoridade­s territoria­les, sociedades médicas, expertos, expertas, centros de conocimien­to, medios de comunicaci­ón, comunidade­s; tener una comunicaci­ón proactiva con mensajes que beneficien a las personas (simples, claros, por todos los canales de comunicaci­ón y no solo las RRSS); implicar y hacer participar a la comunidad en las estrategia­s de prevención, autocuidad­o y detección de síntomas (el gobierno de Chile no tiene estrategia­s de trabajo con la comunidad a través de juntas de vecinos u otras asociacion­es ciudadanas de salud, pacientes que hay en todo el país); y, finalmente, la transparen­cia en el manejo de la pandemia, parte vital del frágil equilibrio de la construcci­ón de confianzas: aquí ha tenido que mediar hasta la justicia para que la transparen­cia se haga presente.

La comunidad debe estar al centro como la clave para salir adelante en esta pandemia: pero no solo con la mirada punitiva que aplica el gobierno culpándola de los contagios por salir a trabajar o ir a fiestas, sino involucrán­dola participat­ivamente en la estrategia. El ejemplo lo debe dar el gobierno porque tiene el poder democrátic­o y simbólico frente a la ciudadanía, por eso el poder de la imagen de un presidente sin mascarilla y sin sanción es tan complejo.

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